Las dificultades del PSOE para formar gobierno

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Se ha dicho ya muchas veces que la formación de gobierno pasa por el PSOE. Si se ordenan los partidos según su ideología y se descartan combinaciones absurdas (por ejemplo, gran coalición PP-Podemos), el PSOE aparece siempre en medio. Sin este partido, no hay acuerdo posible de investidura y no queda otra salida más que celebrar unas nuevas elecciones. Por tanto, para explicar lo que está sucediendo en la política española es preciso, ante todo, dar sentido a la estrategia del PSOE.

El primer dato relevante es que el partido socialista está seriamente dividido. Un grupo de barones territoriales, con Susana Díaz a la cabeza, y con considerables apoyos dentro del partido, cuestiona el liderazgo de Pedro Sánchez. No sé si por motivos estratégicos o de principios, ese grupo de oposición interna quiere evitar a toda costa que Sánchez pueda gobernar con una coalición de izquierdas “a la portuguesa”. Aunque muchos de los barones que forman parte del grupo crítico en la sombra gobiernan en sus comunidades autónomas gracias al apoyo, explícito o tácito, de Podemos, alegan que un pacto a nivel nacional con el partido de Iglesias sería un suicidio político para el PSOE. Y, sabiendo que la suma PSOE-Podemos-IU no es suficiente salvo que se abstengan los “independentistas”, añaden que el coste de obtener el gobierno con la abstención de partidos como Esquerra es inasumible. De ahí esa insistencia en el (mal) argumento de que la alianza de izquierdas no suma (como si sumara la alianza con Ciudadanos…).

Sánchez ha negociado consciente de estas limitaciones. Su salida consiste en lograr un acuerdo con Ciudadanos y, a partir de ahí, generar una dinámica de apoyos que fuerce a Podemos a sumarse o, al menos, a abstenerse. Sánchez parece creer que con Ciudadanos calma a los críticos que anidan en sus propias filas, a la vez que el partido naranja sirve como garantía para frenar las propuestas maximalistas de Podemos, rompiendo de esta manera la dinámica caníbal que sospecha que se establecería en un posible gobierno formado solo por PSOE y Podemos. Así se explica la apelación a la “transversalidad” o al “mestizaje ideológico”, expresiones que usó Sánchez repetidamente en el debate de investidura. Y así se explica también que la comisión negociadora que ha creado el PSOE esté claramente dirigida a atraerse el favor de Ciudadanos: tres de sus miembros, Jordi Sevilla, Rodolfo Ares y José Enrique Serrano, representan el ala más liberal y posibilista del partido.

La estrategia de Sánchez, sin embargo, ha sido hasta el momento demasiado arriesgada, pues buscaba el apoyo de Podemos, aunque sea pasivo, en forma de abstención, pero lo ha hecho, paradójicamente, mediante su exclusión. Me explicaré. Al firmar un acuerdo detallado de gobierno con Ciudadanos, el PSOE se ata las manos ante Podemos. Restringe su poder de maniobra voluntariamente para transformar el acuerdo en un hecho consumado, en un ultimátum que fuerce a Podemos a tomar una decisión difícil. La esperanza del PSOE es que la imagen que transmita Podemos en caso de que se oponga a la formación de gobierno sea tan negativa que su coste electoral le lleve finalmente a optar por la abstención.

Esto, sin embargo, no ha sucedido aún. Podemos, por ahora, se siente cómodo rechazando el pacto PSOE-Ciudadanos. De hecho, la formación de Iglesias ha podido contratacar argumentando que el problema lo tiene el PSOE, por desviarse (una vez más) a la derecha y jugar a la exclusión de las fuerzas políticas a su izquierda. Para ello, ha hecho una lectura muy ideológica del pacto con Ciudadanos, pasando por alto, como si fuera la letra pequeña del acuerdo, algunas propuestas que encajan bien con las suyas y que son indudablemente progresistas, como la paralización de los desahucios, una ley de emergencia social, una renta mínima garantizada y el blindaje del gasto social frente a futuros recortes.

