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Una prensa libre en una República

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Ninguna democracia es perfecta, ciertamente. Todas son manifiestamente mejorables, incluso en nuestro mundo occidental que se precia de ser la cuna de este modo de organización de la vida pública. Dicho esto, permítanme añadir que también es correcto afirmar que algunas democracias son menos imperfectas que otras. Por ejemplo, la democracia francesa es menos imperfecta que la española.

Acabo de escribir esto y ya creo escuchar el grito airado del patrioterismo y la francofobia. Aunque también percibo que ese grito es menos fornido que en los años en que Aznar, poniendo las botas encima de la mesa del presidente norteamericano, se jactaba de que España era la potencia emergente de una supuesta “nueva Europa”, siendo Francia la patética cabeza de la “vieja”. Un batacazo político, económico, social y moral de tamaño tan espeluznante como el español ha puesto en su sitio ciertas altanerías de comienzos del siglo XXI.

No me ciega mi admiración por la República Francesa cuando afirmo que, con la dimisión de su ministro de Hacienda, Jérôme Cahuzac, nuestro vecino del Norte acaba de demostrar que su democracia, aunque más vieja que la nuestra, o tal vez por eso, es más rápida y contundente en la puesta en marcha de antídotos y cortafuegos contra la corrupción y el mal gobierno.

Veamos: Cahuzac ha presentado su dimisión al presidente Hollande, y este se la ha aceptado sin paliativos, apenas horas después de que la Fiscalía anunciara la apertura de una investigación sobre su supuesta vinculación con una cuenta bancaria no declarada en Suiza y, por tanto, la posible comisión de delitos de blanqueo y fraude fiscal. Aquí, ya lo sabemos, el implicado y sus correligionarios habrían respondido a algo semejante con lo de la “presunción de inocencia”, el “¿y si luego resulta absuelto?” y, por supuesto, aquello de “los del partido contrario son aún peores”.

Centenares de políticos españoles siguen cobrando de los contribuyentes pese a estar implicados, de uno u otro modo, en investigaciones y procesos judiciales. Les importa un pepino que el César no sólo deba ser honrado, sino también parecerlo. A ellos sólo les van a sacar del cargo esposados por la Guardia Civil.

No todos los políticos son iguales

Por el contrario, la tendencia mayoritaria en Francia, al igual que en Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, considera impresentable la permanencia en el sillón de un político bajo sospecha fundada de haber cometido no ya un delito sino hasta una falta. Lo suyo, piensan allí, es que el político abandone de inmediato el puesto, a fin de no desacreditar ante los ojos de la ciudadanía al mismísimo sistema democrático. Si luego es exonerado, se le volverá a acoger en la cosa pública con abrazos y parabienes, si tal es su deseo.

En Francia, recuérdese, un expresidente, Jacques Chirac, fue condenado en diciembre de 2011 a dos años de cárcel, con remisión de pena, por casos de corrupción en la alcaldía de París durante los años 1990. En Francia, otro expresidente, Nicolas Sarkozy, tuvo que ver cómo la Policía registraba su domicilio parisiense en julio de 2012, en el curso de una investigación sobre posible financiación irregular de su campaña electoral de 2007. Sarkozy, que acababa de dejar el Elíseo en el momento de ese humillante registro, es sospechoso de haber recibido dinero de la heredera del imperio L'Oréal.

Lo sé, Francia es una República burguesa, hipocritona en muchas cosas, de colmillos retorcidos. No la estoy poniendo como modelo celestial, sólo estoy diciendo que allí tienen más reflejos democráticos –tal vez por aquello de que más sabe el diablo por viejo que por diablo- que al sur de los Pirineos. Como los que ha tenido el socialista François Hollande, que en vez de renovarle la confianza al ministro Cahuzac, como hubiera sido lo corriente aquí, le ha aceptado sin demora la dimisión. Y es que no todas las democracias son igualmente imperfectas, ni tampoco lo son todos los políticos. Los hay más comprometidos que otros con la transmisión de una imagen de honradez en la gestión de la cosa pública. En Francia y en España.

También es envidiable Francia por la influencia y la credibilidad de su prensa, heredera de una tradición republicana que se remonta a 1789. El affaire Cahuzac, la información de que el ya exministro socialista de Hacienda había tenido una cuenta opaca en Suiza, fue una revelación exclusiva del diario digital Mediapart, socio editorial de infoLibre, que ya había agitado las aguas del Hexágono al descubrir el affaire L'Oréal.

El acero de las buenas exclusivas

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Edwy Plenel, director de Mediapart, estaba en Madrid el día en que su diario iba a publicar la noticia. Recuerdo cómo participó con entusiasmo en la presentación, junto con Jesús Maraña, de su libro Combate por una prensa libre en La Central de Callao, en Madrid, y cómo conversó alegremente sobre el nuevo periodismo independiente del siglo XXI en el almuerzo posterior, todo ello a la par que ultimaba telefónicamente con su equipo en París los detalles de la exclusiva.

Pero aún recuerdo algo más importante: los que estábamos al corriente de la doble actividad de ese día de Plenel –la presentación en Madrid y la coordinación de la exclusiva– no teníamos la menor duda de que esta estaba construida con el acero indestructible de las buenas investigaciones periodísticas. Si Plenel y los suyos iban a contar que el ministro había tenido una cuenta oscura en Suiza, era, sin duda, así. Mediapart no se lanzaba a ninguna piscina sin saber si allí había o no agua. Había investigado el asunto a tope y tenía todas las pruebas que, razonablemente, en la medida de nuestras posibilidades, podemos obtener los periodistas sobre las tropelías de los poderosos.

A Plenel no se le despintó la sonrisa en toda aquella jornada madrileña. Tampoco se nos despintó a los que éramos sus anfitriones españoles. El ministro empezaría negándolo todo y sus correligionarios empezarían poniendo la mano en el fuego por él, pero, a la postre, Cahuzac no tendría más remedio que dimitir. Mientras haya en Francia una prensa libre, aunque haya que organizarla de nuevo al margen de los acobardados medios tradicionales, y mientras Francia siga siendo una República con un mínimo de respeto por sí misma, personajes como el ya exministro Cahuzac no tienen garantizada la impunidad.

Ninguna democracia es perfecta, ciertamente. Todas son manifiestamente mejorables, incluso en nuestro mundo occidental que se precia de ser la cuna de este modo de organización de la vida pública. Dicho esto, permítanme añadir que también es correcto afirmar que algunas democracias son menos imperfectas que otras. Por ejemplo, la democracia francesa es menos imperfecta que la española.

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