No hace tanto que a cada comienzo de campaña electoral le acompañaba un debate sobre su utilidad. Dos semanas donde los candidatos se reunían con sus seguidores más convencidos haciendo un derroche económico ofensivo y repitiendo los previsibles mantras de cada cual. Todo esto ha cambiado en apenas unos años, un indicador más del terremoto político que estamos viviendo.
Ya ocurrió en 2015 como reflejan bien las investigadoras Gema García-Albacete, Marta Fraile y Mónica Ferrín en este artículo, en el que el análisis empírico confirma que la campaña electoral había contribuido a eliminar las diferencias de conocimiento existentes.
En esta ocasión hay poderosas razones para pensar que va a seguir siendo así, tanto por el número de indecisos que señalan las encuestas como por el movimiento continuo que se va viendo en los trackings diarios entre partidos del mismo espectro ideológico. El número de indecisos que señala el CIS es similar al que detectó en los previos de la campaña de 2015, si bien esta vez la indecisión es mayor por la derecha –aquí y aquí hay buenos análisis–. Si se analiza en perspectiva la evolución de los flujos de votos que van y vienen, se verá que un pequeño accidente en los diez días que quedan puede decantar el resultado en uno u otro sentido. Esto lo saben los responsables de campaña, así que no sería de extrañar que tuvieran guardados ases en la manga para el último momento. Atentos a sus pantallas...
Los motivos para entender la importancia de la campaña hay que buscarlos en las novedades que tiene respecto a las anteriores. En primer lugar, es inevitable que esta convocatoria de elecciones generales esté operando como una suerte de segunda vuelta de las andaluzas. Sus resultados no dejaron indiferente a nadie: ni a la izquierda que se quedó en casa y le ha visto las orejas al lobo, ni a la derecha que se ha venido arriba tras un resultado inesperado y reconfigurando sus fuerzas en el espectro conservador. Existen, por tanto, motivos importantes para la movilización.
Por otro lado, la aparición de Vox por vez primera como fuerza con aspiraciones a entrar en el Congreso y el Senado reclama el interés informativo de los electores. Una fuerza nueva en sus expectativas –como ocurrió en 2015 con Podemos y Ciudadanos– que no es una fuerza cualquiera. A esto le sigue la fragmentación de la derecha en tres candidaturas una vez que Ciudadanos, en una maniobra poco comprensible, ha decidido ubicarse nítidamente en la bancada conservadora.
Todo esto dibuja un nuevo sistema de partidos en el que cada cual debe volver a ubicarse, y cuyo discurso ya no es previsible como lo fue en los tiempos tranquilos de la alternancia y el bipartidismo. Cuando el PSOE se abstuvo para apoyar la investidura de Rajoy nada hacía pensar que hoy estaría abrazando una nueva versión de la socialdemocracia. Tampoco era imaginable que el Podemos que quería asaltar los cielos con el impulso del 15M hoy esté enmarcando su discurso en la Constitución. Y de la derecha, ¡para qué hablar! En la cabeza de nadie cabía que Rajoy hablara de que computen los no-natos para la familia numerosa, ni mucho menos que Ciudadanos, que había venido a regenerar la política y a erigirse por encima de la divisoria izquierda–derecha, ahora imponga un cinturón sanitario al PSOE para echarse en brazos del PP mientras se deja acariciar por Vox.
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Los partidos son conscientes de esto y están ocupando los territorios conocidos y explorando los novedosos. A los rituales como el inicio de campaña, los mítines centrales de cada candidato –por cierto, todos señores–, y los debates sobre los debates, ahora la atención se vuelca no sólo en las redes sociales –eso ya lo hemos vivido y hemos aprendido cómo funciona–, sino en campañas con segmentación extrema de públicos donde cada partido le cuenta a cada elector lo que quiere oír, y por primera vez en nuestro país de forma general, la campaña se cuela en nuestro Whatsapp. No se pierdan este trabajo de Antoni Gutiérrez Rubí donde explica el uso de la mensajería instantánea en las campañas electorales. "Todos los medios han señalado a WhatsApp como el canal clave para estas próximas elecciones. El protagonismo adquirido ha sido a base de titulares, pero sobre todo de realidades venidas de experiencias anteriores y del uso que se había hecho. Su asociación con las fake news es un hecho y los resultados obtenidos confirman que se ha convertido en un pilar fundamental en la estrategia de comunicación de los partidos políticos".
Recapitulando: unas elecciones con el resultado andaluz en el retrovisor, una nueva formación –y no una cualquiera- con opciones de obtener representación, un nuevo sistema de partidos en liza con discursos poco previsibles y nuevas formas de expandir la campaña a la intimidad de nuestros móviles.
¡Cómo no va a importar la campaña! Harán bien los candidatos en emplearse a fondo. Unos, aprendiendo a disputar entre ellos el voto del electorado conservador; los otros, engrasando una nueva convivencia e intentando no cometer errores. Prepárense para una larguísima semana de pasión.
No hace tanto que a cada comienzo de campaña electoral le acompañaba un debate sobre su utilidad. Dos semanas donde los candidatos se reunían con sus seguidores más convencidos haciendo un derroche económico ofensivo y repitiendo los previsibles mantras de cada cual. Todo esto ha cambiado en apenas unos años, un indicador más del terremoto político que estamos viviendo.