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Dos mujeres, las dos apellidadas Díaz, las dos en sus cuarenta y tantos años de edad, las dos recién llegadas a la escena nacional, han sido los grandes descubrimientos políticos del año 2020. Una, Yolanda Díaz Pérez, ministra de Trabajo del Gobierno progresista de coalición, se ha erigido como una serena y eficaz defensora de los derechos sociales, de la idea de que no hay verdadera libertad sin un mínimo de justicia social. La otra, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, adalid de la libertad de contaminar, no pagar impuestos y amontonarse en las tabernas, se ha convertido en la líder de facto de la oposición ultra a ese Gobierno.
Yolanda Díaz nació en A Coruña en 1971, en el seno de una familia sindicalista, y es licenciada en Derecho, abogada laboralista y militante comunista. A lo largo de este 2020 la hemos identificado con el escudo social que el Gobierno de Sánchez e Iglesias ha ido levantando contra la crisis económica provocada por el coronavirus. Ella ha sido el rostro de la subida del Salario Mínimo Interprofesional y de la aplicación de los ERTE que han salvado del cierre a miles de negocios y de las colas del paro a más de tres millones de trabajadores. También ha promovido la regulación del teletrabajo y ha comenzado la abolición de los aspectos más lesivos de la reforma laboral de Rajoy al prohibir los despidos por enfermedad certificada.
Isabel Díaz Ayuso nació en Madrid en 1978, en una familia dedicada al comercio de productos médicos y ortopédicos, y es licenciada en Periodismo y militante del PP desde hace tres lustros. En 2019 conquistó la presidencia de la Comunidad de Madrid merced a una “coalición de perdedores” –así solían llamarlas los de derechas– que reunió a su partido, Ciudadanos y Vox. Hasta entonces, su mayor mérito había sido gestionar la cuenta en Twitter de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre.
Díaz Ayuso ha demostrado en 2020 una gran personalidad propia, un afán de protagonismo, una agresividad y una falta de vergüenza que la han convertido en la gran émula de Donald Trump en la piel de toro. Su defensa de privilegios tan rancios como el carajillo para el desayuno –bautizada como “defensa de la libertad”– ha hecho del Madrid del coronavirus un manicomio donde no hay manera de conseguir una cita en un ambulatorio, pero puedes manifestarte si vives en el barrio de Salamanca, abarrotar las terrazas de unos bares y restaurantes considerados servicios absolutamente imprescindibles y agolparte en Preciados para ver las luces de Navidad. Díaz Ayuso es una yonqui de las aglomeraciones, ya en su campaña electoral declaró que añoraba los atascos nocturnos de tráfico en la Villa y Corte.
No hay que ningunearla. Díaz Ayuso está promoviendo una especie de nacionalismo madrileñista tan tóxico como los periféricos. Lo último es su defensa de que Madrid sea lo más parecido a un paraíso fiscal para ricos que tenemos en España. Le importa una higa que los beneficios fiscales que el PP lleva tiempo concediendo a las grandes fortunas y empresas vayan en detrimento de los verdaderos servicios públicos que necesitan sus ciudadanos –Madrid es la comunidad que menos gasta en Sanidad, Educación y Servicios Sociales a pesar de tener el 60% de las grandes empresas del país–. Y aún menos que eso suponga una competencia desleal con el resto de comunidades autónomas –las rentas altas se domicilian en un Madrid donde pagan menos impuestos, aunque de hecho sigan viviendo en sus territorios de origen–.
Que a unos nos guste Yolanda y a otros les guste Isabel es, por supuesto, cuestión de ideología –progresista o conservadora–, pero también de ética y de estética. Siempre vestida con elegante sobriedad, siempre tranquila y profesional, Yolanda Díaz es manifiestamente trabajadora. Prepara sus dosieres concienzudamente y esta es una de las razones de la credibilidad que transmite en sus negociaciones con sindicatos y empresarios, y de los éxitos que obtiene. Por su parte, Isabel Díaz Ayuso no sabe a ciencia cierta lo que se lleva entre manos. En una memorable entrevista en Telemadrid le reconoció a la periodista que no tenía la menor idea de dónde iban a salir los profesionales sanitarios del hospital de pandemias cuya próxima inauguración estaba publicitando. Ella es la presidenta y la presidenta no se ocupa de esas menudencias. Se encarga de salir en las teles para repetir el mantra de que el mundo está embelesado con la construcción de un hospital semejante, ¡al lado de un aeropuerto!
Yolanda Díaz es discreta, no participa en la expresión pública de los roces entre los ministros del PSOE y los de Unidas Podemos, habla tan solo de lo suyo y cuando es menester. Por el contrario, Isabel Díaz Ayuso se deprimiría si pasara un día sin salir en la tele arrojando leña al fuego. No tanto al de las querellas internas de las tres derechas como al de las campañas contra el Gobierno de España. Como a su admirada Esperanza Aguirre, Madrid se le queda chico, lo que le gusta es la política nacional.
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La mejor émula de Trump en España, a Isabel Díaz Ayuso la vemos todo el rato en las pequeñas pantallas agrediendo al Gobierno español y a las comunidades donde no gobierna el PP. Ni se le pasa por la cabeza pensar que, en una crisis tan grave como la del coronavirus, muchos ciudadanos esperan de los políticos diálogo y acuerdos. Para ella, como para Trump, lo importante es mantener permanentemente exaltada a la parroquia propia. Antes muerta que sencilla, todo le vale para crispar una situación ya suficientemente angustiosa. A los medios, mayoritariamente derechistas y, en general, proclives ahora al sensacionalismo, les encanta su locuacidad.
Yolanda Díaz se ha convertido en uno de los grandes activos de Unidas Podemos, en el mejor ejemplo de la utilidad de la presencia de una fuerza claramente a la izquierda en un Gobierno de coalición que se apresta a conseguir la aprobación de los Presupuestos y a navegar por las aguas más tranquilas de la vacuna contra el covid-19, las ayudas europeas, la recuperación económica global y el apaciguamiento de los conflictos territoriales. Yolanda Díaz encarna la idea de que Sánchez y los socialistas hacen cosas en defensa de los más débiles que no harían si solo dependiera de la voluntad tecnocrática de Nadia Calviño, la favorita del IBEX y Bruselas.
Por su parte, Isabel Díaz Ayuso es la nueva lideresa de las derechas celtibéricas, la abanderada del populismo capitalista y rojigualdo, la heredera de Aznar y Aguirre. A los demás –Pablo Casado, Inés Arrimadas, Santiago Abascal– los está convirtiendo en meros actores secundarios de su show televisivo.
Dos mujeres, las dos apellidadas Díaz, las dos en sus cuarenta y tantos años de edad, las dos recién llegadas a la escena nacional, han sido los grandes descubrimientos políticos del año 2020. Una, Yolanda Díaz Pérez, ministra de Trabajo del Gobierno progresista de coalición, se ha erigido como una serena y eficaz defensora de los derechos sociales, de la idea de que no hay verdadera libertad sin un mínimo de justicia social. La otra, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, adalid de la libertad de contaminar, no pagar impuestos y amontonarse en las tabernas, se ha convertido en la líder de facto de la oposición ultra a ese Gobierno.
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