Trump empuja a Estados Unidos al Día de la Bestia

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A las 11 de la mañana, hora peninsular española, del primer miércoles de noviembre, no conocemos aún el nombre del futuro presidente de Estados Unidos. Pero sí sabemos con bastante certeza unas cuantas cosas.

1.Trump empuja a Estados Unidos al Día de la Bestia1.Trump empuja a Estados Unidos al Día de la Bestia

A falta de recontar millones de papeletas emitidas presencialmente y, sobre todo, por correo, Donald Trump se ha proclamado ganador de la elección presidencial y desencadenado el ataque preventivo de proclamar que habrá fraude si no se le reconoce oficialmente su victoria. Es un modo de intentar abortar la posibilidad de que, con todos los votos escrutados, termine ganando Joe Biden. La posibilidad de que Trump rompiera la baraja antes del final de la partida estaba más que anunciada. Pero no por ello deja de situarnos en un escenario angustioso. Pueden pasar días, semanas y hasta meses hasta que el lío se aclare. Entretanto, Trump, en línea con su campaña electoral, vuelve a empujar a su país hacia un precipicio guerracivilista. Las batallas judiciales –locales, estatales y puede que, al final, federales, en el mismísimo Tribunal Supremo- serán infernales.

Esta vez, el número de estadounidenses que ha elegido la opción de votar por correo ha sido extraordinario por miedo al contagio por coronavirus. También ha sido espectacular el número de los que han votado presencialmente pero anticipadamente. Trump se pasó la campaña sugiriendo que por ahí vendría "el mayor fraude electoral de la historia", preparando así el argumentario de su negativa a aceptar una posible derrota. El mismo martes electoral, el equipo de campaña de Trump envió un correo electrónico solicitando dinero a sus seguidores más fervorosos para los pleitos ante los tribunales. “Te necesitamos”, decían, dando por hecho de antemano que Trump iba a ganar y que, en caso contrario, sería porque los demócratas harían trampas

Así que puede repetirse para peor lo del año 2000, cuando el empate entre George W. Bush y Al Gore en Florida llegó hasta el Tribunal Supremo. Casi en Navidad, el Supremo acabó certificando la victoria de Bush sobre Al Gore por solo 537 votos. Con la promoción al Supremo de la jueza Amy Coney Barrett, Trump se ha asegurado una mayoría conservadora o muy conservadora de dos tercios en este organismo.

La posibilidad de que la crispación política y judicial se transforme en violencia callejera no es, en absoluto, descartable. Ciudades como Washington, Nueva York y otras se han blindado con barreras, vallas y preparativos policiales ante el temor a enfrentamientos callejeros entre partidarios y detractores de Trump. Cabe recordar que entre los partidarios figuran milicias ultraderechistas bien armadas. La cadena de supermercados Walmart decidió el 29 de octubre retirar todas las armas de fuego y todas sus municiones de las estanterías de sus 4.700 tiendas en Estados Unidos por miedo a violencias y pillajes.

A Trump le interesa la violencia política; quiere sangre en las calles”, le dijo, días atrás, la periodista norteamericana Masha Gessen a Xavier Mas de Xaxàs, de La Vanguardia. Trump está empujado a Estados Unidos por una senda que puede llevarle a convertirse en un Estado fallido.

2. El pueblo norteamericano no ha rechazado masiva y espectacularmente a Trump

Joe Biden parece no haber obtenido esa victoria aplastante e incuestionable que impidiera a Trump usar sus marrullerías. Trump ha vuelto a obtener un excelente resultado electoral. Ha mantenido buena parte de sus apoyos de 2016 y hasta los ha ampliados en determinados lugares y circunstancias. No sabemos aún si de forma suficiente como para ganar con limpieza los comicios, pero sí para desmentir las encuestas que una vez más le daban por claro perdedor.

Incluso con una altísima participación, Trump ha obtenido buenos o muy buenos resultados en el Cinturón del Sol, con Texas y Florida a la cabeza, en el Cinturón de la Biblia, con Georgia como referente, y hasta en el Cinturón del Óxido, el antaño Cinturón Industrial empobrecido por la globalización y sus deslocalizaciones.

Los medios de comunicación, los institutos demoscópicos y los sociólogos, que otra vez habían profetizado la derrota de Trump, siguen teniendo problemas para comprender el siglo XXI político, la profundidad con que calan entre ciertos electorados los discursos demagógicos de los caudillos vocingleros del nacional-populismo y el show televisivo. Las razones por las que millones de norteamericanos odian a Trump son las mismas por las que millones aman a este tipo fanfarrón, ególatra y autoritario del cabello color zanahoria norteamericano. Porque dice lo que piensa y hace lo que dice. Porque la clase política y mediática tradicional le detesta. A cierta mayoría silenciosa eso le gusta. Le gusta su estilo canalla, aquel al que los de nariz estirada siempre dan por perdedor y siempre termina ganando. El que va con la gorra de beisbol MAGA (Make America Great Again) y baila en los mítines al son de la canción YMCA, con los pasos torpones pero desacomplejados de un septuagenario fondón. Las encuestas y los medios tradicionales se equivocan con Trump porque este es sobre todo eficaz a la hora de movilizar el voto emocional.

