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Decídselo a vuestros hijos: vamos a seguir envenenándolos

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Con motivo del #DíaMundialdelaInfancia que se celebra este lunes asistiremos a multitud de mensajes que nos alertarán sobre el estado de la educación, el drama que supone para los pequeños la enorme brecha de desigualdad que se ha abierto en nuestro país, o la necesidad de ayudar a nuestros hijos e hijas a manejarse en un mundo cada vez más tecnológico. Todo esto es imprescindible recordarlo. Pero hay una cosa que probablemente no se oirá, y es algo que lo cambia todo. Seamos valientes y digamos: “Hijos, hijas: vamos a seguir envenenándoos”.

La Cumbre del Clima celebrada en Bonn bajo presidencia de Fiyi, –isla del pacífico que está viviendo en primera persona los efectos del cambio climático–, ha terminado con la misma sensación que la pasada reunión de Marrakech: el subidón político del Acuerdo de París puede quedarse en nada como no se concreten, pronto y firmes, las medidas que permitan reducir la velocidad del cambio climático y que nos ayuden a adaptarnos al nuevo planeta.

Mientras esto ocurre, los más vulnerables son los que más pagan las consecuencias. Si eres niña, pobre, y de un país en vías de desarrollo, serás la víctima perfecta. Por su desarrollo biológico, por su mayor consumo energético y metabólico y, sobre todo, porque tienen más expectativas de vida, los niños son uno de los colectivos más afectados por el cambio climático.

A la injusticia que supone que sean más víctimas quienes menos responsabilidad tienen, hay que añadir la derivada de las desigualdades económicas, que supone que países con menos recursos, o personas con menos renta dentro de los países desarrollados se vean especialmente afectadas. Según describe Unicef-Comité español en el informe El impacto del cambio climático en la infancia en España elaborado en colaboración con Ecodes, en los barrios más pobres las viviendas están peor aisladas, se dan más casos de pobreza energética, la alimentación es de peor calidad, hay menos espacios verdes, y por si fuera poco, en muchos casos están rodeados de industrias contaminantes, por lo que las afecciones a la salud son mucho mayores que en zonas de mayor renta. He aquí un caso de doble injusticia: el cambio climático afecta más a los que menos responsabilidad tienen, y a los que disponen de menos recursos para hacerles frente.

Los desafíos que esto nos plantea muestran a las claras las dificultades del cambio de modelo imprescindible: en el mundo científico existe práctica unanimidad a la hora de identificar un cambio climático de origen antrópico que lo cambiará todo, tal como se expresa en este manifiesto firmado por 15.000 científicos de todo el mundo. Disponemos cada vez de más tecnología capaz de superar algunos de los retos pendientes –no todos, por supuesto–, y crece entre los jóvenes una mayor conciencia social de su importancia, como se ha visto en la encuesta Global Shapers publicada recientemente por el Foro Económico Mundial, que afirma que el cambio climático es la primera preocupación entre los millenials.

Sin embargo, el cambio se resiste y cumbre tras cumbre, año tras año, asistimos a eternas negociaciones sobre mecanismos de financiación de esta transición imprescindible, o sobre las relaciones entre los países desarrollados y los que llamamos en vías de desarrollo que reclaman no volver a ser víctimas del desorden mundial una vez más. Y es que el cambio ha de hacerse con justicia, como bien explica el concepto de transición justa acuñado por el movimiento sindical en las negociaciones climáticas para referirse a “un instrumento para un cambio rápido y justo a una sociedad con baja emisión de carbono y resistente al clima”.

Especial vergüenza siente una cuando ve que España se ha quedado en el club de las energías sucias al negarse a entrar en la alianza internacional formada por 20 países y 6 provincias o estados federados para eliminar el carbón para producción de electricidad de aquí a 2030. Según refleja en su informe Un oscuro panorama el Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente, “en 2014, la contaminación de las 15 centrales térmicas de carbón españolas provocó 459 hospitalizaciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias, 709 muertes prematuras, más de 10.500 nuevos episodios de asma en niños y pérdidas económicas de entre 800 y casi 1.700 millones de euros anuales”. Parece que el Gobierno no vela ni por nuestra salud, ni por nuestra economía.

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No obstante, y como ustedes me suelen pedir alternativas, he de decirles que hay motivos para la esperanza: Pese a las políticas negacionistas de Trump, en la Cumbre del clima uno de los stands más potentes ha sido el de los ayuntamientos, estados y universidades estadounidenses que han anunciado que seguirán apostando por un nuevo modelo energético y trabajando contra el cambio climático. No sólo eso: cada vez son más las entidades de diferente índole que están incorporando el cambio climático entre sus prioridades, como el caso de Unicef antes citado. Y algo estará cambiando en las profundidades cuando el mundo financiero se está moviendo hacia negocios limpios alejados del riesgo que suponen los combustibles fósiles. Me encanta citar como ejemplo –por lo que tiene de simbólico–, la propuesta del Fondo noruego de retirar sus inversiones de los combustibles fósiles por el riesgo que suponen.

Ahora bien, ¿tendremos la valentía de abordar el debate de fondo sobre nuestro modelo económico, que es lo que nos ha traído hasta aquí? Si no lo hacemos volveremos a caer en un ejercicio de gatopardismo y agravaremos las causas del desastre. El planeta tiene unos límites contrarios a la lógica de acumulación capitalista. Sólo si cambiamos el paradigma de la dominación de la naturaleza –propio de la modernidad– hacia otro modelo que busque la convivencia, la adaptación y la biomímesis, podremos empezar a recorrer un camino más seguro.

Hay quien dice que los humanos no estamos programados para entender y actuar en asuntos a largo plazo. Quizá. Pero si nos planteáramos que un día podríamos sentarnos frente a nuestros hijos para anunciarles “hemos conseguido dejar de envenenaros”, es muy posible que nos pusiéramos manos a la obra de inmediato.

Con motivo del #DíaMundialdelaInfancia que se celebra este lunes asistiremos a multitud de mensajes que nos alertarán sobre el estado de la educación, el drama que supone para los pequeños la enorme brecha de desigualdad que se ha abierto en nuestro país, o la necesidad de ayudar a nuestros hijos e hijas a manejarse en un mundo cada vez más tecnológico. Todo esto es imprescindible recordarlo. Pero hay una cosa que probablemente no se oirá, y es algo que lo cambia todo. Seamos valientes y digamos: “Hijos, hijas: vamos a seguir envenenándoos”.

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