La desigualdad arranca en la cuna, en la mirada divisiva de los adultos: ¿niño o niña?, en lugar de pensar en personas con un enorme potencial de crecimiento. El vídeo anterior pertenece a un proyecto de la empresa que fabrica las barbies, un icono del mundo de las princesitas. Más allá de si se trata de una argucia comercial para no quedarse fuera del movimiento global del 8M, lo que importa es el contenido. Su mensaje de fondo es certero y demoledor. En los primeros años se inoculan los roles que generan la desigualdad y alimentan el machismo. Dice una de las niñas del vídeo que un chico tiene tres veces más probabilidades de recibir un juguete relacionado con la ciencia que una chica.
Algo tan simple como la elección de los primeros regalos, que se realiza de manera automática, sin pensar en su posible impacto, contiene una de las claves del desarrollo. No solo por el efecto que puedan tener en un receptor desprotegido, sino como muestra de cuál es la actitud de los padres en la educación. La primera brecha está en la familia.
Educar no es adiestrar, someter o imponer. No es gritar ni pegar ni minusvalorar. Educar es guiar, una ayuda para crecer en libertad y desarrollar las posibilidades de cada ser humano.
No es la primera vez que acudo a vídeos de charlas de Ken Robinson, experto mundial en educación. Su manera de enfocar, su uso constante del humor, para conducirte, casi por sorpresa, a la esencia, resulta cautivador. Esta se titula “La escuela mata la creatividad” La escuela mata la creatividady contiene algunas de las respuestas que buscamos.
Es esencial modificar el enfoque y los objetivos. ¿Se educa para ser felices o para ser obedientes? ¿Ponemos trabas a las niñas, límites a su capacidad de soñarse como médicas, astronautas? Vuelvo al vídeo de arranque. Véanlo una y otra vez. Es esencial que la gente brillante muestre su brillantez. Es nuestra riqueza como sociedad.
No se puede seguir educando bajo los patrones del siglo XIX, con el fin de producir mano de obra más o menos cualificada para una industria en vías de desaparición. Robinson propone pasar de esa educación que llama industrial a otra agrícola, en la que el objetivo sea crear campos abonados en los que cada niño/a crezca según su talento. En ese sistema sería más fácil educar en igualdad, y poner coto a los roles que nos dividen en princesas y machos.
La revolución permanente es educarnos a nosotros mismos. Hablo de los adultos. Educarnos en libertad y en igualdad, que no dejen de ser valores básicos en una democracia. Los que temen al feminismo, que defiende esto –la igualdad de derechos y oportunidades–, es posible que teman a la democracia misma. El feminismo no nace contra nadie, solo defiende la esencia de la democracia: el voto, los derechos. Hay cosas inconcebibles en 2019, como la diferencia salarial por un mismo trabajo.
En el cambio radical del punto de vista, el pasar de la repetición memorística al desafío que representa el talento original, es necesario incluir todos los actores para que ningún niño se eduque pensando que pertenece al sexo fuerte y que su destino es mandar, y hacer la guerra. Los niños tienen que aprender a jugar con muñecas, a pasear carritos y dar biberones. Sería una buena manera de aprender a ser buenos padres, sin que la paternidad o la maternidad sean obligaciones, se trata de una elección personal de enorme transcendencia.
Todos estamos educados en el machismo. Yo llevo toda la vida dejándolo y aún no estoy limpio. Aprendo cada día de las situaciones y de las palabras que uso con más o menos acierto. Pero también están los contextos. Son esenciales para medir la intencionalidad. No es lo mismo el chiste de un humorista en un teatro en el que los espectadores han ido a ver y escuchar a un humorista que una gracia en Twitter. En las redes sociales no hay matices ni un público advertido.
No es lo mismo una broma que un insulto. La diferencia está en la intencionalidad. Es importante no perder esta referencia, la del contexto, para no caer en la censura, o en la autocensura. Se puede hablar, pero también te pueden corregir, y enseñar alternativas. Si todos fuimos Charlie Hebdo en el atentado, o somos Mongolia o Casandra en su pelea ante una justicia ciega, o somos El Jueves o El Mundo Today, debemos serlo en cada espacio de libertad. Son campos de minas en los que el aprendizaje es mutuo y cotidiano. A veces tendemos a la sobreactuación; otras, nos quedamos cortos. Hombres y mujeres estamos aprendiendo.
El lenguaje es un problema porque es la consecuencia de una forma de pensar. Es bueno que se dé esa batalla, que se denuncie e insista porque forma parte de la reeducación colectiva necesaria, algo que afecta a toda la sociedad. Pero la batalla no está en inventar géneros neutros y palabros, el asunto es cambiar la forma de pensar que crea el lenguaje, y será su uso el que modifique reglas gramaticales, que tampoco son las tablas de la ley.
La batalla urgente está en la educación infantil, en esos primeros años que nos modelan para siempre. La batalla está en los parques, en los juegos, en la separación escolar por sexo. Está en una educación religiosa, no laica. El laicismo no es un enemigo de la religión, como no lo es el feminismo del hombre. El laicismo es el espacio en el que pueden convivir desde el respeto creyentes y no creyentes.
Y está también en el cine, en la televisión y, sobre todo, en la publicidad. Disney Channel debería estar en la lista del Tribunal Penal Internacional en La Haya.
¿Han visto el documental La educación prohibida?
En su libro de memorias, Vivir para contarlo, Gabriel García Márquez recuerda su extrañeza infantil al comprobar que su sola presencia entre un grupo de mujeres obligaba a masculinizar cada frase. El lenguaje evoluciona, pero no funciona por decreto sino por costumbre. Las costumbres también se educan. En esa reeducación necesaria todos aprendemos porque todos estamos tomando conciencia de las cosas, de la importancia de determinadas palabras y de los pensamientos, de la inclusión que no solo debe afectar a las mujeres, también a los migrantes, a todos aquellos que no pertenezcan al mundo dominante, que por estos lares es blanco y católico (cada vez menos). Es urgente pasar de una sociedad basada en la identidad a otra pluriidentitaria sin obstáculos para cumplir los sueños.
Todo llega, pero es esencial no dejar de luchar. Os dejo este vídeo de San Mamés con un lleno histórico para asistir a un partido de fútbol femenino. Pronto habrá que hablar de fútbol masculino porque la palabra fútbol ya no será patrimonio de los hombres. Y más con los golazos del segundo vídeo.
Feliz 8M.