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Electrónica, la basura de la vergüenza

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América Valenzuela

No hay manera de escapar de lo electrónico. El ordenador es una herramienta indispensable para casi cualquier desempeño profesional y un elemento más de un hogar. El móvil es nuestro fiel compañero. Los electrodomésticos, lámparas, baterías, pilas, tabletas, consolas o impresoras son parte del día a día. Todos estos dispositivos electrónicos, cuando se estropean, conforman la basura más incómoda de los últimos tiempos. Desechos que crecen a un ritmo tan vertiginoso como nuestra dependencia de ellos. Residuos que contaminan los suelos, el agua, la atmósfera y que, en su inmensa mayoría, acaban en los países pobres. Esos territorios son el vertedero electrónico del mundo desarrollado.

Se estima que cada año se generan unas 42 millones de toneladas de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos en todo el mundo. La cifra crece a ritmo enloquecido. En 2017 se calcula que serán 65 millones. De toda esta ingente cantidad, tan solo 6,5 millones llega a los canales oficiales de reciclaje.

Los españoles generamos unos 17 kilogramos per cápita. La legislación obliga a la recogida y tratamiento adecuado de los residuos, sin embargo solo se está retirando alrededor de cuatro kilos por habitante, lo que marca la directiva europea. A las plantas registradas en la Asociación de Empresas de Residuos y Recursos Especiales sólo llega el 30% de la basura electrónica que se genera en nuestro país. Europa solo procesa de manera segura un tercio de la basura electrónica que genera.

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El problema, o el truco para no quedarse con la basura, es que los países que usan los aparatos electrónicos no han desarrollado un método eficaz de recogida y gestión de los residuos. Así, la inmensa mayoría acaba, de manera irregular, en vertederos de países en desarrolloEstados Unidos, Europa y Japón generamos la mayoría de la e-basura con destino ilegal.

Lugares como Guiyu, en China, o Agbogbloshie, en Ghana, son ejemplos de esta vergüenza. Son conocidos como los lugares más tóxicos del planeta. Sin protección, cientos de miles de basureros extraen las partes valiosas de los aparatos desechados. El entorno está cargado de compuestos tóxicos derivados de la quema de plásticos, circuitos y ácidos que usan para recuperar los metales que las empresas comprarán para fabricar nuevos aparatos con los que alimentar esta rueda de codicia y abuso. Las disfunciones neurológicas, afecciones respiratorias y alteraciones digestivas son lo común. Se envenenan con cada minuto de trabajo.

La rápida innovación tecnológica que mejora las prestaciones de los dispositivos y la creatividad de las empresas para ilusionarnos con sus novedades hacen que la vida de los productos sea cada vez más corta, el consumo mayor y la acumulación de e-basura se disparee-basura. Si nos quejamos como consumidores y exigimos plena responsabilidad sobre los residuos a las empresas que fabrican los productos, pondremos nuestro necesario grano de arena para tumbar este moderno despotismo.

No hay manera de escapar de lo electrónico. El ordenador es una herramienta indispensable para casi cualquier desempeño profesional y un elemento más de un hogar. El móvil es nuestro fiel compañero. Los electrodomésticos, lámparas, baterías, pilas, tabletas, consolas o impresoras son parte del día a día. Todos estos dispositivos electrónicos, cuando se estropean, conforman la basura más incómoda de los últimos tiempos. Desechos que crecen a un ritmo tan vertiginoso como nuestra dependencia de ellos. Residuos que contaminan los suelos, el agua, la atmósfera y que, en su inmensa mayoría, acaban en los países pobres. Esos territorios son el vertedero electrónico del mundo desarrollado.

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