España, ni pasado ni futuro

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Que España, en toda su diversidad, no ha sido capaz de explicar, entender y asumir su propia Historia es algo tan evidente que se ha convertido casi en un lugar común. A día de hoy la polémica sobre el pasado preside los debates políticos vigentes, sea en Cataluña o en Madrid. La memoria se convierte así en un arma del presente contraponiendo versiones, ocultando unos sucesos, destacando o tergiversando otros. Quizá por eso las leyes de memoria democrática se estrellan contra la tenaz oposición de quienes se remiten permanentemente al imaginario conservador o abiertamente reaccionario. Siguen miles de muertos en las cunetas, no se sabe qué hacer con el Valle de los Caídos, el callejero de cada ciudad es un campo de batalla, y sucedidos tan horrendos como el robo de niños, que según todas las evidencias se llevó cabo durante los cuarenta años de dictadura e incluso después de la misma, se resisten a romper las puertas del conveniente olvido. Duele comprobar que entidades como Ceaqua tengan que seguir batallando para desbloquear la aprobación de la Ley de Bebés Robados, arropada por recomendaciones de organismos internacionales y admitida a trámite en el Congreso de los Diputados por unanimidad en noviembre de 2018. Aquí más información.

El ejemplo más reciente de estos problemas con la memoria se ha podido ver en la crisis con Marruecos y la llegada a Ceuta de miles de personas, muchas de ellas menores, lanzadas sobre la plaza por las autoridades marroquíes. Al producirse tal situación, las derechas extremas han rechazado, a veces con singular encarnizamiento, las escenas más humanas, esas que reconfortan con este lado de la frontera: un guardia civil salvando de la muerte a un bebé, una voluntaria de Cruz Roja consolando con su abrazo a un joven arrebatado por el llanto, unos legionarios entreteniendo a niños y jóvenes recién llegados, etc. Para los partidarios de las respuestas “duras”, esas imágenes han simbolizado debilidad, sentimentalismo barato, entreguismo, buenismo, y, en última instancia, traición. Así que han aprovechado para reclamar Ejército, respuesta armada, ruptura de relaciones con Marruecos y un retorno a las supuestas gestas militares en el norte de África. Por supuesto han procurado erosionar la posición del Gobierno obviando lo delicado del momento. Los más beligerantes se revolvían estos días en un curioso laberinto argumental a propósito del Sahara llamado español, cuya descolonización, por cierto, jamás fue llevada a cabo de acuerdo con los protocolos habituales. ¿Debe o no debe nuestro país apoyar el referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui propuesto por la ONU? ¿Hemos de romper relaciones con Marruecos o, por el contrario, en un ejercicio de cínico pragmatismo, adherirnos a la vieja política norteamericana y francesa que considera al Reino del Sur un decisivo aliado estratégico? Sobre todo: ¿Cómo es posible que se olvide la absurda guerra que se libró durante más de quince años, entre 1911 y 1927, para controlar el Rif, y en la que perdieron la vida decenas de miles de españoles y de marroquíes? ¿De qué glorias pasadas nos hablan hoy los “halcones”, si durante la dictadura franquista hubo que ceder el territorio de Sidi Ifni, y el propio Sáhara en 1975, bajo presión armada y perdiendo vidas de la manera más absurda? Nunca hubo épica alguna en la pretensión española –atizada entonces por los predecesores de quienes hoy desprecian el “buenismo” y piden sangre– de construir un nuevo imperio colonial en África. Fue una trágica y costosísima mentira. Pero esa Historia es desconocida actualmente por gran parte de la ciudadanía.

Expresiones de frustración

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España tiene un serio problema al sur, de eso no cabe duda. Pero resolverlo mediante bravatas, odio y falsedades no llevará a ninguna parte. Esconder la Historia para repetir algunos de sus momentos en versiones todavía más grotescas es inadmisible. Esto de ahora no se arregla con ejercicios de islamofobia –tampoco normalizando el islamofascismo integrista, que conste– ni pretendiendo reeditar un pasado infeliz y trágico, ni dando por sentado que con Marruecos solo cabe desplegar tanques y buques de guerra. Será preciso vertebrar una posición común de la Unión Europea, combinar firmeza con diplomacia y sobre todo exhibir una mínima unidad política interna. Mientras, salvar bebés y abrazar a los seres humanos que se juegan la vida buscando un futuro mejor será lo único que podemos hacer para mantener nuestra propia dignidad e intentar que la situación, tan dura y tan triste en sí misma, no nos desborde. Recordemos el pasado. Resolvamos de una vez nuestras diferencias con la Historia.

Y si mal nos llevamos con la Historia, no tenemos mejor relación con el futuro. Esta semana, ante la presentación de un ejercicio de prospectiva para situar cuáles son los grandes ejes y escenarios que condicionarán la España de 2050, no han faltado quienes han despreciado la iniciativa alegando una ensoñación y dejando en evidencia su desconocimiento sobre este tipo de trabajos. Las más de seiscientas páginas elaboradas por expertos en los distintos temas tendrán que ser la base de una amplia conversación pública, tanto política como social, que hará bien en poner en solfa, fruto de este ejercicio de deliberación, muchas de las afirmaciones para aprehenderlas como es debido e intentar alcanzar una hoja de ruta compartida sobre el futuro. Más allá de los fuegos artificiales, o de la deseabilidad de haber articulado un discurso que explicara que pensar a futuro no significa obviar el presente, debería saludarse un proyecto que sitúa a España en el club de los países más avanzados en la materia.

Sin embargo, el apego por lo inmediato se apodera de todo. Ni permite aprender del pasado para interpretar el presente, ni levantar la mirada para otear los horizontes de futuro. Otra asignatura pendiente.

Que España, en toda su diversidad, no ha sido capaz de explicar, entender y asumir su propia Historia es algo tan evidente que se ha convertido casi en un lugar común. A día de hoy la polémica sobre el pasado preside los debates políticos vigentes, sea en Cataluña o en Madrid. La memoria se convierte así en un arma del presente contraponiendo versiones, ocultando unos sucesos, destacando o tergiversando otros. Quizá por eso las leyes de memoria democrática se estrellan contra la tenaz oposición de quienes se remiten permanentemente al imaginario conservador o abiertamente reaccionario. Siguen miles de muertos en las cunetas, no se sabe qué hacer con el Valle de los Caídos, el callejero de cada ciudad es un campo de batalla, y sucedidos tan horrendos como el robo de niños, que según todas las evidencias se llevó cabo durante los cuarenta años de dictadura e incluso después de la misma, se resisten a romper las puertas del conveniente olvido. Duele comprobar que entidades como Ceaqua tengan que seguir batallando para desbloquear la aprobación de la Ley de Bebés Robados, arropada por recomendaciones de organismos internacionales y admitida a trámite en el Congreso de los Diputados por unanimidad en noviembre de 2018. Aquí más información.

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