Estas iban a ser las autonómicas y municipales de la vivienda y han acabado siendo los comicios donde un senador del PP, un tal Rollán, afirmó que “los cimientos de la ley de vivienda se levantan sobre las cenizas del atentado de Hipercor”. Que no se les escape un detalle. Pedro Rollán fue presidente interino de la Comunidad de Madrid tres meses, en la primavera de 2019, cuando los populares madrileños estaban en la ruina. Antes de eso cayó Cristina Cifuentes, sucia vendetta de los corruptos mediante. Después llegó el recambio de Ángel Garrido. Duró poco. Prefirió largarse a Ciudadanos, que entonces parecía comerse el mundo, cuando supo que no iba a ser candidato. Quien no contaba con él fue Pablo Casado, que llegó a presidente del PP tras la moción de censura de la Gürtel, anunciando que iba a acabar con los complejos de la derecha.
Federico Jiménez Losantos decía que Rajoy tenía complejos cuando no se plegaba a su piromanía. Esperanza Aguirre se preciaba de no tener complejos cada vez que tiraba de populismo, más que castizo, barato. José María Aznar careció de complejos cuando se atrevió a deslegitimar unas generales dando pábulo a la conspiranoia. En aquel 2019, Casado eligió como candidata a una tal Ayuso, suplente de banquillo, que perdió aquellos comicios y fue presidenta gracias a Ciudadanos. Se dio a conocer como ariete contra el Gobierno en lo peor de la pandemia, a la par que abandonaba las residencias. Su liderazgo empezó a crecer gracias a esa falta de complejos, un eufemismo de principios, aquellos que acercaban al PP a la democracia cristiana y le alejaban de tipos como Trump. Hoy Casado es una nota a pie de página y la mujer desacomplejada mucho más que la presidenta de una comunidad autónoma. Merece la pena recordar la genealogía de esta escapada hacia el precipicio.
Merece la pena porque, me temo, este aparente disparate de resucitar el espantajo de ETA no es sólo una táctica electoral de la derecha, sino una estrategia a medio plazo para alterar por las bravas el mapa político del país. Comencemos por lo evidente. Estas iban a ser las elecciones de la vivienda porque este epígrafe es un conflicto social de primer orden, como nos explican los datos y reflejan las encuestas. Cuando el lugar donde la gente desarrolla un proyecto de vida se vuelve uno de los principales valores especulativos pierde su valor de uso. Y frente a eso la izquierda tenía mejores cartas. ¿Cómo respondió la derecha? Transformando el conflicto socioeconómico en una cuestión de seguridad, o mejor dicho de miedo. Fijando el debate en la okupación, convirtiendo un fenómeno porcentualmente anecdótico en primera plana. Por eso, en vez de hablar de fondos buitre y rentismo, hemos acabado hablando de los escuadristas de Desokupa.
Hacer que el votante se asuste de un guiñol puede dar sus frutos, sobre todo si se cuenta con altavoces potentes para extender el miedo y con un público lo bastante pueril para creerse el embuste. Blackstone no sabemos muy bien qué es, al ejecutivo de un fondo buitre en Manhattan no le ponemos ni cara. El okupa nos lo enseña a diario Ana Rosa ataviado con capucha, nos llega al wasap con rasgos morunos o lo vemos en las redes pasando una papelina. El monigote que se ha inventado la derecha es un monstruo cercano, aunque en nuestro entorno no conozcamos un solo caso como el que nos cuentan: el miedo a dejar de ser propietarios a manos de unos asaltantes sirve de coartada a quienes nos suben el alquiler. Vean más cine negro.
Hacer que el votante se asuste de un guiñol puede dar sus frutos, sobre todo si se cuenta con altavoces potentes para extender el miedo
En junio de 2022, los votantes del PP que deseaban que Feijóo fuera presidente sobrepasaban el 70%. En mayo de este año rozan el 55%. Y eso es un problema cuando has planteado estas elecciones autonómicas como la primera vuelta de las generales. Por eso necesitan a los okupas, de la misma manera que necesitan a los etarras. Que Bildu incluyera en sus listas a condenados por terrorismo en los años 80 era legal pero moralmente reprobable. Ese debía haber sido el debate. Uno que tendría que haber tenido como centro a las víctimas, que denunciaron desde Covite las candidaturas, y al partido abertzale, que asumió que esos candidatos renunciarían a ser concejales en el caso de ser elegidos. El debate no existió porque, como en el caso de la vivienda, se suplantó el asunto principal por un monigote: Pedro Sánchez está vendiendo España a ETA. Según un sondeo de última hora del CIS, publicado este lunes, la polémica prefabricada les ha costado a los socialistas punto y medio en el cómputo general, veremos si alguna ciudad relevante.
