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Ayuso, antídoto contra el covid

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Durante la última semana, derechas e izquierdas han dado mil vueltas a los resultados de las elecciones madrileñas. Buena parte de las respuestas a los interrogantes suscitados se obtienen observando las fotos del sábado por la noche en Madrid y Barcelona, justo cuando acababa el estado de alarma. Las plazas que hace diez años aglutinaban la indignación, hoy son un botellón al grito de "Libertad". La primera obligación de todo aquél que se dedique a la política es intentar entender estos procesos. No es fácil. Nunca lo fue.

En los dos bloques ideológicos, cuya estanqueidad -a espera de confirmación en las encuestas postelectorales- parece haberse resquebrajado al menos un 5%, se han producido cambios sustanciales, algunos de los cuales responden a la particular idiosincrasia castiza vigente en el kilómetro cero, pero otros son susceptibles de encontrar réplica en diversos territorios. Conviene preguntarse, con todas las cautelas que da la proximidad de las elecciones y la ausencia de mayores datos, qué tienen en común las dos vencedoras del 4M, Isabel Díaz Ayuso y Mónica García. La respuesta no sorprenderá a nadie que haya estudiado la dinámica electoral: el futuro. Entre los elementos que influyen en la decisión del voto, es conocido que esta mirada hacia adelante tiene un enorme peso. Es cierto que para construir tal percepción se parte de una valoración de lo que cada cual ha hecho en el pasado, pero en el voto no pesa tanto el balance de lo que queda atrás como la promesa de futuro.

Mónica García articuló una campaña conectando bien eso que se llama valores postmateriales -medio ambiente, salud, igualdad, etc– con las condiciones más materiales de vida. No habló de sostenibilidad, sino de transporte público; no hacía énfasis en teorías feministas, sino en propuestas de conciliación; huía de enfatizar los riesgos esclavistas del teletrabajo para plantear la reducción de la jornada laboral. Podría pensarse que se trata de un post-postmaterialismo, o de un neo-materialismo, o ya veremos cómo se acaba nombrando. En cualquier caso, una propuesta de futuro satisfactoria para un segmento social nada desdeñable.

De Ayuso se ha dicho hasta la saciedad que ganó porque fue capaz de crear y/o interpretar un estado de ánimo, y así es. Pero hizo más: articuló una promesa de futuro. Lo peculiar es que consistía justo en volver al pasado, al momento prepandemia, a ese instante en que el virus aún no había irrumpido en nuestras vidas. Supo atraer a muchos madrileños y madrileñas con su promesa de una libertad individual que permitiría dejar a un lado los imponderables de la pandemia y dar por sentado que es posible ignorar el coronavirus o convivir con él evitando las consecuencias económicas y sociales de las restricciones propuestas por quienes vienen priorizando la lucha contra los contagios. Es decir, que quienes votaron a Ayuso pensaron que de esa manera conjuraban la enfermedad y, como si de un chasquido de dedos se tratara, conseguirían volver a ese mundo en el que el covid no existía. Una especie de regreso al futuro, aunque al revés.

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Las papeletas del PP, y también las de Vox, fueron percibidas como un billete de vuelta a los viejos buenos tiempos de 2019, cuando vivíamos sin mascarillas, sin las UCIs al borde del colapso, sin toques de queda ni confinamientos, con bares y restaurantes a tope, libertad de movimientos y alegría "a la madrileña" -que ahora parece ser un tipo de alegría especial e identitaria, "nacional" incluso-. Se votó contra el covid en un arrebato retrotópico que hubiese hecho las delicias de Bauman, cuya obra póstuma, Retrotopía, ha cobrado en la capital de España un preciso significado.

Esta retrotopía, con su idealización de un supuesto pasado feliz al que sería preciso volver, ha estado presente en las últimas ensoñaciones de la ultraderecha, desde Trump a Salvini y desde Bolsonaro a Erdogan. El febril deseo de tantos españoles y españolas de viajar en el tiempo para reconstruir aquella normalidad plenamente "normal" perdida en marzo del año pasado encaja como un guante en los argumentarios y las consignas de nuestras derechas. Por eso, entre otras cosas, Madrid votó como votó. Apenas hubo réplica ni argumentos que lograsen sacar al electorado de su onírica nostalgia ni que introdujeran en la campaña la contundencia de la lógica.

La réplica a Ayuso no podía construirse sólo sobre cifras de enfermos, fallecidos, UCIs saturadas y residencias abandonadas a su suerte. La única contestación con opción de ganar a la propuesta retrotópica era la construcción de una propuesta de futuro ilusionante, creíble, que diera respuesta a ese estado de ánimo. Desde luego, algo muy alejado de las aparatosas disyuntivas ideológicas que solo una minoría considera reales.

Durante la última semana, derechas e izquierdas han dado mil vueltas a los resultados de las elecciones madrileñas. Buena parte de las respuestas a los interrogantes suscitados se obtienen observando las fotos del sábado por la noche en Madrid y Barcelona, justo cuando acababa el estado de alarma. Las plazas que hace diez años aglutinaban la indignación, hoy son un botellón al grito de "Libertad". La primera obligación de todo aquél que se dedique a la política es intentar entender estos procesos. No es fácil. Nunca lo fue.

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