“Hay banderas que cambian la dirección del viento” “Hay banderas que cambian la dirección del viento”“Hay banderas que cambian la dirección del viento”
Jugarán Iniesta y diez más; o Messi y diez más; o Cristiano Ronaldo y diez más, suelen decir los comentaristas deportivos cuando se trata de resaltar a la estrella indiscutible de un equipo de fútbol. A seis días de unas elecciones generales, es fácil darse cuenta de la necesidad que tenemos de héroes, de líderes, abanderados, personas a las que entregar las llaves de la casa y el timón de la nave. Es verdad que pedimos ideas y nos dan ídolos, pero también que la condición indispensable para que muchos existan es que alguien los represente y dé la cara por ellos. A muchos les gustaría hacerlo, pero lo merecen pocos, cada vez menos, porque desde la época de la Transición hasta ahora, el nivel de los aspirantes a la Moncloa ha descendido de manera dramática, hasta el punto de hacernos creer que cuando llegan al Gobierno en realidad no son ellos los que mandan, sino otros poderes en la sombra. Es decir, que antes eran primeras espadas y ahora son afiladores.
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El sábado empezó su segunda vida artística, veinte años después, sobre el escenario del Palacio de los Deportes de Madrid, con todo el aforo vendido y ante un público que estuvo tres cuartas partes del concierto en pie y con las manos echando humo, la gira El gusto es nuestro, un espectáculo en el que cuatro figuras que llevan cincuenta años bajo los focos volvieron a juntarse para demostrar que el talento no tiene edad y que una buena canción siempre dura más que el tiempo que haya podido pasar por ella. A Ana Belén, Miguel Ríos, Joan Manuel Serrat y Víctor Manuel se les admira, se les quiere y, por encima de todo, se les respeta. Sus seguidores los consideran modelos de conducta, estrellas al alcance de la mano, capítulos decisivos de su educación sentimental. Mientras los aplaudía desde la pista y luego hablaba con ellos en los camerinos, me preguntaba por qué ocurre todo eso y las respuestas vinieron solas: por su honestidad, por su compromiso, porque no son vendedores de humo. “Uno es lo que hace”, le respondía Pablo Iglesias a la periodista Ana Pastor en una reciente entrevista televisiva, aludiendo al modo que el PP tuvo de lograr una mayoría absoluta hace cuatro años, a base de decir mentiras y de hacer promesas que nunca pensó cumplir. Tiene razón, porque en una época secuestrada por el cinismo y la usura, donde lo que se dice en público tiene cada vez menos que ver con lo que se piensa y el engaño resulta el camino más corto, más recto y mejor asfaltado hacia las alturas, se debería exigir por ley que el incumplimiento malicioso de un programa o de los compromisos adquiridos durante una campaña electoral conllevasen el despido automático de los embusteros. Hay quienes se ríen de esa exigencia: son los mismos que ridiculizan la solidaridad, las utopías o el sindicalismo, y cuando lo hacen les brillan los ojos como a los ricos de antes les brillaban los dientes de oro. Ahora, los metales nobles no los tienen en la boca sino en las cajas de seguridad de sus paraísos fiscales, pero el resto sigue igual. La crisis nos ha hecho entender que la realidad está partida en dos: a la izquierda, los refugiados; a la derecha, los valores-refugio. En la mitad dorada, se bebe champán y se fabrica el miedo: cierren las fronteras, sean obedientes, no nos provoquen, los bancos de Europa vaticinan que si gana Podemos, habrá una gran recesión...
La muchedumbre que abarrotaba el Palacio de los Deportes de Madrid repartía sus afectos de forma equitativa entre Ana, Miguel, Joan y Víctor, que eran ovacionados por igual. Ahí no había Iniesta y diez más que valiese, eran cuatro ases y el equipo funcionaba de forma indistinta sin depender de quién llevase la batuta en cada instante; el éxito estaba garantizado con cualquiera de ellos y los otros tres. Yo pensaba: son mis amigos, pero también son mi ejemplo. Cada uno a su modo, ellos representaron en el pasado a eso que se llamó los progres, que es algo de lo que también se reían y se siguen riendo los fachas de ayer y los neoliberales de hoy, cuya táctica no ha variado: primero convierten las cosas en una caricatura, luego afirman que no pueden ser tomadas en serio. A ellos sí, cómo no tomarlos en serio si lo único que saben preparar son funerales.
A seis días de las elecciones que podrían cambiarlo todo y escribir el principio de una nueva historia, da la impresión de que los ciudadanos van muy por delante de quienes pretenden que los sigan otra vez y además parece que alguno de ellos no sólo va a tropezar en la misma piedra, sino que al levantarse la lanzará sobre su propio tejado. A lo mejor es que no dan ganas de seguirlos porque van por mal camino. A lo mejor es que en eso también estaban equivocados y sí que existen las ideologías, no todos son iguales, no dan lo mismo unas ideas que las contrarias y el centro no es el sitio de los justos sino sólo el de los equidistantes. A lo mejor el pueblo, que es otra palabra que unas veces les hacía sonreír con la sonrisa torcida y otras les hacía enseñar los dientes, ya no va a ser tan fácil de asustar y el domingo va a darle su voto a aquellos a quienes crea que les importamos. Ésa es la clave y ahí hay que buscar la respuesta. Que a nuestro hermoso pueblo le crezcan nuevos brazos y nuevas piernas y sea de nuevo ese árbol talado que retoña y aún tiene la vida, como en ese estremecedor poema de Miguel Hernández al que le puso música Joan Manuel Serrat y que cantaban la otra noche nuestros héroes en el Palacio de los Deportes de Madrid.
“Hay banderas que cambian la dirección del viento” “Hay banderas que cambian la dirección del viento”“Hay banderas que cambian la dirección del viento”