El Gobierno de Israel no se ha tomado demasiado bien la resolución 2334 adoptada el 23 de diciembre por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
La votación fue rotunda: 14-0 y la abstención de EEUU, que decidió no ejercer el derecho de veto. Es la primera vez que Washington no bloquea un texto que Tel Aviv considera hostil. No dice nada revolucionario, solo afirma que los asentamientos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este son ilegales y un obstáculo para la paz con los palestinos.
Sigue la línea de anteriores resoluciones, es decir, de la legalidad internacional.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, describió lo ocurrido en Nueva York como “una vergonzosa emboscada” y amenazó con romper relaciones con los países que votaron a favor. Al final, la advertencia se queda en relaciones suspendidas, un artificio diplomático. De los 14 votantes, la suspensión afectaría a 12: Reino Unido, Francia, Rusia, China. Japón, Ucrania, Angola, Egipto, Uruguay, Senegal, Nueva Zelanda y España.
Netanyahu afirmó que los países considerados traidores pagarán un precio por su voto, pero no anunció medidas concretas de represalia. En un desafío al Consejo de Seguridad, el Gobierno ultraconservador israelí amaga con aprobar miles de nuevas viviendas en lo que se considera territorio ocupado.
(En tiempos de crecimiento de la extrema derecha, del fascismo por ser claro, y de un antijudaísmo secular en algunos países, conviene recordar que israelí y judío no nos sinónimos; hay muchos judíos que detestan la política de Netanyahu).
Aunque todo tiene bastante de teatro, tanto la resolución como la reacción, se trata de un voto simbólico. Es la primera vez en 36 años que el Consejo de Seguridad de la ONU adopta una resolución que afecta a los asentamientos judíos en los territorios palestinos. Se calcula que viven en ellos unos 600.000 colonos.
Los asentamientos tienen dos objetivos esenciales: bloquear su devolución, como exigen otras resoluciones incumplidas, y hacer inviable un Estado Palestino, como se acordó en la cumbre de Annapolis en 2007, en la que algún analista espabilado creyó ver el mayor avance de la historia de las relaciones entre palestinos e israelíes.
El objetivo real (siempre lo ha sido) es anexionarse el 80% de Cisjordania y dejar a los palestinos en el 20% restante, en una especie de bantustanes. Ese es el sueño de los sionistas revisionistas como Benizion Netanyahu, padre de Bibí, como se le conoce popularmente. Su hijo sigue la doctrina de Zeev Jabotinsky, creador de esta escisión radical que en 1923 proponía levantar un muro de hierro entre el Estado judío y los árabes. Bibí tiene un plan y una escritura de propiedad sobre la tierra del antiguo Israel, la que marca el Antiguo Testamento. El problema es hay otras dos escrituras de propiedad, o interpretaciones, que salen del mismo libro.
Los bantustanes suenan al modelo de la Sudáfrica del apartheid. De hecho ya existen dos tipos de personas en los territorios ocupados: unos gozan de todos los derechos, de carreteras solo para judíos, agua solo para los colonos, y los otros ninguno. La presión tiene un objetivo: que se vayan. Anexionarse Cisjordania no es aún parte de la política del Gobierno de Netanyahu, pero sí la de muchos de sus miembros. Es algo que aún no se puede decir abiertamente, todavía.
Tras aprobarse la resolución 2334, los miembros del Consejo aplaudieron de manera espontánea. Era un reconocimiento del olvido de los palestinos que desde el 11-S y de la muerte de Yasir Arafat han desaparecido de la agenda internacional. No hay negociaciones de paz ni siquiera negociaciones para empezar las negociaciones, que ha sido parte de la actividad diplomática en los últimos años. El llamado Cuarteto, que debía velar por la solución de los dos Estados (acordada en Annapolis), ha llegado a tal irrelevancia que no se le ocurrió mejor suicidio que nombrar a Tony Blair su portavoz.
Si nada de esto tendrá impacto alguno, ¿a qué viene el revuelo? ¿Por qué esta escandalera por una resolución que pide que se cumplan las leyes?
En menos de un mes, Barack Obama, el gran enemigo de Netanyahu pese a regalar a Israel el mayor contrato militar de la historia entre los dos países, dejará la Casa Blanca. Le reemplazará Donald Trump. El nuevo presidente ha nombrado como embajador en Israel a un ultra ortodoxo judío financiador de los asentamientos que la ONU considera ilegales. Su primera misión será trasladar la capital de Tel Aviv a Jerusalén. Será un desafío.
Aunque descontemos a Trump, que no debemos, tampoco hubiera tenido impacto alguno porque Netanyahu no es Sadam Husein ni Muamar el Gadafi ni Basar el Asad, es decir, que a él no se le invadiría, derrocará u organizará una guerra para echarle.
Israel no hace caso de las resoluciones porque tiene bula internacional, la de EEUU y la de otros países. La lista es larga. Solo celebró la resolución con la que se creó el Estado de Israel en 1948. El resto son textos amenazantes. Todo lo que limite es un peligro potencial. Israel vive en la necesidad psicológica y política de un enemigo exterior. Así garantiza la unidad interna. Con el tiempo se han impuesto las tesis religiosas y las de los partidos ultraconservadores. Netanyahu celebró la victoria de Trump casi tanto como Marine Le Pen y Nigel Farage.
Israel es una democracia menguante y una teocracia en ascenso. El Shabat empieza a ser tan obligatorio como lo es el Ramadán en Arabia Saudí para los no creyentes. El sueño de los primeros sionistas, en su mayoría de izquierda y con un fuerte toque autogestionario, ha dejado paso a los Lieberman y demás emigrados de Rusia. La necesidad de atraer judíos para compensar la bomba natalicia de los palestinos ha llevado a excesos y a hacer pasar por judíos a los que no lo son.
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En esa carrera de defensa ante sus enemigos, Israel adopta decisiones que le perjudican en el largo plazo. Uno de los ejemplo más recientes es Irán. Será la prueba de por dónde irá la Presidencia de Trump, si se queda en la propaganda, hábitat natural de los Netanyahu de turno, o comprende que un Irán no cercado permitirá que aflore una sociedad que anhela libertad.
Será difícil que Trump lo haga peor que George Bush, pero no imposible. Es la teoría de la tostada y mantequilla: siempre cae en el lado que más nos perjudica.
Feliz año 2017.
El Gobierno de Israel no se ha tomado demasiado bien la resolución 2334 adoptada el 23 de diciembre por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.