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Jeremy Corbyn, acorralado por el segundo referéndum

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Después de meses de rodeos, decepciones y temores, el Partido Laborista parece haber modificado su opinión sobre el Brexit. Su líder, Jeremy Corbyn, se ha comprometido con sus parlamentarios a abrir la puerta a un segundo referéndum. No es un trato claro e inequívoco, pero tiene una difícil vuelta atrás. Está en juego una rebelión interna o una nueva escisión. El periodista del Canal 4 que da la noticia en el vídeo anterior lo dice de manera clara: “Corbyn parecía un rehén leyendo el precio de su rescate”.

Aunque es un paso decisivo, falta mucho desarrollo dramático en esta obra (shakesperiana). Corbyn nunca fue un entusiasta de la UE, a la que considera un instrumento de los más ricos y de las empresas. Cree que torpedear a la primera ministra conservadora Theresa May, como ha hecho hasta ahora, le llevará al numero 10 de Downing Street. No es una visión realista, según se desprende de las encuestas.

Si tuviera alguna opción sería después de un segundo referéndum y de una ruptura total del Partido Conservador, que anda sumido en una guerra civil larvada.

Antes de avanzar en el texto, una advertencia: no desprecien a Theresa May. Ha demostrado una extraordinaria capacidad de resistencia y habilidad en unas circunstancias imposibles.

El Brexit es una pieza más en la descomposición del mapa político surgido de la II Guerra Mundial, que, con sus defectos, ha evitado una Tercera, más allá de las guerras por delegación o saqueo de riquezas minerales en las que estamos implicados directa o indirectamente. Por entendernos: paz es cuando no bombardean nuestras ciudades.

Los cambios bruscos alteran las certezas con las que hemos convivido. Somos animales de costumbres, hallamos placer en la seguridad, en una repetición burocratizada de situaciones. Toda sorpresa genera miedo. Nuestro mundo seguro y aburrido de la segunda mitad del siglo XX ha saltado por los aires.

Están la cuarta revolución industrial –Internet, las nuevas tecnologías y la robótica–, la crisis económica de 2008 y la irrupción de personajes como Donald Trump, un efecto del miedo que se mueve como un ejército de elefantes en una cacharrería. Ha quebrado el sistema de seguridad nacido en 1945 sin tener una alternativa. El actual presidente de EEUU parece estar más cómodo con autócratas (Vladimir Putin) y dictadores (Kim Jong-un y el príncipe saudí Mohamed bin Salman) que con sus aliados de la OTAN, a los que desprecia sin mucho disimulo. Demasiados terremotos simultáneos.

Tenemos de nuevo a dos machos alfa encaramados sobre el globo terráqueo. Esta vez se llaman Trump y Putin. El segundo parece seguir un plan inteligente. Trata de regresar al centro de la política de Oriente Próximo y lo ha conseguido a través de Siria. Apostó desde el primer instante por el único caballo (Basar el Asad) que defendía sus intereses (puerto de Tartus). La retirada física, mental y política de EEUU de la zona es una oportunidad para Moscú. Y para China, que se mueve en una partida a largo plazo en la que se sabe ganadora. La paciencia nunca ha sido un problema en Oriente, forma parte de la cultura.

Esa pérdida de certezas en la geopolítica y la crisis económica han generado un vacío. La revolución de las tecnologías amenaza a millones de empleos. Vivimos una situación compleja, la convivencia entre lo viejo que va a morir y lo nuevo que no termina de presentarse con todas sus ventajas. Sabemos que hay oficios en peligro de extinción, pero no terminamos de vislumbrar los nuevos.

La triple incertidumbre –política, tecnológica y económica– ha dejado el camino expedito a la extrema derecha en todas sus formas y disfraces. Se presenta con un discurso cerrado, simple, mesiánico, de buenos y malos. Esa es la canción que muchos desean escuchar. No es una novedad, sucedió en el periodo de entre guerras, 1919-1939, en el que triunfó el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania.

Vuelven los tambores del odio, del antisemitismo (y esta vez hay que añadir otra fobia: la que una parte de la sociedad siente por todo lo relacionado con el islam).

El Brexit es una consecuencia de la manipulación de ese odio ambiental y múltiple. Los nacionalismos se alimentan del miedo. Para defenderse del Otro generan un sentimiento de superioridad, de sentirse mejores que de lo que huyen para justificar la escapada. Sucede en un sector del independentismo catalán, aunque este asunto es más complejo, como demuestra el libro de José Enrique Ruiz-Domènec Informe sobre Cataluña, Una historia de rebeldía (777-2017), ya recomendado en esta sección. Sucede en la eclosión del nacionalismo español, del oe, oe, oe a por ellos convertido en votos para Vox y sus aliados.

El populismo xenófobo es antieuropeo, como se demuestra en el Reino Unido, Hungría, Polonia y en menor medida en República Checa y Eslovaquia. Hay bolsas importantes de extrema derecha en países con un pasado complejo –Austria, Bélgica y Holanda– y las hay en los modélicos escandinavos.

