Mi hijo se pasa a Ciudadanos

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Escribía aquí hace tres años que “me había salido un hijo de Podemos”. Que a sus 19 años, el joven estudiante se sentía identificado con aquellos chicos de la calle nuevos, frescos y valientes, que contrastaban tanto con los diputados trajeados, amodorrados y arrogantes que habitaban el Congreso. Que le gustaba ser parte de una batalla más o menos épica contra la casta, y también contra la caspa de la política convencional. Efectivamente, votó a Podemos, a pesar de mis intentos por seducirle para que votara a un rejuvenecido PSOE liderado por Pedro Sánchez.

Pero hace unos días me ha dicho que ahora quien le gusta es Rivera. Las encuestas dicen que mi hijo no es un caso aislado. Del voto que pierde Unidos Podemos en los últimos meses, una parte no despreciable va a Ciudadanos, casi tanta como se marcha al PSOE o a la abstención.

¿Qué ha pasado? Los analistas aducen varias razones y probablemente todas influyen.

En primer lugar, la España de hoy no es la de 2014. Aquel año, la tasa de paro fue del 24 por ciento y el crecimiento del PIB, de un escuálido 1,4. La palabra más compartida en las casas y las cafeterías era crisis, y la sensación social de estar en el fondo de un pozo económico solo era comparable a la del hedor de la corrupción. Los Pujol cayeron en desgracia ese año, como también Rato y Blesa, la ministra Ana Mato que tuvo que dimitir por Gürtel, o el rey, que abdicó tras la imputación de su hija. El personal hacía escraches a los políticos del momento, se organizaba en marchas por la dignidad, o resistía a los planes urbanísticos del Ayuntamiento de Burgos en el Gamonal. Los nuevos líderes de Podemos, juntos como los gajos de una mandarina, se reunían en asamblea fundacional. Cataluña empezaba a ser un problema, pero la famosa consulta del 9 de noviembre resultó tan pacífica como inofensiva.

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Este año el paro está en el 17 por ciento, siete puntos menos que en 2014. Y el crecimiento del PIB superará el 3 por ciento, el doble. Empezamos a hablar de la crisis en pasado y el fango de la corrupción llegó ya a tal nivel que, hasta el momento, ya lo sabemos casi todo. Los casos de ayer siguen siendo los mismos de hoy. En el Congreso ahora hay menos corbatas, pero la épica callejera y movilizadora ya no resulta tan atractiva, porque los escaños de Podemos son tan mullidos como los de la bancada azul del Gobierno. La mandarina se ha desgajado y Monedero no está y Errejón y Bescansa se han ido al gallinero. Las confluencias confluyen en el plano de los derechos sociales, pero en los asuntos territoriales se dispersan. Cataluña monopoliza la conversación y la agrava.

En segundo lugar, Ciudadanos ha mantenido una posición muy clara en esos dos asuntos que en este momento son cruciales para la mayoría de los españoles. Los pocos y limitados escándalos en los que se han visto implicados son una mota de polvo en comparación con las manchas en el PP, en el PSOE y en la vieja Convergencia. Y con respecto a Cataluña, Ciudadanos mantiene un relato tan nítido como el del PP, pero mucho más auténtico, porque ellos nacieron allí, su líder se llama Albert y es de la zona y siempre ha defendido lo mismo, estuvieran en Madrid o en Barcelona. Desmarcarse del concierto vasco ha sido a mi modo de ver un acierto, como lo es denunciar el adoctrinamiento en las escuelas catalanas. Elegir algunos asuntos que aquilaten tu narrativa es una buena idea aunque te reste algunos votos en ciertos sectores o territorios. Tanto ha reforzado su relato Ciudadanos como lo ha difuminado Unidos Podemos mientras Cataluña marcaba la agenda pública. La ola de la indignación en 2014 era excelente para el surf de Podemos, tanto como la ola de la unidad territorial lo es para el de Ciudadanos.

Tercero, es muy probable que esta andanada de ataques a Ciudadanos como la nueva extrema derecha española, no esté sino beneficiando a Rivera y los suyos. Sencillamente porque Ciudadanos no es de extrema derecha y resulta por eso muy difícil demostrar lo contrario. Algunos lectores de infoLibre estarán ahora encontrando el motivo para acusarme de ser el Marhuenda de la casa y para anunciar su próxima baja en este diario, cuya dirección jamás ha marcado mi línea de pensamiento. Pero por mucho que me pongan a parir, no va a cambiar la realidad del espacio ideológico que Ciudadanos ocupa para la mayoría de los españoles. Ciudadanos es un partido liberal en lo económico, y progresista en lo social, similar al Partido Liberal del canadiense Trudeau, a En Marcha de Macron, o, incluso, parecido al Partido Democrático de Renzi, tres líderes en los que Albert Rivera puede proyectar sus aspiraciones. A unos les gustará y otros muchos no, pero lo cierto es que las corrientes de la historia ponen a Ciudadanos en un momento tan dulce, como amargo se está volviendo para Podemos.

Escribía aquí hace tres años que “me había salido un hijo de Podemos”. Que a sus 19 años, el joven estudiante se sentía identificado con aquellos chicos de la calle nuevos, frescos y valientes, que contrastaban tanto con los diputados trajeados, amodorrados y arrogantes que habitaban el Congreso. Que le gustaba ser parte de una batalla más o menos épica contra la casta, y también contra la caspa de la política convencional. Efectivamente, votó a Podemos, a pesar de mis intentos por seducirle para que votara a un rejuvenecido PSOE liderado por Pedro Sánchez.

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