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Melilla y nuestros turistas sirios

Chema Arraiza

No huyen de la pobreza, huyen por sus vidas. No buscan trabajo: vienen huyendo del odio. No escapan del paro sino de las bombas, del gas, de las ejecuciones sumarias y la tortura, del miedo diario. Huyen de Siria, de la República Centroafricana, de Sudán del Sur, por mencionar lugares obvios. Han atravesado fronteras de las formas más imaginativas y arriesgadas. Llegan a Melilla buscando un remedio temporal para sus vidas rotas. Buscan, necesitan, refugio ante la ruptura de un sistema internacional del que formamos parte. Son refugiados, no inmigrantes.

Como tantos millones de personas en las últimas décadas, éstas personas tienen como un pequeño consuelo la oportunidad de solicitar protección internacional como refugiados. La comunidad de estados ya acordó en los años cincuenta definir al refugiado como aquella persona que “(…) debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores no quiera acogerse a la protección de su país (…)”, como refleja el Artículo 1 de la Convención de Ginebra de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados, posteriormente desarrollado a través de este y otros instrumentos legales.

Dentro de este marco internacional de los derechos de los refugiados se encuentra también el principio de non-refoulement. Esto es, la no devolución de la persona perseguida a su perseguidor. Este principio de no devolución es progresivamente considerado como ius cogens, una norma perentoria del derecho internacional de imperativo cumplimiento.

El tratamiento mediático que reciben los potenciales refugiados en España es simplemente de vergüenza ajena: refleja la ignorancia y la falta de responsabilidad de las élites políticas españolas. A menudo escucho en la televisión hablar de los miles de “inmigrantes”(a veces incluso se habla de “inmigrantes sirios”) que en teoría esperan al otro lado de la frontera, en Marruecos, para saltar a España y empobrecer aun más nuestra economía. Solo falta que alguien los llame turistas. Como si vinieran a Melilla a tomarse unas cañas.

De hecho, la tendencia a inmigrar a España lleva tiempo siendo a la baja. El gobierno insiste en inflar los números para ocultar su ineptitud a la hora de gestionar una frontera mucho menos problemática

que la italiana o la griega. En cuanto a los solicitantes de asilo, sirios, centro-africanos y otros, los números en España son ridículos (menos de mil) en comparación con los grupos que están acogiendo actualmente países con mayor sentido de la responsabilidad internacional y Europeo como Suecia (más de 23,000) o Alemania (más de 24,000). Y aun así, esas cantidades son enanas: la inmensa mayoría de los refugiados sirios, Casi tres millones se encuentran repartidos entre Turquía, Líbano, Egipto, Jordania e Irak.

Procedimiento kafkiano

En España, los potenciales refugiados sirios no llegan a pedir asilo formalmente. ¿Por qué no? Entre otras cosas, porque como ACNUR ya ha indicado no existe una vía de acceso regular, legal y segura para que puedan pedir protección internacional en Ceuta y Melilla (y así de paso aligerar la situación del camarote de los Hermanos Marx, digo los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes-CETI). El procedimiento es demasiado dilatado y los refugiados temen quedar atrapados en una burocracia kafkiana. Además el Ministerio de Interior se empeña, escudándose en una interpretación torticera del Código Schengen, en violar los derechos de libre circulación de tanto inmigrantes como solicitantes de asilo en proceso de regularización al no permitirles cruzar el estrecho. Al hacer esto la policía viola la Ley de Extranjería y por ende la Ley de Asilo y Protección Subsidiaria tal y como ya dictó el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía en el 2010. La última práctica de la policía con los refugiados sirios consiste en tramitar su expulsión como inmigrantes ilegales para luego archivarla. Creen que metiendo a los refugiados en semejante limbo jurídico les hacen un favor genial y evitan el supuesto efecto llamada a sus compatriotas. Como si después de escapar de la guerra quedar como inmigrante irregular no expulsado fuera para dar palmadas. En realidad es una chapuza legal.

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Pero esta fórmula ridícula y la consiguiente violación de derechos es minúscula al lado de las “devoluciones en caliente”, durante las cuales la Guardia Civil devuelve a las personas que intentan saltar la valla (sean inmigrantes económicos o posibles solicitantes de asilo) a sabiendas del trato degradante que recibirán por parte de la policía marroquí, que los apalea delante de sus narices. De acuerdo a la Ley de Extranjería, la Guardia Civil está obligada a trasladar a cualquier persona interceptada en un intento irregular de entrada a la Policía Nacional para que se incoe el oportuno expediente. Punto.

Ni las quejas del Defensor del Pueblo ni las protestas de asociaciones de derechos humanos como Prodein, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, CGAE u otras han servido para frenar esta práctica que fácilmente puede resultar en violaciones serias de derechos humanos tales como la tortura o las desapariciones forzosas. Todo esto, sin mencionar a las personas ahogadas tras recibir pelotazos mientras intentaban cruzar la frontera a nado o las infames concertinas cuyas cuchillas vienen a representar lo que las hojas de papel de una burocracia insensible viene haciendo por otros medios.

En realidad los sirios no saltan la valla, ellos pasan con mayores o menores dificultades (a menudo tienen que pagar papeles falsos y son abusados) a través de los puestos fronterizos confundiéndose con los marroquíes. Quienes se arriesgan a dejar su pellejo en las concertinas son inmigrantes y refugiados de piel negra. Su color les impide atravesar la frontera de otra manera. Las cuchillas de las concertinas en la práctica son para las personas de piel oscura, hablando claro. Es hora de que la sociedad civil y las organizaciones internacionales pertinentes unan sus esfuerzos para terminar con esta tenebrosa situación de una vez por todas. Las fronteras españolas en África deben de salir de su trágica opacidad kafkiana y cumplir con sus compromisos internacionales, asícomo con los estándares de la Europa que nos abrió las fronteras en su día y que hoy acoge, tranquilamente, a tantos refugiados sirios.

No huyen de la pobreza, huyen por sus vidas. No buscan trabajo: vienen huyendo del odio. No escapan del paro sino de las bombas, del gas, de las ejecuciones sumarias y la tortura, del miedo diario. Huyen de Siria, de la República Centroafricana, de Sudán del Sur, por mencionar lugares obvios. Han atravesado fronteras de las formas más imaginativas y arriesgadas. Llegan a Melilla buscando un remedio temporal para sus vidas rotas. Buscan, necesitan, refugio ante la ruptura de un sistema internacional del que formamos parte. Son refugiados, no inmigrantes.

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