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¿Se debe negociar con terroristas?

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Si creemos que España es el único país sometido a una polarización política constante, sin importar el asunto en discusión, es que no estamos al tanto de lo que sucede en Estados Unidos. Barack Obama es posiblemente el presidente más odiado por la extrema derecha de su país desde Abraham Lincoln, también por un asunto de piel. El rechazo es ideológico pero la forma en la que se manifiesta deja al descubierto un fondo racista

Estados Unidos vive estos días un agrio debate político sobre la liberación del sargento Bowe Bergdahl, capturado por los talibanes en Afganistán hace cinco años. (Aquí el vídeo de la entrega grabado por los talibanes). Obama ha aceptado poner en libertad a cinco presos de Guantánamo a cambio del militar norteamericano. Los presos entregados al Gobierno de Qatar tienen relación con los talibanes, no con Al Qaeda. Solo Mohamed Nabi Omari podría haber tenido alguna relación con el grupo de Osama bin Landen, así como con la Red Haqqani.

La derecha del Partido Republicano, el Tea Party y alrededores –es decir, la extrema derecha– ataca al presidente porque, a su entender, ha sentado un precedente que pone en riesgo a soldados y ciudadanos estadounidenses en todo el mundo. Ahora, sostienen, 'los malos' ya saben que pueden obtener algo a cambio. También ponen en duda el patriotismo del sargento, a quien acusan de haber abandonado su puesto por discrepancias en la forma que se conducía la guerra. Otras fuentes otorgan a Bergdahl un papel en los servicios de espionaje de EEUU.

Obama se defiende: EEUU nunca abandona a sus soldados. Sostiene que Guantánamo es una prisión que debe cerrarse y que su Administración apoya el llamado proceso de reconciliación en Afganistán. También influye el hecho de que este país asiático ha dejado de interesar desde el punto de vista estratégico. Ya no es un asunto de prime time. prime timeObama retirará sus tropas en 2016, antes del final de su segundo mandato. Era una de sus promesas: salir de las dos guerras que empezaron George W. Bush y su camarilla de halcones a los que Richard Clarke, antiguo jefe de los servicios contraterroristas de EEUU, señala como posibles criminales de guerra.

También era una promesa electoral, del Yes we Can, cerrar Guantánamo, un agujero negro legal, pero no todas la promesas superan el choque con la realidad, los intereses y el no saber qué hacer con los presos, antes llamados "combatientes enemigos", una fórmula con la que Bush burló las convenciones de Ginebra firmadas también por EEUU.

The New York Times propuso un debate a cuatro expertos –¿se debe negociar?– que discrepan sobre la forma y fondo del acuerdo, pese a que no es la primera vez que EEUU negocia. Muy interesantes los cuatro. Como sucede con frecuencia en el periodismo anglosajón, hasta los contrarios a tus ideas ofrecen luces a tener en cuenta.

¿Se debe negociar con terroristas? ¿Son los talibanes terroristas? ¿Son lo mismo que un grupo radicalizado de la franquicia de Al Qaeda? ¿Qué es terrorismo y quiénes son los terroristas? ¿Quién lo decide? Se trata de un asunto complejo en el que influye la política, el punto de vista de quien gana la guerra y el derecho a escribir la Historia, a decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos. Para los talibanes, los terroristas somos nosotros, las llamadas tropas de paz. Son asuntos complejos en los que son imposibles la luz y los taquígrafos.

Israel es uno de los países más firmes en la lucha contra el terrorismo. En esa lucha no suele preocuparse demasiado por los derechos humanos, la soberanía de los países y la legalidad internacional. Su política es ojo por ojo. Hay excelentes películas sobre esto y la habilidad del Mossad de alcanzar sus objetivos. Pero ese Estado tan duro es capaz de negociar e intercambiar presos, no ya con la Autoridad Nacional Palestina, sino con Hamás e Hezbolá, grupos que considera terroristas.

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(Podríamos hablar de cómo reacciona nuestro Gobierno en estas situaciones. Sería lo lógico dado el tema del artículo, pero la prudencia y la amistad con algunos de los afectados me impide decir nada. Solo una cosa: parece que estamos en buenas manos).

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