El incendio de Interior y los cuatro errores del ministro

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En este verano de incendios devastadores, el más sonoro lo ha prendido un ministro del Interior que se ha equivocado claramente en su decisión de hablar con Rato en su despacho oficial, por mucho que haya decidido subirse al sostenella y no enmendalla y parezca que no tiene intención de bajarse.

Se equivocó Fernández Díaz al decidir hablar directamente con Rato. Se equivocó al utilizar para el encuentro el mismísimo Ministerio de Interior. Se equivoca al mantener públicamente y en sede parlamentaria que hizo lo correcto. Y se equivocará si sigue avivando la llama de la polémica llevando a los tribunales al Partido Socialista que ya lo ha hecho con él en la Fiscalía.

Parto del principio de que pese a todas las dudas que uno pueda tener, no estoy en condiciones ni creo que en buena ley deba de hacerlo, puesto que no tengo más información que la de los medios y el propio Fernández Díaz, de poner en tela de juicio su palabra. Creo, además, que sería de una torpeza muy superior a la media habitual desplegar algún tipo de influencia más o menos sutil sobre el poder judicial que en estos momentos tiene en su mano el presente y el futuro del expresidente de Bankia. No es descartable, por supuesto, pero creo que sería excesivamente tosco.

Aceptado entonces, con una enorme dosis de buena fe, que el encuentro trató de lo que dice Fernández Díaz, y que no hubo ninguna suerte de compromiso oculto con Rato más allá de tranquilizar al exbanquero hoy imputado sobre su seguridad personal, parece claro que el ministro se ha equivocado tomándose una libertad que no le corresponde y que ha hecho un uso del poder político por lo menos discutible.

De entrada, por hablar con Rato de una cuestión que afecta hoy por hoy a miles de personas en España. Quizá decenas de miles que se sientan amenazadas en las redes, en la calle, o en sus casas por gentes que quieran agredirles de las mil formas que se puede agredir a un ciudadano libre: violencia física, violencia verbal o incluso violencia institucional. No se puede hacer distingos en la igualdad de los ciudadanos ante la ley, y mucho menos el ministro del Interior. Si recibe a un ciudadano inquieto debe hacerlo con todos los que se sienten así. Y no vale que haya sido una personalidad relevante en su partido o que sea amigo personal. El ministro del Interior gestiona la seguridad de todos, no la de los amigos o cercanos por encima del resto de mortales.

No debió, por tanto, hablar con él de este asunto. Pero sobre todo no debió hacerlo en el propio Ministerio. Nunca. Sostiene que para evitar especulaciones y demostrar transparencia, pero en realidad al verle en su despacho lo que hizo fue convertir el encuentro en institucional, darle carta de oficialidad: el ministro recibe al señor Rato. En este caso, la transparencia no sería un valor, puesto que la conversación no fue pública o dada a conocer en sus exactos términos, más allá de la comparecencia parlamentaria.

Puestos a hablar con un amigo, podría haberlo hecho en otro ámbito más personal. Probablemente criticable también, pero al menos no sería oficial, y no sembraría las dudas –o las certezas– que siembra sobre la diferencia de trato a ciudadanos desde el propio Gobierno. Razón esta última –atendiendo, insisto, a las propias palabras del ministro, creyendo en ellas– por la cual no debería sostener en sede parlamentaria que hizo lo correcto. ¿Es lo correcto recibir a una persona amenazada sólo porque se le conoce o es importante? ¿Es lo correcto oficializar el encuentro haciéndolo en el Ministerio? Si eso cree el ministro es que tiene un concepto del gobierno democrático algo discutible.

En cuanto al último de los errores, no iré de policía del fututro como en Minority Report criticando el hecho antes de que se produzca. Pero haría muy mal el ministro Fernández Díaz en seguir con esta historia intentando que los tribunales le dieran la razón frente a la crítica en bloque de la oposición, y en particular las acusaciones del Partido Socialista. Pero eso ya es más una cuestión personal o hasta de partido sobre la que anticipar algo resulta algo arriesgado.

Lo relevante de toda esta historia que, repito, parte de aceptar el criterio expresado por el propio titular de Interior, está en lo que se esconde tras sus cuatro equivocaciones, sobre todo las tres primeras: un concepto de la gestión pública que acepta como normal establecer diferencias y que ante el espejo confunde su propia imagen con la acción perversa del enemigo y eso le imposibilita ver la realidad.

En este verano de incendios devastadores, el más sonoro lo ha prendido un ministro del Interior que se ha equivocado claramente en su decisión de hablar con Rato en su despacho oficial, por mucho que haya decidido subirse al sostenella y no enmendalla y parezca que no tiene intención de bajarse.

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