Lecciones de maquiavelismo que aprendimos de Pedro J.

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La información impacta cuando se cuenta por capítulos. El País nunca supo hacerlo con la maestría de Pedro J. El director de El Mundo sabía cómo administrar la información para que mantuviera la tensión durante largo tiempo y no se evaporara en un solo día. En el caso Bárcenas, apunte a apunte. En el caso GAL, detalle a detalle dentro del sumario. Tras el 11-M, durante años, suposición a suposición. Sobre la facturación de UGT Andalucía, curso a curso, boli a boli, maletín a maletín. Pedro J. no deja que una buena historia resulte demasiado corta.

Es fácil vender como “investigación” lo que es pura compraventa de informaciones o recepción de venganzas. El listado es inmenso y el relato complejísimo, pero recordemos el papel de Juan Alberto Perote revelando información reservada, a Mario Conde comprándola, luego al juez Garzón tomándose la revancha contra el presidente que no le quiso hacer ministro sino solo secretario de Estado… Fueran de ese calibre o de menor importancia (revelaciones de empleados despedidos, por ejemplo, en el caso de UGT), El Mundo ha sabido siempre ser el instrumento de los vengadores. No hay mejor lugar en España para romper la agenda de un Gobierno que las páginas del periódico El Mundo. Ese es mérito de Pedro J.

Si insistes, al menos queda la duda. De acuerdo, lo de la conspiración del 11-M quedó en poca cosa y si hoy ves las portadas de El Mundo de los días posteriores al atentado, te partes de la risa. Pero aún en 2011, siete años tras el atentado, El Mundo preguntaba en encuesta de Sigma Dos: “¿Cree usted que se sabe toda la verdad sobre el atentado del 11-M?” y claro, el 70 por ciento decía que no. Por supuesto: “¿toda la verdad?” ¿Qué es “toda la verdad”? Es como cuando también en El Mundo, en aquellos mismos años pestilentes de entre 1993 y 1996, se preguntaba “¿Cree usted que Felipe González debe dimitir?” Si preguntas en cualquier sitio si alguien debe dimitir, tienes ya un cierto porcentaje de respuesta positiva, porque mucha gente cree que si el encuetador lo pregunta por algo debe ser.

Mejor una buena historia que mil estadísticas. Ya sea un señor de un bar que se resiste a prohibir fumar, una madre catalana que pide que sus hijos sean escolarizados en castellano, un maletín falso de Salvador Bachiller… Una historia asienta mejor una verdad, o una supuesta verdad, que las estadísticas más incontrovertibles. Se puso en boca de Stalin (en realidad no lo dijo así, sino de forma mucho más larga y alambicada), la frase: “Un millón de hombres muertos son una estadística; un hombre muerto es una tragedia”. Pedro J. Ramírez lo sabe bien.

Si te atacan, victimizarte puede ser una buena opción. Aún hoy sigue pareciendo sorprendente que Pedro J. lograra salir airoso del asunto del vídeo aquel, considerando que mientras los otros medios silenciaban el caso (en una especie de conjura corporativa que algún día alguien quizá pueda explicar), era el mismísimo periodista quien más contaba sobre el “montaje contra el director de El Mundo”. ¡En su propio periódico! Eso es arte.

Mejor una buena imagen. También en esto Pedro J. Ramírez es un maestro. Capaz de llevar a la primera página completa de su diario el proyecto de decoración del nuevo despacho de la ministra de vivienda Trujillo (filtrado por algún funcionario harto de la jefa, sin duda), como paradigma de despilfarro.

Inteligente estrategia de “moderación”. Primero en el periódico, y luego en la radio y en la tele. Mientras el director de El País no bajaba al ruedo de las tertulias, Pedro J. no tenia ningún problema en compartirlas. Uno de los hombres más poderosos del panorama mediático en la misma mesa con redactores de diario. De manera que unos medios se complementaban con otros, no solo técnicamente sino también ideológicamente, al pasearse por tertulias generalmente más radicales que su propio periódico. Una estrategia que ha trasplantado a las redes sociales como Twitter.

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De vez en cuando una de arena. No hay nada mejor para incrementar tu credibilidad que conceder de manera esporádica algo a tu adversario. Frente al maniqueísmo de otros medios, tanto de la derecha como de la izquierda, Pedro J. ha sido capaz, al menos con algunos personajes, de mantener una cierta reserva, admitiendo muy de vez en cuando sus argumentos.

Elegancia, siempre elegancia. A pesar de haber sido sujeto de querellas y demandas, y de sonadas polémicas y enfrentamientos, de ser uno de los personajes más controvertidos de la historia de la democracia, no se recueda a un Pedro J. con los pies fuera del tiesto. Calmado, siempre calmado. Por ejemplo, hace pocos días en la trifulca radiofónica con el presidente de la Comunidad de Madrid.

Pero el mayor peligro de este tipo de personajes suele ser la soberbia. Y al final, una derecha que controla los terminales del Gobierno, y una empresa con problemas económicos de primera dimensión, coinciden en una suerte de tormenta perfecta que se ha llevado por delante a alguien incluso tan astuto como Pedro J. Ramírez. Felipe no pudo, Aznar ni Zapatero tampoco. Ha tenido que ser Rajoy (¡qué cosas!), gracias a esa conjunción milenaria tan conservadora como es el poder y el dinero de la derecha.

La información impacta cuando se cuenta por capítulos. El País nunca supo hacerlo con la maestría de Pedro J. El director de El Mundo sabía cómo administrar la información para que mantuviera la tensión durante largo tiempo y no se evaporara en un solo día. En el caso Bárcenas, apunte a apunte. En el caso GAL, detalle a detalle dentro del sumario. Tras el 11-M, durante años, suposición a suposición. Sobre la facturación de UGT Andalucía, curso a curso, boli a boli, maletín a maletín. Pedro J. no deja que una buena historia resulte demasiado corta.

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