Además, el PSOE ha intentado arrastrar a Podemos negociando acuerdos parciales con IU y Compromís. Si estos dos partidos se hubieran decantado por apoyar al PSOE, la presión sobre Podemos habría sido mucho mayor. Iglesias no podría haber seguido manteniendo que el pacto alcanzando daba lugar a un gobierno de derechas. Pero esos acuerdos, de momento, no han fructificado, pues el PSOE ha ido demasiado lejos en su alianza con Ciudadanos, de manera que ni IU ni Compromís se sienten cómodos con la idea de apoyar a Sánchez.

Aun habiendo fracasado de momento, Sánchez ha ganado posiciones en su guerra interna y, según indican las encuestas, es probable que haya mejorado su valoración en la opinión pública, que mayoritariamente rechaza unas nuevas elecciones que bien podrían reproducir el bloqueo actual. Pero como no vaya Sánchez más lejos, estas ganancias pueden ser efímeras, hasta el punto de que sus críticos podrían apearle en breve de la secretaría general.

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Si no quiere ir a elecciones, las opciones que le quedan a Pedro Sánchez son dos (descarto cualquier fórmula de gran coalición con PP y Ciudadanos, que supondría la destrucción del PSOE en el medio o corto plazo): o de alguna manera extiende y amplía el acuerdo con Ciudadanos, sumando el apoyo de IU y Compromís, de manera que a Podemos no le quede más remedio que abstenerse, o bien pone el contador a cero y se lanza al pacto de izquierdas, pasando por encima de los críticos dentro de las filas del PSOE, con la esperanza de que la gestión del poder acalle las tensiones internas.

La primera opción, una especie de tripartito, es improbable, pues requiere poner de acuerdo en torno a un programa común a dos grupos antagónicos, Ciudadanos y Podemos. La segunda opción es más factible, pero produce temor entre mucha gente del PSOE: no se fían de Iglesias y los suyos; anticipan una experiencia infernal y estéril en caso de un gobierno conjunto. Por eso han levantado una especie de barrera mental que les permita desentenderse del gobierno de izquierdas, el tabú sobre el referéndum: cualquier partido que defienda el referéndum catalán queda inhabilitado para la negociación política. Esto es francamente absurdo, pues el mismo PSC defendía no hace tanto, en 2012, un referéndum, siempre y cuando fuera acordado entre las partes y encontrara cobertura constitucional. Y, en cualquier caso, la abstención de un partido como Esquerra no supondría obligación alguna para el PSOE de colaborar en la “desintegración” de España.

Haría bien el PSOE en quitarse sus temores de una vez. Según he argumentado en artículos anteriores, nuestro país atraviesa una crisis social durísima, con mucha gente que ha quedado en la estacada, y es preciso ensayar políticas nuevas y más ambiciosas para acabar con la pobreza y reducir la desigualdad. La alianza de las izquierdas es, además, la favorita entre la ciudadanía, tal y como reflejan múltiples encuestas. Asimismo, con un pacto de esta naturaleza se abriría la posibilidad de forjar una alianza progresista en Europa entre todos los gobiernos de izquierdas del sur de Europa (España, Grecia, Italia y Portugal) que presionara para acabar con las políticas de austeridad. Por último, desde un punto de vista estrictamente electoral, el PSOE podría volver a conectar con su electorado progresista y Podemos, ante la dureza de la experiencia de gobierno, tendría que renunciar al purismo ideológico típico de los partidos de izquierda que nunca gobiernan.

Se ha dicho ya muchas veces que la formación de gobierno pasa por el PSOE. Si se ordenan los partidos según su ideología y se descartan combinaciones absurdas (por ejemplo, gran coalición PP-Podemos), el PSOE aparece siempre en medio. Sin este partido, no hay acuerdo posible de investidura y no queda otra salida más que celebrar unas nuevas elecciones. Por tanto, para explicar lo que está sucediendo en la política española es preciso, ante todo, dar sentido a la estrategia del PSOE.

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