Los dos grandes pactos sobre los que se articuló la convivencia española desde 1978, el social y el territorial, han saltado por los aires en los últimos años. Uno de los efectos, hasta la fecha, es la aparición de nuevas formaciones en el Congreso que reflejan ambas rupturas. En lo social no debe olvidarse que, aunque Podemos no es el 15M, sin el 15M no se entendería Podemos. El “no nos representan” entró en las instituciones para representar a quienes habían perdido la confianza en ellas, y gestionar lo que entonces llamaban la “emergencia social”. En lo territorial, las tensiones se reflejan no sólo en las filas independentistas catalanas o vascas, sino en la aparición en unos casos y reaparición en otros de fuerzas de la “España periférica”. La famosa fragmentación del Parlamento debe entenderse, por tanto, como un reflejo de la ruptura de esos dos grandes pactos nacidos de la Transición de 1978.
Con esa quiebra se ha abierto una Caja de Pandora con vientos en todas las direcciones. Desde una parte importante del ámbito conservador se intenta reaccionar desde el convencimiento de que en la Transición fueron ellos quienes más cedieron, y hoy, conscientes de que se vuelve a vivir un momento de cambio, quieren recuperar el terreno perdido. La polémica decisión de la Junta Electoral Central justo antes del inicio del debate de investidura, la reacción de la cúpula episcopal llamando a “estar muy alerta” ante una “situación crítica” y a “rezar por España”, o artículos incendiarios de personas relacionadas con el Ejército, son una muestra de que la oposición no se va a quedar en las paredes del Congreso, como han advertido –con idénticas palabras– tanto Pablo Casado como Santiago Abascal. La única idea de España que son capaces de admitir es la suya, sin concesión alguna a cualquier otra posibilidad. España les pertenece y por tanto ellos definen qué es y qué no es el patriotismo, el constitucionalismo y la traición. Solo así se entiende la amenaza de Pablo Casado de denunciar a Pedro Sánchez por prevaricación si, ante la negativa de Torra a acatar la inhabilitación, no aplica el artículo 155 en Cataluña. Con un lenguaje que recuerda a la España decimonónica, entre continuos gritos e insultos, los discursos del bloque conservador no dejan lugar a dudas de la imposibilidad en esta legislatura de llegar a acuerdos transversales necesarios en los grandes temas. Porque lo que hoy está en pugna es precisamente eso, la idea de España. De ahí que continuamente se esté aludiendo a las esencias y que el debate de investidura se haya convertido en una pugna sobre quién define qué es España, la Patria y sus leyes fundamentales.
“Hay que resetear el conflicto en Cataluña”, dijo Sánchez en el primer día de la sesión de investidura, y aunque se quedó allí, es obvio que eso supone resetear España entera, de ahí lo hercúleo de la tarea. Los distintos discursos de aquellos que, por activa o por pasiva, presumiblemente acabarán apoyando la formación de un Gobierno progresista dejaron ver las diferentes visiones que cada uno de ellos tiene sobre muchos de los temas clave, no sólo el territorial. En la concreción de ese programa socialdemócrata moderno que desgranó Sánchez, tanto dentro de sus filas como en las relaciones con Unidas Podemos surgirán –si efectivamente se forma Gobierno– desacuerdos que sería aconsejable gestionar como signos de salud democrática. En el asunto territorial los desencuentros con unos y otros serán todavía mayores, y es posible que el camino, aunque se avance, no llegue a ningún destino concreto en los años que dure la legislatura. Con todo, ninguna de estas diferencias serán insalvables si se consigue el objetivo principal: romper el bloqueo en el que la política española se ha instalado de la única manera posible, reseteándola.
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Para afrontar la ruptura de los dos pactos constituyentes, el social y el territorial, los partidos en el Gobierno están obligados a trenzar alianzas, tanto dentro como fuera del Parlamento, que consigan generar la confianza suficiente para un cambio de este calado. El principal desafío del momento no es tanto solucionar la cuestión catalana, como crear las condiciones que permitan gestionar los grandes y más urgentes desafíos: la crisis climática, la revolución tecnológica, la desigualdad, etcétera, y para ello se necesita disponer de una idea, un concepto y un modelo de país compartido.
Con la ruptura de esos dos acuerdos constituyentes se impone un momento “reconstituyente”. Hoy es necesario pensar una idea de España inclusiva, alejada del imaginario franquista, en el que todavía está para una parte de la población, y evitar que nadie se la apropie, algo que también quedó pendiente en la primera Transición, y que debe acometer sin demora esta segunda. “España es más que el PP”, le espetó Sánchez a Casado, aludiendo al carácter patrimonialista que la derecha española ha tenido siempre de la patria.
Efectivamente, España es más que el PP, que el PSOE, y que todas las fuerzas políticas juntas, pero hoy el debate debe ir más allá. Las tensiones que existen en la calle, la ruptura de consensos básicos, la desafección de la ciudadanía, o el hecho de tener que recordar cada vez con mayor frecuencia las más elementales reglas de la democracia, indican que España necesita repensarse hasta encontrar una idea en la que, con las debidas y saludables diferencias, la ciudadanía se reconozca. Si finalmente el próximo martes Pedro Sánchez es investido presidente, este será, nada menos, el principal reto al que deberá enfrentarse su Ejecutivo. La aritmética parlamentaria y la magnitud del desafío aconsejan crear un buen cuerpo diplomático dentro y fuera del hemiciclo. Adversarios convertidos en enemigos no van a faltar.
Los dos grandes pactos sobre los que se articuló la convivencia española desde 1978, el social y el territorial, han saltado por los aires en los últimos años. Uno de los efectos, hasta la fecha, es la aparición de nuevas formaciones en el Congreso que reflejan ambas rupturas. En lo social no debe olvidarse que, aunque Podemos no es el 15M, sin el 15M no se entendería Podemos. El “no nos representan” entró en las instituciones para representar a quienes habían perdido la confianza en ellas, y gestionar lo que entonces llamaban la “emergencia social”. En lo territorial, las tensiones se reflejan no sólo en las filas independentistas catalanas o vascas, sino en la aparición en unos casos y reaparición en otros de fuerzas de la “España periférica”. La famosa fragmentación del Parlamento debe entenderse, por tanto, como un reflejo de la ruptura de esos dos grandes pactos nacidos de la Transición de 1978.