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El error

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El error de Pedro Sánchez ha sido temer más al miedo que a hacer política. Lo intentó, hay que reconocérselo. Fue loable su intento de gobernar con Ciudadanos, pero también ingenuo en un tiempo en que Podemos no estaba tan por la labor de revisar sus propias posiciones como ahora. Tarde, en todo caso, para todos. Tarde para rectificar, pero quizá no tanto para aprender de los errores. Y Pedro Sánchez ha cometido alguno de bulto antes de desembocar en el festín sangriento de la guerra civil socialista al que estamos asistiendo.

De todos los caminos que se le abrían terminó por no escoger ninguno, por esperar no se sabe qué y le ha estallado su partido con mucho más estrépito y metralla que el que le hubiera rasgado las carnes de optar por convertirse en lo que no tuvo valor de ser.

Es evidente que para cambiar hay que hacer las cosas de manera diferente y Pedro Sánchez no ha querido o no ha sabido. Y podía haber cimentado una carrera y un prestigio político insólitos de haber tenido coraje. Pero se necesitaba mucho; y diplomacia y perspectiva histórica, y convicción. Por no entrar en rasgos de carácter que no me corresponde señalar porque no tengo el gusto de conocer personalmente al todavía secretario general del PSOE, pero quizá necesarios también en un momento como éste.

A pesar del ascenso de Podemos el PSOE seguía siendo el referente principal de la izquierda española. Y era así por mucho que en redes sociales se calentara el tópico “PPSOE” o en la espuma de la ola del deseo de cambios algunos dieran más valor a las nuevas alternativas de izquierda del que en realidad iban a cosechar en las urnas.

Pero me parece que no era tan evidente para Pedro Sánchez y su equipo, y el miedo a Podemos les llevó a movimientos de tablero que de entrada eran imposibles. Un gobierno “de progreso” con un Pablo Iglesias reclamando ministerios y una derecha nacionalista –derecha, insisto– que lleva décadas demostrando que sólo arbitra cuando el resultado le es favorable, era y es un despropósito que ni hubiera arreglado la situación ni a medio plazo le hubiera resultado útil a él y a España. La opción de sumar a Ciudadanos y Podemos con distintos grados de compromiso en otra posibilidad de gobierno se había mostrado inviable desde el primer momento, pero Sánchez se empecinó y al final el partido de Iglesias tuvo que volver a decirle que no y Ciudadanos dejarle también claro que con los de Podemos, ni al lavabo. Lo cual reparte las responsabilidades de bloqueo entre unos cuantos, conviene no olvidarlo.

Sólo tenía, por tanto, un camino para evitar unas nuevas elecciones que beneficiarán fundamentalmente al Partido Popular que, de seguir así, con esta alegría de citas electorales, va a conseguir en medio año volver a la mayoría absoluta. Era y es la opción más difícil, la más arriesgada, la que más chocaba con la determinación pública que habían mostrado Sánchez desde el principio y, –y esto es lo más relevante creo yo– la más aterradora desde el punto de vista personal y político: la abstención en la investidura de un presidente del Partido Popular. Lo que hoy está dispuesto a hacer sin él la mitad del Partido Socialista.

Optando por el “pase de la muerte” Pedro Sánchez habría ganado mucho más que autoridad en su partido. Hoy sería ya un líder de la oposición que haría historia por asumir de verdad esa responsabilidad, en tanto manejaría resortes reales de contrapoder fruto del precio que habrían tenido que pagar los populares por su abstención. Que no sería un apoyo al PP, sino una cesión temporal de la responsabilidad de gobierno con condiciones fijadas en una negociación previa. Sin duda habría recibido críticas, ataques feroces, seguro que también descalificaciones personales y hasta le hubieran tildado de corrupto desde las filas de quienes no quisieron apoyarle en su día y ahora se arrepienten. Pero estaría jugando una baza de supervivencia política propia y de su partido absolutamente insólita en la vida política española al amparo de una responsabilidad patriótica. Creo que de haberlo hecho habría emprendido un camino de reconstitución de la izquierda desde la oposición vigilando y controlando a un gobierno que no tendría más remedio que estar a su merced. Se habría curtido Pedro Sánchez en esa batalla acercándose a medio plazo a ese que parecía su deseo incontrolable de gobernar, pero lo habría hecho despacio, con paciencia, como se consiguen los objetivos importantes.

Una suerte de ruleta rusa

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Todos habríamos ganado: España, gobernabilidad y probablemente prestigio; la izquierda –no sólo el PSOE–, una reafirmación interna y de posiciones de la que ahora está coja y que facilitaría una verdadera alternativa a medio plazo. Habría obligado además a Ciudadanos a definir con más claridad su posición. Y habría agachado a un Partido Popular que no podría gobernar como hasta ahora lo hacía.

Pero se equivocó, como lo ha hecho el resto de la izquierda planteando posturas de máximos y negándose a hacer política. Como lo han hecho todos los cabezas de los cuatro grandes partidos que desde su fracaso en diciembre deberían estar ya fuera de la circulación.

Acaso por eso estamos donde estamos, acaso por eso se esté incendiando el PSOE, acaso por eso este país tenga que sufrir el final del sueño de acabar con el bipartidismo por la vía de la autodestrucción de la izquierda y el resurgir de una derecha a cuyo contrapeso ni se le ve ni se le espera.

El error de Pedro Sánchez ha sido temer más al miedo que a hacer política. Lo intentó, hay que reconocérselo. Fue loable su intento de gobernar con Ciudadanos, pero también ingenuo en un tiempo en que Podemos no estaba tan por la labor de revisar sus propias posiciones como ahora. Tarde, en todo caso, para todos. Tarde para rectificar, pero quizá no tanto para aprender de los errores. Y Pedro Sánchez ha cometido alguno de bulto antes de desembocar en el festín sangriento de la guerra civil socialista al que estamos asistiendo.

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