Beirut, mon amour

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Ha dimitido el gobierno, pero no va a cambiar nada sustancial porque el problema es el poder que no se ve, el menos evidente, el que se mueve entre bambalinas. Pondrán otros ministros, o tal vez los mismos, para que todo siga igual. El problema es la estructura. Líbano necesita una revolución que arranque de raíz su mal que no es otro que la corrupción sistémica unida a la incompetencia. Es un país complejo, difícil de entender, incluso para un reputado experto como Eugeni García Gascón. Estas son algunas de sus claves.

El antecedente personal. Nací como periodista conmovido por las noticias de la guerra civil de Líbano (1975-1990). Fue la primera con la que quise ir a un conflicto, a comienzos de los años 80 del siglo XX. Aún no trabajaba en un medio con capacidad financiera para mantener los gastos de los enviados especiales. Era una radio pequeña que pagaba poco, tarde, mal y sin contrato.

Existen tres generaciones de periodistas de guerra en la segunda mitad del siglo XX: la que trabajó y creció en Vietnam, la de Beirut y la de los Balcanes. Por edad me correspondía la segunda, pero caí de pie en la tercera. Siempre envidié las coberturas de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Civil española. Tras dos crisis económicas consecutivas, la de 2008 y la que viene ahora con la pandemia, los grandes medios tradicionales han quedado tocados. Será difícil que vuelvan los tiempos dorados de las largas estancias en el centro de la noticia.

El nombre. Al decir Beirut, esperas un embrujo que mueva montañas. En árabe significa “los pozos”, una bendición en una región tan árida como Oriente Próximo. Fundada por los fenicios, es una ciudad que siempre miró al mar, del que depende. Deberían leer este texto de Tomás Alcoverro, corresponsal de La Vanguardia y decano de los corresponsales españoles. Lleva toda la vida en una ciudad que ama: “Me resisto a escribir una elegía de Beirut”. El título ofrece una clave: es una ciudad con una enorme capacidad de resiliencia. En uno de los destacados, otra: “Líbano cree que lo único que dura es lo provisional, porque lo que parece sólido y definitivo de repente estalla por los aires”.

En el vídeo de arranque, la beirutí May Malki toca el piano entre cascotes y cristales de su casa. No solo es un desafío a la desgracia, es el convencimiento de que saldrán adelante.

Hay esperanza en el nacimiento de una nueva sociedad civil: miles de voluntarios retiran los cascotes y los cristales de las calles y de la casas. Hay gente que piensa en el bien común.

La explosión. Sucedió el martes 4 de agosto a las 18.06. Lo sabemos por los relojes afectados que se pararon a esa hora. Fueron dos casi consecutivas. La segunda destruyó gran parte del puerto y parte de los barrios próximos. Fue una suerte que la mitad de la onda expansiva se fuera por el mar. El estruendo se escuchó en Chipre, a 248 kilómetros de distancia.

La primera tentación en un país como Líbano es pensar en un atentado o en un ataque. Habrá que esperar a conocer el resultado de la investigación, pero todo apunta a una negligencia continuada. La carga de 2.750 toneladas de nitrato de amonio llevaba en el puerto desde septiembre de 2013. La dirección de aduanas mandó al Gobierno de entonces una primera carta de advertencia en junio de 2014. Siguieron otras cuatro. Nadie hizo caso. No hacer caso es una forma de hacer política.

La historia. Líbano fue protectorado francés tras el hundimiento del imperio otomano. París y Londres se repartieron el control de la región, rica en petróleo. El oro negro ha marcado gran parte de la historia de Oriente Próximo. Francia dejó en Líbano un sistema político constitucional basado en el censo de población de 1924. El presidente debe ser un cristiano maronita; el primer ministro, un musulmán suní y el presidente del Parlamento, un musulmán chií. Un censo actualizado, si se hiciera, reflejaría otra realidad. Los cristianos han perdido terreno ante el empuje demográfico de la comunidad chií.

De las 18 reconocidas, 12 son cristinas y cuatro musulmanas. Sumen a los drusos y los judíos. Todo el esquema de poder, desde la presidencia hasta el nombramiento del último funcionario se basa en el estricto reparto confesional. No prima la capacidad ni el mérito, solo la lealtad a la comunidad de procedencia. Las comunidades actúan en beneficio propio. Es un esquema que genera un bloqueo continuo. Nadie piensa en el país. Los problemas cotidianos como los cortes de electricidad y agua, o la basura, se pueden eternizar. No existe toma de decisiones, prima el estatus quo. La gestión del puerto de Beirut forma parte de este esquema. Lo que ha saltado por los aires es el sistema.

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Los actores. En Líbano mandan los señores de la guerra, o sus hijos o familiares. Son señores de guerra por herencia clánica. Las manifestaciones pueden tumbar un gobierno, pero carecen de una estructura política eficaz y transversal capaz de cambiar todo de raíz, empezando por la Constitución y la división del poder por comunidades. La guerra civil terminó oficialmente en 1990 con un acuerdo de desarme que exceptuó a Hezbolá, que luchaba contra la presencia israelí en el sur del país. La excusa queda reducida hoy a las granjas de Cheeba. Este partido-guerrilla es una anomalía más en un sistema anómalo.

La guerra regional. Líbano es una pieza esencial en las guerras regionales. Mejora la salida al mar de Siria, y ofrece una ruta comercial y de suministro militar para Irán. Se puede llamar el arco chií porque los alauíes, en el poder en Damasco, lo son, igual que la población libanesa que vive en el sur y en el valle de la Bekaa. Irán es el principal enemigo de Israel en la región, y por extensión lo es Hezbolá. Turquía juega su propia partida, pero se encuentra más cerca de los postulados geoestratégicos de Irán, igual que Qatar. Junto al bando de Israel está Arabia Saudí, que no puede mostrar su afecto público, y EEUU.

Además de las guerras de Siria y Yemen, hay un tercer frente abierto: Libia, en el que Egipto concursa con el equipo saudí. Este embrollo es el que alienta la teoría de un atentado. Ningún actor libanés o extranjero estaría interesado en volar el puerto. Tampoco Israel. El atentado sería un solución ideal para la clase política libanesa, el célebre enemigo exterior. El problema es que esta vez todos se han dado cuenta de que el verdadero enemigo es su sistema político. No es fácil empezar de cero y menos en una crisis económica que amenaza la viabilidad del país. Y nosotros que la llamábamos la Suiza de Oriente Próximo. Tocan mucha solidaridad, al menos mientras estén encendidos los focos de las televisiones. Nuestra emoción tiene fecha de caducidad; la de la desmemoria viaja con nosotros.

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