Sin duda, la gente suele tener mala opinión de los políticos. Hasta que conoce a alguno de los buenos. El tópico establece que los políticos son personas ambiciosas y manipuladoras, poco honestas, dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus fines. Estoy seguro de que hay muchos políticos así, pero la mayoría de los que he conocido a lo largo de mi vida no encajan bien en esa descripción. Quizá el rasgo que más llama la atención de un político sea su ambición por llegar a la cumbre del poder. Quienes se quedan solamente en esa ambición, son unos oportunistas. El buen político, sin embargo, es capaz de embridar y dirigir esa ambición personal hacia un interés genuino por mejorar su país, de acuerdo con sus convicciones ideológicas. O, dicho de otra forma, el líder auténtico consigue fundir su ambición de poder con un proyecto de mejora social.
Carme Chacón, en mi opinión, cumplía esas condiciones. Tenía las cualidades necesarias para ser no sólo una buena ministra, sino también para ejercer el liderazgo al más alto nivel. Conocí un poco a Chacón, lo suficiente para reconocer su inteligencia, preparación y gran valentía. Aun no compartiendo algunos de sus planteamientos, me parece que fue una política extraordinaria.
No quiero dejarme llevar por la simpatía personal que siempre sentí hacia ella, sino valorar políticamente su figura. Una figura, por cierto, que hasta el día de su prematura muerte fue muy controvertida. En muchas ocasiones actuó por libre y se lo hicieron pagar caro. Sufrió campañas mediáticas durísimas y dentro del partido eran muchos quienes echaban pestes de ella. Pero como estaba poseída por la pasión política y tenía una notable fuerza interior, acababa levantándose tras cada zancadilla recibida.
A mi juicio, Chacón representaba lo mejor del espíritu renovador y progresista encarnado en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero: un compromiso cívico y democrático sólido y un proyecto de transformación realista pero ambicioso. Su paso por el Gobierno, primero en el Ministerio de la Vivienda y luego en el Ministerio de Defensa, da pie a valoraciones muy diversas, que no me corresponde a mí realizar aquí. Tan solo quiero señalar que, cuando llegó la crisis económica, ella fue plenamente consciente de la brecha que se abría entre el Gobierno y el partido por un lado y la ciudadanía por otro. Dada su vocación política, se planteó en consecuencia optar al liderazgo del partido con la pretensión de cerrar dicha brecha cuanto antes y renovar profundamente el PSOE.
Ver másLos socialistas homenajean a Chacón en el Congreso en el primer aniversario de su fallecimiento
Es bien sabido que quiso presentarse a las primarias en la primavera de 2011, tras el anuncio del presidente Zapatero de que no volvería a ser cabeza de cartel socialista. Las fuerzas conservadoras del PSOE se alarmaron porque sabían bien que Carme, como antes he dicho, iba por libre y quería cambiar las anquilosadas dinámicas del partido y sus estructuras de poder. Se salieron con la suya, forzando mediante oscuras maniobras su renuncia a las primarias, y dejando así el camino despejado para que el candidato a presidente de Gobierno fuera Alfredo Pérez Rubalcaba.
Aunque no es esta la ocasión para desarrollar el argumento, creo que la decisión de no celebrar primarias en el PSOE en 2011 fue el comienzo de todos los desastres que luego han ido asolando al partido. Chacón trató de resarcirse presentándose a la Secretaría General en el Congreso de Sevilla de 2012, pero el formato del Congreso, basado entonces en el voto de los delegados, le restaba muchas posibilidades frente a unas primarias en las que interviniese la militancia. A pesar de todo, estuvo a punto de ganar. Al PSOE viejo le entró el vértigo y salió elegido Rubalcaba: el resto ha sido desde entonces una triste historia de decadencia.
El PSOE se ha vuelto un partido cada vez más introvertido, que se reivindica apelando a sus glorias pasadas, que no quiere enfrentarse abiertamente a la pérdida de credibilidad que sufre en las grandes ciudades, entre la gente joven y en las clases medias. Chacón era consciente de que el partido necesitaba romper con esquemas, prácticas y generaciones que le impedían responder a los retos que abrió la crisis. Quería imponer un estilo nuevo, “libre de ataduras”, como repitió insistentemente en el discurso del Congreso de Sevilla, pero no le dejaron. No sólo el PSOE, creo que todo el país se perdió a una gran líder política.
Sin duda, la gente suele tener mala opinión de los políticos. Hasta que conoce a alguno de los buenos. El tópico establece que los políticos son personas ambiciosas y manipuladoras, poco honestas, dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus fines. Estoy seguro de que hay muchos políticos así, pero la mayoría de los que he conocido a lo largo de mi vida no encajan bien en esa descripción. Quizá el rasgo que más llama la atención de un político sea su ambición por llegar a la cumbre del poder. Quienes se quedan solamente en esa ambición, son unos oportunistas. El buen político, sin embargo, es capaz de embridar y dirigir esa ambición personal hacia un interés genuino por mejorar su país, de acuerdo con sus convicciones ideológicas. O, dicho de otra forma, el líder auténtico consigue fundir su ambición de poder con un proyecto de mejora social.