Pocas veces como ahora Occidente ha contenido la respiración en espera del resultado de unas elecciones. Hace cuatro años la designación de Trump como presidente inauguró un ciclo de populismo de extrema derecha que está poniendo a prueba los cimientos de las democracias. En aquel momento, analistas, comentaristas, estudiosos y expertos en distintas disciplinas nos equivocamos en muchos aspectos. Hoy, pagamos las consecuencias.
Pensamos que Trump no ganaría en 2016. Creímos que su figura esperpéntica, amplificada por los medios de comunicación y por las siempre sospechosas redes sociales generaría risa, burla y rechazo en buen parte del electorado estadounidense. No fue así. Ganó, como había ganado unos meses antes la salida del Reino Unido de la Unión Europea, haciendo del Brexit un antes y un después en la historia de la UE. Hoy sabemos que ambas votaciones, la británica y la estadounidense, tienen más elementos en común de los que se vieron entonces. Sectores sociales que se sienten amenazados por las macrotendencias (revolución tecnológica, migraciones, cambio climático, incremento de la desigualdad…) encontraron en los discursos de Trump y los brexiters argumentos para culpar de su miedo a un chivo expiatorio: el establishment globalizador como culpableestablishment y los inmigrantes como consecuencia de sus políticas y símbolo de todas las amenazas. Frente a lo que se dijo en un primer momento, a Trump no le votaron los perdedores de la globalización –esos ya no votan-, sino quienes tenían miedo a ser las siguientes víctimas.
Comprobada la victoria, creímos que su partido primero y el conjunto del sistema después le atarían corto y le irían haciendo entrar por los raíles de la democracia. Pensábamos que el conjunto del establishment disponía de mecanismos para ir corrigiendo los excesos y las tendencias suicidas de un presidente tan sistémico que pretende pasar por antisistema. Nos equivocamos de nuevo. Quizá porque los partidos están en vía de extinción, porque traspasado cierto límite de decencia ya dan igual las críticas y los cortafuegos que se puedan poner, o porque el sistema –pese a ser el norteamericano un complejo y robusto conjunto de pesos y contrapesos, los famosos checks and balances- es más vulnerable de lo que se creía, Trump no sólo no se ha amoldado a lo que se espera de un presidente, sino que ha contaminado a buena parte del Partido Republicano y de la sociedad norteamericana con su discurso del odio. El motivo para la esperanza hoy son los republicanos que ya se han plantado frente a Trump y que están haciendo campaña por Biden, como Cindy McCain, viuda del senador McCain denostado por Trump, que encabeza la campaña por Biden en el reñido Estado de Arizona.
Ratificada su capacidad de destrucción, volvimos a errar pensando que no podría cumplir prácticamente nada de lo que prometía. Efectivamente, si se mide en términos de eficacia en su gestión, el balance es francamente negativo. Ahora bien, si se mira un poco más lejos, se comprobará cómo EEUU es hoy un país más desigual, más crispado, con una polarización creciente -que le permite a Trump tener una fidelidad muy estable- y crecientemente violento. La decisión de Walmar de retirar armas y municiones de la venta es todo un indicador. Y aterra escuchar, como me decían desde California hace unos días una pareja de mujeres demócratas, activistas de la ecología y el pacifismo, que ellas mismas están pensando en comprar un arma –que reconocían no saber usar– para poder protegerse de lo que pueda suceder la próxima semana. El balance de gestión de Trump, si se mide por los indicadores de su discurso de la confrontación, ha sido todo un éxito. La espiral de odio y violencia está en marcha.
Perseverando en los errores, por si esto fuera poco, empezamos a ver el populismo como la causa de todos los males que asolan a Occidente, sin entender que, más que la causa, es el síntoma que nos indica que algo estaba fallando en lo más profundo de la sociedad. Algo tan arraigado y tan de base que a veces incluso es difícil de detectar con las herramientas de que disponemos. Hoy todavía nos sorprendemos cuando vemos los índices de desconfianza en las democracias o cómo la polarización afectiva se ha instalado en la sociedad. Nos han hecho falta cuatro años de Trump y unos cuantos sustos en la vieja Europa para empezar a entenderlo. (Por cierto, quien quiera entender qué es eso de la polarización afectiva y cómo ha evolucionado, que no se pierda este trabajo de Mariano Torcal y Luis Miller en The Conversation).
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Junto a estas equivocaciones, pasamos por alto otros elementos no menos importantes. Apenas reparamos en que lo que Trump inauguraba –con el precedente del Brexit-, era un ciclo de populismo de extrema derecha que no tardaría en llegar a Europa de la mano de Steve Bannon, quien supo identificar bien las potencialidades de Orban en Hungría, Salvini en Italia, Farage en Reino Unido o Wilders en Holanda. Si "El movimiento", como se llama la organización liderada por Bannon, no ha tenido el éxito que esperaba es por la idiosincrasia y complejidad de las nuevas extremas derechas europeas, como se explica en este artículo, pero conviene no perderlo de vista. Si les parece exagerado, lean estas declaraciones de Iván Espinosa de Los Monteros en El Periódico: "Trump nos ha señalado el camino y hemos visto que su respuesta tiene sentido. Por eso a Trump y a nosotros nos vota la clase trabajadora".
El próximo martes se decide si ese ciclo de populismo de extrema derecha sale revalidado, habiendo demostrado ya lo que es, o si por el contrario sale derrotado, en lo que sería un importante punto de inflexión. Existen muchas dudas sobre cómo reaccionarán los trumpistas si el resultado es el que pronostican todas las encuestas y no hay que descartar una oleada de violencia entre sus seguidores. Si Biden gana, las democracias occidentales tendrán una oportunidad de salir de esta crisis fortalecidas a condición de que sepan leer lo que expresan los votantes de Trump, Orban… y Abascal. Si Biden pierde, esta oportunidad será toda una necesidad para sobrevivir.
Para entender lo que pueda pasar, no se pierdan este artículo de Ramón Lobo en infoLibre, este podcast con corresponsales dirigido por Monserrat Dominguez en El País, este webinar del Real Instituto Elcano, este análisis de propuestas de demócratas y republicanos de CIDOB, este especial del New York Times para seguir mejor la noche electoral y y esta completa guía de recursos elaborada por Antonio Gutierrez Rubi.
Pocas veces como ahora Occidente ha contenido la respiración en espera del resultado de unas elecciones. Hace cuatro años la designación de Trump como presidente inauguró un ciclo de populismo de extrema derecha que está poniendo a prueba los cimientos de las democracias. En aquel momento, analistas, comentaristas, estudiosos y expertos en distintas disciplinas nos equivocamos en muchos aspectos. Hoy, pagamos las consecuencias.