La semana pasada planteé en esta sección de debate la cuestión de si el independentismo evolucionará en Cataluña, tras la crisis constitucional del pasado otoño y la celebración de elecciones el 21D, como lo hizo en el País Vasco tras el fracaso del plan Ibarretxe. A pesar de la tensión política que se vivió en Euskadi con dicho plan, al final las aguas volvieron a su cauce de forma gradual. En su día se dio por muerto el Estatuto de Gernika, mientras que hoy una gran parte de la sociedad vasca lo considera un instrumento útil para ejercer una autonomía amplia dentro de España. La pregunta que formulé es si veremos algo similar en Cataluña o si, por el contrario, el independentismo se mantendrá activo.
Entre los participantes en el debate ha habido un comentario recurrente que a mí me ha llamado la atención y que no puedo compartir. Para muchos, la comparación entre Cataluña y País Vasco es imposible o confusa, pues hay demasiadas diferencias entre ambas regiones. Entre las diferencias más citadas se encuentra, evidentemente, la presencia del terrorismo en el País Vasco y su ausencia en Cataluña.
Sin duda, Cataluña y País Vasco no son idénticos. Si lo fueran, la comparación no tendría sentido, pues no habría nada que aprender. La comparación resulta valiosa cuando podemos sacar enseñanzas de los parecidos y las diferencias entre los casos. En este sentido, hay grandes parecidos entre ambas regiones (las dos cuentan con lengua propia, tienen una fuerte tradición nacionalista, una industrialización temprana, son comunidades divididas, ambas pertenecen al mismo Estado, etc.). Por eso mismo, no es disparatado preguntarnos si, a pesar de las diferencias, el independentismo evolucionará en Cataluña de la misma manera que ocurrió en el País Vasco.
Las opiniones de los participantes han estado muy divididas. En términos numéricos, la mayoría ha argumentado que el independentismo no va a remitir en Cataluña. Entre las razones ofrecidas, son muchos los comentaristas que piensan que la represión y judicialización de la crisis constitucional catalana ha ido demasiado lejos. Las heridas que deja la crisis tardarán mucho tiempo en sanar. Los líderes de los partidos independentistas usarán las emociones que esas heridas despiertan para mantener activo el movimiento. Los sucesos del 1-O no se borrarán tan fácilmente de la memoria. Además, a favor de esta tesis son varios los comentarios en los que se recuerda que el conflicto catalán es muy antiguo y no podrá solventarse definitivamente salvo mediante una negociación ambiciosa en la que se alcance un acuerdo satisfactorio para todas las partes. Por último, también se alega que la autonomía de Cataluña no está tan desarrollada como la vasca, tanto por lo que toca al nivel de transferencias como por las diferencias fiscales: en ese sentido, Cataluña tiene todavía un trecho que recorrer y eso servirá de combustible para que el movimiento continúe su lucha.
En esta ocasión, yo me sitúo con el bando minoritario que piensa que, pese a la victoria de los partidos nacionalistas el 21D, el independentismo va a ir desinflándose a lo largo de la legislatura. Las razones son las siguientes (algunas han sido expuestas ya por los participantes, otras las añado ahora). En primer lugar, se ha demostrado que con el grado de apoyo popular con el que cuenta el independentismo (muy importante, pero limitado) la estrategia unilateral no puede funcionar. Esto, en algún momento, generará frustración ente las bases y forzará un replanteamiento de la estrategia. El nuevo Gobierno catalán no podrá seguir con el procés como había hecho hasta ahora. Ya hay indicios múltiples entre los líderes independentistas de reconocimiento de que la vía unilateral está agotada.
En segundo lugar, las filas del independentismo se nutrían (al menos en parte) de una ilusión política, el anhelo de una República catalana. En esa República se depositaban esperanzas muy distintas, que iban de un proyecto muy izquierdista de Estado social a un proyecto abiertamente neoliberal de crecimiento económico, de los cupaires a los conservadores de la antigua Convergencia. Lo que unificaba una coalición tan heterogénea era el sueño de un Estado propio. En la medida en que esa ilusión se irá desvaneciendo a lo largo de la legislatura, el apoyo a la independencia se resentirá inevitablemente.
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En tercer lugar, es bastante probable que los excesos represivos del Estado no se repitan. Quedarán pendientes los asuntos judiciales, que al ritmo que llevan en España pueden alargarse mucho en el tiempo, pero incluso siendo así, lo lógico es que su influencia en la opinión pública catalana vaya remitiendo.
Esto no quiere decir que los partidos nacionalistas catalanes vayan a ser desalojados del poder en las siguientes elecciones. Podrían seguir teniendo una posición dominante, como ha sucedido con el PNV en el País Vasco, organización que continúa gobernando con cierta comodidad a pesar de haber renunciado (al menos temporalmente) al soberanismo unilateral.
A mi juicio, la derecha española utilizará el debilitamiento progresivo del independentismo para considerar que su estrategia ha funcionado, es decir, que se podía resolver el problema sin necesidad de negociar. Como entenderá el lector que siga esta sección habitualmente, esto no es algo que a mí me agrade especialmente. Solo lo consigno aquí en forma de análisis político de lo que está por venir. Seguiremos.
La semana pasada planteé en esta sección de debate la cuestión de si el independentismo evolucionará en Cataluña, tras la crisis constitucional del pasado otoño y la celebración de elecciones el 21D, como lo hizo en el País Vasco tras el fracaso del plan Ibarretxe. A pesar de la tensión política que se vivió en Euskadi con dicho plan, al final las aguas volvieron a su cauce de forma gradual. En su día se dio por muerto el Estatuto de Gernika, mientras que hoy una gran parte de la sociedad vasca lo considera un instrumento útil para ejercer una autonomía amplia dentro de España. La pregunta que formulé es si veremos algo similar en Cataluña o si, por el contrario, el independentismo se mantendrá activo.