Se trata de una epidemia mundial. Además de Trump y de su ideólogo Steve Bannon (el más peligroso porque es inteligente) y los Bolsonaro, Le Pen y Salvini de turno, están los menos evidentes: Putin y Netanyahu, y todo aquel que predica superioridad racial, nacional o ideológica. Se llama xenofobia.

El Brexit llegó como repuesta a todo lo anterior. Se reactivó el inconsciente colectivo del viejo titular del The Daily Mail: “Niebla en el Canal, el continente aislado”. En el Reino Unido persiste un deja vu del XIXdeja vu. Es como si la Reina Victoria siguiese viva. No se han terminado de producir los ajustes necesarios para pasar de un gran imperio hasta 1945 a una nación menguante dentro de la UE, por detrás de Francia y Alemania. Sé de lo que hablo, mi madre es británica.

Los brexiters conectan con este sentimiento mitológico. Es significativo que el mayor rechazo a la UE se dé en la población de más edad, y el mayor apoyo entre los jóvenes (muchos no acudieron a votar).

El Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), cuyo nombre incluye un fake, fue el impulsor de la campaña del Leave (salir de la UE). Tuvo la carambola de contar con un primer ministro conservador, David Cameron, que se creyó un estadista, cuando se comportó como un tahúr. Empujó a su país a un referéndum divisivo, suicida e innecesario sobre un asunto complejo en el que es fácil agitar emociones. Ocurrió lo inesperado: ganó el Brexit.

Para los estudiosos de datos, este enlace. Para los que tienen prisa, un titular: 17.410.742 británicos votaron por dejar la UE (51,9%) frente a 16.141.211 (48,1%) que eligieron permanecer.

La consulta estuvo plagada de mentiras, inexactitudes y una catastrófica campaña de los promotores del Remain (seguir en la UE). Incluidos los Laboristas, que se pusieron de perfil. Su plan era desgastar a los toriestories para reconquistar Downing Street. Una fantasía no refrendada en ninguna encuesta.

El Brexit fue una estafa a la ciudadanía británica. El plan inicial era irse con todas las ventajas de quedarse. Es un ejemplo usado, pero útil: el joven que se independiza de sus padres y pretende ir a comer gratis tres veces por semana y que le laven y le planchen la ropa los domingos. En el caso británico incluía irse sin pagar la cuenta del divorcio. Era un gratis total.

Además de establecer el precio de la ruptura, era necesario pactar un periodo de transición más allá del 29 de marzo (fecha de la salida, ahora en el aire), la libre circulación, el mercado común único, la justicia europea y la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, entre otras cosas. El Parlamento de Westminster ha rechazado todos los planes acordados por May y la UE. La paciencia de Bruselas no es infinita.

Dentro del Partido Conservador conviven tres tendencias: los eurofóbicos (apuestan por un Brexit duro, sin acuerdo), los euroescépticos, que quieren un acuerdo de separación (aquí hay gran variedad, incluye a los que votarían a favor de un segundo referéndum) y los pro europeos. El cambio de los laboristas (en el que ha ayudado la escisión de diez diputados) debe alentar a movimientos entre los tories.

May tiene tres opciones: lograr un acuerdo exprés con Bruselas que satisfaga a los eurófobos (algo casi imposible, porque Bruselas no cede más), dejarse ir por la vía del Brexit duro o solicitar una prórroga en la aplicación del artículo 50, que regula la salida de un país de la UE. Sería una decisión del Parlamento: Brexit duro o prórroga (tal vez de tres meses). Ganar tiempo ayuda a abrir la puerta al segundo referéndum, una solución en la que no cree May.

El Gobierno británico confirma que solicitarán a Bruselas un aplazamiento de la fecha del 'Brexit'

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Este es el reparto de escaños en la actual legislatura. La clave está en el número de conservadores que apuesten por un nuevo referéndum. Tal vez haya que pasar antes por las urnas, con las elecciones anticipadas sin Theresa May al frente de su partido.

En un segundo referéndum podría ganar el Remain (seguir en la UE). Sería un voto muy ajustado que además de alterar el primer resultado no resolvería el problema. Solo una mayoría muy holgada podría obrar el milagro. No parece que sea el caso. La única ventaja es que ya todos saben cuáles eran la mentiras de la primera campaña, y cuáles serían las consecuencias de un Brexit duroBrexit. Ya no cabe la sorpresa, nadie podrá decir que no lo sabía. ¿Final del dolor de muelas? ¡No! En el caso de que gane quedarse en la UE querrán negociar un nuevo convenio de matrimonio, un quedarse sin aceptar lo que no les gusta. Es una relación tóxica sin salida. Habría que aprender a convivir con ella. Sucede lo mismo en España: 500 años discutiendo lo que somos tal vez sea una forma de estar juntos.

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