3. No solo los blancos ricos apoyan a Trump

Donald Trump se impone a Joe Biden entre los votantes con mejor condición económica, según las encuestas a pie de urna publicadas por la CNN. Le han votado el 52% de los que ganan más de 100.000 dólares anuales. Pero también muchos trabajadores industriales de raza blanca siguen prefiriéndole a los candidatos del establishment demócrata. Han preferido adjudicar la crisis actual a la pandemia y no a Trump. Han preferido recordar que en los tres años anteriores al coronavirus la economía norteamericana había crecido y había creado empleo. Creen que Trump está con ellos. Les habla directamente en su propio lenguaje y su oposición a China les despierta mucha simpatía.

Según esa encuesta de CNN, el votante de Trump es hombre blanco (57%) o mujer blanca (54%), considera que el aborto debe ser ilegal (74%), rebaja la importancia del coronavirus (el 85%) y no considera el cambio climático un problema relevante (83%). Trump gana entre los mayores de 50 años (51%) y en el mundo rural (52%). Y el 71% de sus votantes considera que llevar una mascarilla es una decisión personal y no de responsabilidad pública.

Parece que Trump no perdió en Florida. Los cubanos, venezolanos y colombianos de allí estuvieron de nuevo con él y con su discurso contra el “castrochavismo”. Es hasta posible que haya mejorado sus resultados en el conjunto del voto hispano nacional. Porque Trump es tradicionalista y patriótico, porque defiende los valores religiosos, aunque él no sea religioso, y porque defiende que los negocios –grandes o pequeños- son lo primero. “Los latinos son republicanos, pero todavía no lo saben”, decía en su tiempo Ronald Reagan.

4. Biden no ha entusiasmado como Obama en 2008

Solo una clarísima victoria desde el principio de Biden podía despejar las dudas del día después y evitar el dilema en el que Trump quiere situar a su país: yo o el caos. Pero el pueblo de Estados Unidos no parece haber optado con contundencia por una de esas resurrecciones democráticas que practica de vez en cuando, como cuando llevó a Obama al Despacho Oval tras ocho años de presidencia de George W. Bush.

Lo principal que aporta Biden es que no es Trump. Parece que no ha conseguido entusiasmar mucho con ese mensaje negativo, no parece haber ampliado espectacularmente los resultados obtenidos por Hillary Clinton. En el momento de escribir estas líneas solo parecía haber conquistado Arizona, donde perdió Hillary Clinton en 2016. Y es que Biden no proponía prácticamente nada nuevo, tan solo desalojar a Trump de la Casa Blanca y un regreso a los “buenos viejos tiempos”. Puede haber obtenido cifras mediocres para un candidato demócrata entre los latinos y entre los trabajadores blancos. No ha despertado esperanzas entre los desesperados.

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Ni las cifras brutales del coronavirus en Estados Unidos –10 millones de contagiado, más de 230.000 muertos- han noqueado a Trump, lo han arrojado a la lona de un solo golpe. Tampoco su disparatada manera de afrontarla. Después de predicar que el coronavirus era un invento de la prensa, Trump se contagió en octubre por su imprudencia y la de la gente que le rodea. Salió de aquello con chulería espectacular y no parece haberle ido mal.

Parece que Trump ha vuelto a explotar mejor que su rival el factor emocional. Se ha presentado como el candidato de la ley y el orden contra un imaginario intento de negros, feministas, gais, anarquistas y otros de promover una revolución en Estados Unidos. Con más razón que un santo, Biden decía que el principal problema actual de Estados Unidos es Trump, pero este contraatacó convirtiendo su crítica de 2016 a la élite política y mediática en críticas a la élite científica. Había que salvar ante todo la economía, los negocios, los puestos de trabajo. Y ensanchó su base con los negacionistas del covid-19, con los opuestos a las mascarillas, los confinamientos y las vacunas. No hay que minusvalorar el poder de la irracionalidad en tiempos de crisis.

La democracia norteamericana está muy sobrevalorada. Demasiadas películas y series la han ensalzado durante demasiadas décadas. Ahora sus flaquezas quedan en evidencia con Trump. Si al final no gana, pero sigue rebelándose contra la derrota, ¿conseguirá frenarle el mejor Estados Unidos, ese país descentralizado, con sólidos checks and balances (controles y contrapesos)? El partido, como dicen los comentaristas deportivos, sigue muy abierto. Aún no ha terminado su tiempo reglamentario y luego es muy probable que venga una larga prolongación.

A las 11 de la mañana, hora peninsular española, del primer miércoles de noviembre, no conocemos aún el nombre del futuro presidente de Estados Unidos. Pero sí sabemos con bastante certeza unas cuantas cosas.

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