¿Se puede narrar una tragedia inconmensurable como la del Holocausto desde la ficción? ¿Se puede trasmitir un horror masivo desde un horror concreto, casi individual? La película El hijo de Saúl de Laszlo Nemes, su ópera prima, demuestra que sí.
Se trata de una apuesta arriesgada que ha recibido excelentes críticas y algunos varapalos, e incluso el Globo de Oro a la mejor película en idioma extranjero, preámbulo del Óscar que a que a buen seguro se llevará. Es una película abrumadora, que deja exhausto al espectador. En Cannes, enamoró.
Existen asuntos como Auschwitz-Birkenau, símbolo de todos los campos de la muerte, que no admiten ejercicios literarios ni de narrativa cinematográfica, ni experimentos de mover la cámara desde el punto de vista de un solo personaje, o acercarse a la tragedia desde una cierta dosis de humor. Le sucedió al escritor británico Martin Amis con su novela La Zona de Interés.
De alguna manera también le sucedió a Roberto Benigni con su oscarizada La vida es bella, que se consideró un banalización de los crímenes nazis. O La lista de Schindler de Steven Spielberg.
Lo esencial de una película sobre los crímenes nazis es que transmita la realidad, es decir, el horror, la deshumanización y la locura que supuso la Shoah, el asesinato masivo e industrial de seis millones de judíos y de otros cinco millones de comunistas, gitanos, homosexuales y opositores al nazismo.
El personaje central de la película de Nemes, un sonderkommando (que colaboraba con los nazis en el asesinato de otros judíos y la limpieza de las cámaras de gas) se impone como misión el rescate del cuerpo de un niño judío, a quien considera su hijo, porque en él está su salvamento moral. La lucha por darle un enterramiento digno es la lucha por redimirse y sostener la dignidad de todos. Es una película hermosa, y terrible, asfixiante. De ahí su eficacia.
Entiendo a aquellos que ven en El hijo de Saúl un juego intelectual, pero ese tipo de artefactos narrativos logran aplastar al espectador, dejarlo sin palabras pero colmado de información y de sentimientos. También lo logra el monumental documental Shoah de Claude Lanzmann.
Pienso en el libro Voces de Chernóbil de la premio nobel de Literatura de 2015, la bielorrusa Svetlana Aleksiévich. En él asegura que la catástrofe nuclear detuvo la historia porque el hombre no estaba preparado para una tragedia así, carecía de la posibilidad de medirla.
Cuando se revisa lo ocurrido en los campos de exterminio nazis aprendemos de los antecedentes de lo impensable, y de que resulta mucho más terrible la destrucción masiva de mano del hombre que un accidente nuclear. De Fukushima se puede regresar; del Holocausto, no. Del Holocausto no regresa nadie. Pienso en Primo Levi y en su Trilogía de Auschwitz.
Son frecuentes las críticas a Sebastião Salgado por la belleza de sus fotografías. Parece que la pobreza, el hambre, la explotación no tuvieran derecho al arte o que el arte en cualquiera de sus formas y manifestaciones fuera incapaz de transmitir. Es como si el hambre exigiera una escritura parca, casi hambrienta. Lo importante es la eficacia: el mensaje y el cerebro del espectador y del lector después de un bombardeo de realidad. Se busca conmocionar para despertar.
Lo esencial es que el espectador quede conmocionado, que piense aunque sea por un instante. Hay personas que muestran su cansancio ante la supuesta utilización del Holocausto, son los mismos que se cansan de la Memoria Histórica y de las violaciones masivas de derechos humanos. Quienes se cansan de escuchar y recordar están condenados a repetir los errores.
La reflexión permanente es esencial porque sigue habiendo antijudaísmo en Europa (prefiero esta palabra a la de antisemitismo, una palabra ocupada). Sigue palpitando una fobia hacia lo judío cuando fueron los judíos europeos los primeros soñadores de una Europa sin fronteras.
Ese odio al diferente se manifiesta hoy además en una islamofobia creciente y en los nacionalismos sectarios; y en el miedo al refugiado, al diferente olvidando que nosotros somos los diferentes de otro. El hijo de Saúl no construye puentes, no es su misión. Solo pretende recordarnos qué sucede cuando se construyen muros, alambradas.
Algunos textos sobre la película:
–Cómo describir lo indescriptible, de José Emilio Burucúa en El País.
–La corresponsal cultural del The New York Times en Europa, Rachel Donadio, habla con el director y ayuda a contextualizar el filme.
–La crítica de A.O Scott en el mismo periódico.
–A.J. Goldmann escribe en Foward: Son of Saul Captures Intense Brutality of Auschwitz.
–Peter Brandshow en The Guardian: An outstanding, excoriating look at evil in Auschwitz.
–Este enlace le lleva a varias criticas, casi todas elogiosas; hablan de una obra maestra.
Y tres libros:
Ver másRecuperan un documental de Hitchcock sobre el Holocausto
–Todo lo que tengo lo llevo conmigo, de Herta Müller, pese a que trata de los campos rusos, la brutalidad, la deshumanización y el hambre es la misma. Una técnica de destrucción.
–Vía Férrea, de Aaron Appelfeld.
–Sin destino, de Imre Kertész (Acantilado).
¿Se puede narrar una tragedia inconmensurable como la del Holocausto desde la ficción? ¿Se puede trasmitir un horror masivo desde un horror concreto, casi individual? La película El hijo de Saúl de Laszlo Nemes, su ópera prima, demuestra que sí.