No ha habido tal debate, es decir, no ha habido una reflexión pública sobre cómo un país cuida a sus víctimas, sobre cómo un país integra institucionalmente a los que no quieren formar parte de él. No ha habido una discusión sobre si en política lo importante es de dónde vienes o dónde estás, en una España construída, precisamente, sobre la amnesia selectiva de cuarenta años de dictadura. En vez de eso, Nuevas Generaciones del PP ha sacado a pasear una furgoneta con las fotos de Otegi, Page y Sánchez y el lema “que os vote Txapote”. En vez de eso hemos soportado lo de Hipercor y la ley de vivienda. En vez de eso Ayuso dijo que ETA seguía viva y en el poder. Consuelo Ordoñez, presidenta de Covite, pidió respeto y sólo recibió otro desplante. Consuelo, hermana de Gregorio Ordóñez, concejal del PP asesinado por ETA en 1995, ha contestado: “El partido de mi hermano nos ha utilizado. Nos traicionó. Ese es el problema que tengo con el PP”. Y todo esto por punto y medio. Puede que por algo más.
Jucil, sindicato de la Guardia Civil cercano a Vox, aprovechó para exigir la ilegalización de Bildu, algo que rechazó la fiscalía el pasado viernes: “es una formación política democrática”. La dirección nacional del PP, embarrada hasta las cejas bebiendo de la polémica, empezó a tirar del freno de mano al ver que Feijóo estaba fuera de foco. De nuevo Ayuso había tomado el timón y no lo iba a soltar. Este lunes, preguntada por ABC, la líder madrileña del PP ha vuelto a declarar: “Yo no busco ilegalizar Bildu porque no me guste. Mi pregunta es si estamos estudiando todas las vías y si estamos plenamente seguros de que este proyecto es legal y si hemos hecho todo lo que está en nuestras manos para que no vaya a mayores”. Lo primero para ir un paso más allá es atreverte a señalar el punto sobre el mapa delante de todos. Y, ¿a dónde nos quieren llevar?
En España se está intentando poner en marcha un proceso de restauración reaccionaria para alterar nuestra democracia. Este proceso hunde sus raíces en la genealogía con la que comenzamos este artículo. Es una restauración porque pretende eliminar los cambios que se produjeron en la pasada década, que llevaron a la transformación del arco parlamentario bipartidista al actual. Y para ello, si es necesario, contempla la posibilidad de amputar diferentes capas del electorado, empezando por Bildu. Su objetivo es situar al país en unas coordenadas donde un Gobierno de izquierdas como el actual no sea posible, revirtiendo todas las reformas emprendidas y, más allá, emprendiendo un programa de autoritarismo neoliberal. Y puede que haya una derecha que no se sienta del todo cómoda en la operación, mientras que otra la encabeza de forma decidida. Los complejos, ¿recuerdan?
Estas iban a ser las autonómicas y municipales de la vivienda y han acabado siendo los comicios donde un senador del PP, un tal Rollán, afirmó que “los cimientos de la ley de vivienda se levantan sobre las cenizas del atentado de Hipercor”. Que no se les escape un detalle. Pedro Rollán fue presidente interino de la Comunidad de Madrid tres meses, en la primavera de 2019, cuando los populares madrileños estaban en la ruina. Antes de eso cayó Cristina Cifuentes, sucia vendetta de los corruptos mediante. Después llegó el recambio de Ángel Garrido. Duró poco. Prefirió largarse a Ciudadanos, que entonces parecía comerse el mundo, cuando supo que no iba a ser candidato. Quien no contaba con él fue Pablo Casado, que llegó a presidente del PP tras la moción de censura de la Gürtel, anunciando que iba a acabar con los complejos de la derecha.