“No hay guerra más triste que la que libran dos que no querían pelear” .
Lo que no tiene precio también se puede vender, y en eso consiste el neoliberalismo, que es la religión de los inmorales, esos apóstoles de la usura para los que el único dios digno de ser adorado es el becerro de oro y el único Jardín del Edén posible es un paraíso fiscal. Para ellos el valor de las cosas equivale a lo que puedan sacar por ellas, nada es sagrado y todo se puede tasar con ojos de prestamista, da igual si se trata de la Sanidad, la Educación, la hucha de las pensiones o la construcción de infraestructuras públicas, que siempre se pueden convertir en un buen negocio si al que lo subasta no le importa el daño que pueda causar a quienes se lo roba. A estos vampiros sólo se les puede detener haciendo que lo que ganan les salga muy caro, que es lo que podría ocurrir si prospera la acusación que acaba de presentar la Fiscalía de Santiago de Compostela contra dos altos cargos de la Consellería de Sanidade de la Xunta de Galicia por un delito de homicidio imprudente que se pudo cometer al retrasar la financiación de las medicinas con que se trata la hepatitis C aduciendo “razones presupuestarias”, lo que causó la muerte de varios enfermos. Es un asunto al que no se ha dado mucha publicidad en los medios de comunicación. ¿Por qué? Igual es porque aquí cada vez que alguien tira del hilo, se lía la madeja.
Una campaña electoral también es un mercado, en el que cada partido trata de vender sus candidaturas y sus promesas, pero la gran diferencia es que en él no existen ricos y pobres, no hay billetes sino papeletas y éstas se reparten de forma equitativa, dos por persona, una para las urnas del Congreso y otra para las del Senado. Quien no acude a votar, desperdicia la ocasión de no ser menos que nadie, algo que en este mundo, por lo general no resulta tan sencillo.
Las elecciones de junio se pueden definir de cualquier manera excepto como una repetición, porque en realidad no se parecen ni a las de diciembre ni a ninguna de las que se han celebrado en nuestro país hasta el momento, ya que van a ser las primeras de nuestra historia en las que los ciudadanos hayan tenido la oportunidad de verle durante cuatro meses el plumero a los líderes políticos, que en ese tiempo han cambiado de discurso como una bandera cambia de dirección según de qué lado sople el viento. En mitad de la batalla, hubo generales que se pusieron el uniforme del enemigo, los rivales se transformaron en aliados y las líneas rojas en tachaduras que hacían desaparecer la mitad de los programas. Pero la jugada no les ha salido bien, la partida ha quedado en empate y a los que se quisieron llevar el gato al agua, se les ha ahogado. Seguramente es que pedían mucho para lo poco que dan de sí, que es lo que pasa cuando se tienen más ambiciones qué cualidades.
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Los aspirantes a La Moncloa vuelven a empezar su carrera hacia el poder, pero no lo hacen de cero ni desde la casilla de salida, porque por muy cínicos que puedan llegar a ser, la mayor parte de ellos no se atreverán a volver a decir de sus adversarios lo que dijeron en su día y después matizaron. El número uno del PSOE, por poner de ejemplo a quien ha intentado con más decisión formar Gobierno, se supone que no va a volver a definir a Albert Rivera y los suyos, con quien caminó a dúo hasta el borde del abismo, como “la derecha de toda la vida con otro collar” o “las nuevas generaciones del PP”; y en justa correspondencia es de esperar que éste tampoco tendrá el valor de catalogar a los socialistas de estar acabados, ser la otra mitad del lobo feroz del bipartidismo y representar la “vieja política”, aunque la previsible cabeza de lista del PSC a las generales, Meritxell Batet, haya dado por extinguido el pacto con Ciudadanos, lo que nos hace ver que habrá algún fuego cruzado entre ellos, pero será de fogueo: ya hemos aprendido que del rojo al naranja había un lavado y que en esa batalla los combatientes luchaban con espadas de madera. Queda por saber si unos y otros se seguirán calificando a sí mismos como formaciones de centro, algo que dejaría toda la izquierda libre para Podemos, Izquierda Unida y las confluencias, porque todo el mundo sabe que lo que distingue la geometría de la política es que en ésta el centro es de derechas.
Hay un personaje inquietante en uno de los poemas del libro Las princesas no tienen nombre, de Silvia Rodríguez, recién publicado por la editorial Maclein y Parker, al que la autora dice: “No tienes cara / hasta que empiezo / a ver tu cara / en la cara de todos”, y esos versos que hablan del miedo y la obsesión me han hecho pensar en lo complicado que resulta ver más allá de las imágenes que sonríen en los carteles pegados por los muros, ser capaces de separarlas de las personas a las que representan y que, por desgracia, a menudo son tan distintas de lo que dicen ser. ¿O haremos borrón y cuenta nueva y volveremos a creerlos una vez más? Puede que necesitemos hacerlo, tener alguien de quien fiarnos, algún héroe. “Sophia Loren nació en Nápoles / a los 25 Clark Gable / la besaba en blanco y negro / en el salitre de Marina Grande / en Amalfi los pescadores / han colgado su bandera / la foto de Sophia recibiendo el Oscar / envuelve la vida de los vecinos”, dice Silvia Rodríguez. O tal vez es que nos han decepcionado tantas veces y desde tantos sitios distintos, que ya no quedan más que soluciones individuales. “La fachada del convento próximo / exhibe eslóganes de spray roto / ahí donde está prohibido / ti amo Simona / é amore vero / morte al nemico”.
Por si a alguien pudiera interesarle, ofrezco esta fórmula para afinar nuestra decisión en la próxima cita electoral: se toma lo que nos digan ahora, se le resta la parte de lo que dijeron en diciembre de la que se desdijeron en enero, y el resultado es igual a la cantidad de mentira que intentan hacernos creer. Si es que al final, todo puede ser una ciencia exacta.
“No hay guerra más triste que la que libran dos que no querían pelear” .