“An idyll only becomes an idyll once it has ended”. En El ruido del tiempo, Julian Barnes insiste una y otra vez en esa frase y en lo embellecedora que es la nostalgia. Un idilio sólo es un idilio (perfecto e irrecuperable) cuando se acaba.
Lo nuestro con Obama ya es un idilio; lo nuestro con Trump va a ser un infierno.
Quiero pensar que en Estados Unidos ya hay miles de expertos trabajando para denunciar todas y cada una de las ilegalidades que está dispuesto a cometer (la irresponsabilidad, lamentablemente, no es ilegal. O no siempre).
***
Hace frío polar bajo un sol mediterráneo. Los exgriposos cuentan su épica victoria sobre la fiebre y los futuros griposos nos sumergimos en la hipocondría. La espalda, los riñones, los oídos… Todo el cuerpo es un aviso. Pero hay que sacar a la perra.
- ¡Qué práctico! ¡Un collar con el número de teléfono! ¡Qué bien pensado!- le dice la dueña de un golden retriever a mis ataques de tos.
- ¡Quítaselo! ¡Quítaselo!- alerta a mi fiebre la dueña de dos miniperros-. Los dejé en la puerta del supermercado dos segundos y me los secuestraron. Una banda de rumanos, hija. Porque vieron el teléfono y… Luego los tiraron en la calle, no sé por qué. Yo no los vi, pero seguro que eran ellos. Si tienes el perro bien identificado te llaman y te piden un rescate. Con el chip, no.
- ¿Qué es un rescate?- le pregunta mi hija a la cachorrita.
- Paranoia- contesta la perra.
La cachorrita juega con el frío, con la gripe, con las señoras, con los señores, con mi familia y otros animales.
- ¿Es agresiva?- pregunta el dueño de un macho gigantesco.
- Nació sumisa.
- Mejor.
Yo no creo en la sumisión como virtud, pero no seguimos discutiendo por prescripción facultativa.
***
Ya en casa, la enfermedad no me exime de coger el teléfono. Contesto a un hombre vacunado que me regaña sin preámbulos: “Seguro que a ti también te gustó La llegada. Me he quedado solo, joder. ¿Pues sabes qué? ¡Que no pienso ver La La Land. Debería defender dos películas tan diferentes y emocionantes. Debería pero la gripe refuerza mi tendencia al silencio y digo sólo “Ajá”. Él aprovecha y me exhorta: “¡Llévame al teatro…! Aunque los intelectuales medios estamos huérfanos: sólo hay comedias zafias o dramas intensos. Y, además, a mí siempre me ha aburrido el teatro…”.
Le ignoro deleitándome en el verbo “exhortar” y evitando preguntar qué significa “los intelectuales medios”. Unos segundos después reconecto e intento explicarle los mejores gags de Yllana, esa extraordinaria compañía de teatro gestual que celebra en los Teatros del Canal su 25 aniversario. Pero el tío ya se está despidiendo. “Me ha encantado hablar contigo. Me alegro de que estés tan bien”.
La fiebre cuelga con intensidad y yo con escepticismo. No me duele que no me escuchen; sí me dolería perder yo la curiosidad y las ganas de escuchar. Me lo imagino hablando con su mujer: “La he encontrado animadísima. Hemos hablado mucho de cine y de teatro”. Y me viene a la cabeza un proverbio ruso que también recuerda Barnes: “He lies like an eyewitness”. Un testigo que ve todo a través de su ego, sus prejuicios, su ceguera.
- A ti no las citas te parecen pedantes, ¿no?
Eso me pregunta mi gripe perversa y yo asiento.
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- Pues te queda una de Mao Zedong antes de que te suba la fiebre a 40º: “Caos bajo los cielos, qué magnífica situación”.
Trump hace su discurso inaugural. Y entonces ya, por fin, me rindo y dejo de leer.
“An idyll only becomes an idyll once it has ended”. En El ruido del tiempo, Julian Barnes insiste una y otra vez en esa frase y en lo embellecedora que es la nostalgia. Un idilio sólo es un idilio (perfecto e irrecuperable) cuando se acaba.