Cuando escribo estas líneas aún no conocemos los resultados de las elecciones andaluzas, así que no esperen encontrar aquí un análisis de las reacciones más o menos exaltadas de las derechas.
Sabemos que los conservadores andan experimentando la sensación, nueva para ellos, de compartir el mismo espacio electoral entre varios, y que no es fácil situarse en esa dinámica -¡que se lo digan a las izquierdas!-, máxime en un momento tan volátil y complejo como el actual. Por eso buscan nuevos argumentos con los que expandir su electorado, y en algunas ocasiones se equivocan.
El error ha alcanzado casi el ridículo en el asunto de Madrid Central. Se ha llegado a compararlo con el Muro de Berlín y se le ha denominado "gueto". Medios de comunicación conservadores y líderes políticos de la derecha han pretendido valorar un supuesto derecho a la contaminación por encima del derecho a la salud. Y les ha salido mal. La puesta en marcha de la nueva política de movilidad del Ayuntamiento de Madrid ha resultado mejor que lo que las propias responsables municipales preveían, demostrando así que las sociedades se adaptan a los cambios mejor de lo esperado. No es la primera vez que ocurre –ley antitabaco, endurecimiento de multas por exceso de velocidad y carnet por puntos, etc.–, ni algo que se desconozca por los estudiosos de las dinámicas sociales.
En este caso se trata de defender el derecho a la salud, que es tanto como defender la vida. Según el Instituto de Salud Carlos III, en España son prácticamente 10.000 las muertes prematuras asociadas a los problemas de contaminación del aire en las ciudades, a lo que hay que sumar el incremento de enfermedades cardiorespiratorias, neurológicas, alergias e incluso depresiones asociadas a la polución.
Frente a esto no hay mucho que argumentar. Pero si se quieren introducir en el debate los aspectos económicos, podemos hacer las cuentas de lo que cuesta a la sanidad pública tratar estas enfermedades. O, en positivo, poner en la balanza el mayor dinamismo económico y comercial de las zonas peatonales que ya existen en Madrid, en otras ciudades españolas y en buena parte de Europa.
La derecha hará mal, por tanto, en buscar aquí un nuevo argumentario que suena viejuno, trasnochado y sucio. Ya no estamos en 1983, cuando los populares se oponían a cerrar a los coches el Parque del Retiro. Que vayan cualquier sábado por la mañana a preguntar a las miles de personas que están corriendo, paseando, con las barcas, jugando, o turisteando y les pregunten.
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Se olvidan de que serán las rentas más altas y las clases medias-altas, que viven en el centro de las ciudades, las que primero comprobarán los beneficios de respirar un aire más sano, y a una mala, las que antes podrán disponer de modernos y estilosos coches eléctricos. Las derechas españolas aún no se han dado cuenta, pero esto del medio ambiente se ha convertido en algo de lo más cool. Que se lo pregunten a Schwarzenegger, que lidera los movimientos de fomento de las energías renovables en Estados Unidos; a Merkel, que ha puesto punto final a las nucleares; o a los distintos alcaldes conservadores de Vitoria, que hicieron de su ciudad una Green Capital, el distintivo que otorga la Unión Europea a las ciudades que pueden presumir de calidad ambiental.
Más preocupante puede ser articular la ciudad y la movilidad de forma que una gestión más sostenible no reproduzca ni agrande la desigualdad, una de las principales herencias de la crisis. Los detractores de Madrid Central han estado asegurando que el tráfico que saliera del centro se concentraría en los alrededores, en barrios de población más humilde, y han advertido que los obreros no podrán entrar en el centro de Madrid con su coche diésel. Pues bien, los datos demuestran que estos mantras caen por su propio peso: por lo que sabemos hasta el momento –que es lo mismo que ha pasado en otras ciudades–, el tráfico en la periferia de Madrid ha aumentado mínimamente, y ese obrero imaginario de la periferia hace tiempo que entendió que al centro hay que acudir en Metro. Eso sí, necesitará que la Comunidad de Madrid no se auto-boicotee como prestadora de este servicio, como ha estado haciendo reduciendo el número de trenes en días clave como el Black Friday.
Madrid ha entrado en el siglo XXI y esperemos que el resto de ciudades hagan lo propio más pronto que tarde. Parecía una utopía y hoy se ha hecho realidad. Como se harán otros criterios de planificación urbanística que parten de lo urbano como ecosistema y defienden el derecho a la ciudad. En la Carta para la planificación ecosistémica de las ciudades que está promoviendo Salvador Rueda, director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, se expresa magistralmente: "Las ciudades son ecosistemas urbanos donde los seres humanos constituyen su componente principal. Los ecosistemas urbanos son los sistemas más complejos creados por la especie humana. Si se pretende abordar su transformación de manera holística venimos obligados a formular modelos sintéticos que incidan en los componentes principales de los sistemas urbanos".
Cuando escribo estas líneas aún no conocemos los resultados de las elecciones andaluzas, así que no esperen encontrar aquí un análisis de las reacciones más o menos exaltadas de las derechas.