@cibermonfi
Felipe VI, viajante en Arabia Saudí
Como supongo que Felipe VI hablará en inglés con los jeques saudíes con los que va a verse este fin de semana en Riad, le sugiero que emplee la fórmula Business as usual cuando le pregunten cómo van las cosas por España. No mentiría al transmitirles a sus anfitriones la idea de que, tras un período de ciertas turbulencias, las aguas se han remansado en España. Al menos lo han hecho para los intereses que él simboliza en la cúpula del Estado. La prueba, podría añadir, es este mismo viaje.
Cierto es que la gran mayoría de los españoles no vio el discurso de Felipe VI de la pasada Nochebuena, una aburrida sucesión de mantras conservadores sobre la indisoluble unidad de España, la buena salud de su economía y la amenaza del terrorismo. Millones de ciudadanos están lo suficientemente asqueados con el sistema que él encarna como para perder su tiempo viéndole en la tele. Pero también es cierto que muchos de ellos parecen haberse desesperanzado sobre las posibilidades de reformarlo. En este comienzo de 2017 lo que cunde es el desencanto.
Atrás van quedando la indignación expresada el 15-M y la combatividad de las protestas callejeras que le siguieron. El sistema ha jugado bien sus cartas: el relevo en Zarzuela, la promoción del partido naranja, el golpe palaciego en el PSOE, el cierre de filas de los medios de comunicación del IBEX, la criminalización de la disidencia… Ha conseguido hasta lo que parecía más difícil: la permanencia en Moncloa del mismísimo Rajoy con el apoyo de los Cebrián, Felipe González, Susana Díaz y compañía.
No fui de los que expresaron angustia durante los meses en los que España tuvo un Gobierno en funciones. Me maliciaba que, para los de abajo, iban a ser mejores que los anteriores y los siguientes. Los que tenían prisas por formalizar un nuevo Gobierno –ya se encargaban ellos de que solo pudiera ser defensor a ultranza del statu quo- eran los que deseaban que se descongelaran los recortes sociales, las ayudas con dinero público a bancos y grandes empresas en apuros, las subidas de precios regulados y de impuestos al consumo. Que es lo que ha venido ocurriendo en las últimas semanas.
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En el otro lado, se ensombrece la ilusión que despertó Podemos en millones de españoles. Los de Podemos resistían bastante bien la campaña de satanización a la que le sometía el régimen del 78. Era tan zafia y rabiosa que los convertía en simpáticos para muchos de los que desean cambiar las cosas. Pero la actitud de algunos de sus dirigentes puede resultarles mucho más nociva. Se les ve demasiado felices por haber abandonado la calle para hacer declaraciones televisivas desde las instituciones, demasiado preocupados por cuestiones meramente partidistas, demasiado enzarzados en querellas de adolescentes en las redes sociales, demasiado politiqueros y poco políticos.
El sistema parece apuntalado –nadie puede decir por cuanto tiempo- y sus beneficiarios vuelven a dedicarse a lo de siempre, que es como cabría traducir al castellano Business as usual. En el caso de Felipe VI, a viajar a Riad como representante comercial de los fabricantes españoles del AVE Medina-La Meca y cinco buques de guerra. ¿Qué importa que Arabia Saudí sea uno de los Estados más crueles y fundamentalistas del planeta? ¿A quién le preocupa que haga la guerra en Yemen? ¿O que sea el promotor ideológico y financiero de la ideología salafista que está detrás de Al Qaeda y Daesh?
No hay que ser demasiado melindroso tratándose de los petrodólares saudíes. Si a usted le preocupan los derechos humanos, lo recomendable es no despegar la vista de Venezuela.