Gráfico que ofrece evidencias de que el CO2 atmosférico ha aumentado desde la Revolución Industrial
La frase "vamos a tomar medidas para frenar el cambio climático", que se ha adueñado de la pompa del lenguaje políticamente correcto –o peor, la que viaja en los titulares encapsulada en un gerundio falso, "estamos tomando…"– no sirve para definir la actual situación de emergencia climática. Ya no se puede detener, hemos traspasado el punto crítico de irreversibilidad del que nos alertaban hace años los científicos. Solo podemos conseguir dos cosas: tratar de suavizar al máximo el impacto y prepararnos para sobrevivir en un planeta que tardará décadas, si no siglos, en recuperarse.
Hasta los negacionistas menos dotados para la comprensión podrán entender el gráfico que encabeza este texto. No es de una organización ultra-ecologista, sino de la NASA. Está basado en la comparación de muestras de núcleos de hielo y mediciones directas más recientes. Ofrece evidencias de que el CO2 atmosférico ha aumentado desde la Revolución Industrial. Miren las flechas y las fechas desde hace casi 800.000 años. Para la NASA existe un 95% de probabilidades de que el actual calentamiento global se deba a la actividad humana desde mediados del siglo XX.
Siempre han existido variaciones más o menos bruscas del clima debido a modificaciones en la rotación de la Tierra, pero todo indica que el calentamiento actual se debe a la mano del hombre.
El sistema depredador que causa esta grave situación niega los hechos, pese a que están a la vista de todos. ¿Quién no se ha dado cuenta del incremento de las temperaturas si cada año se bate el récord del anterior?. Como sucedió con las tabacaleras –que negaban que la nicotina fuese adictiva–, las multinacionales más contaminantes financian campañas y pagan a científicos y seudocientíficos, y quién sabe si a periodistas y parlamentarios, para que defiendan sus posiciones de negocio. Ya no se trata de una guerra de datos, todos tenemos las evidencias de que algo pasa en nuestro planeta. Las redes sociales están inundadas de negacionistas.
Los movimientos ecologistas son anteriores a la aparición de Greta Thunberg, la adolescente sueca de 16 años que ha logrado poner en marcha un movimiento juvenil global, sobre todo en el Hemisferio Norte. Fueron muy fuertes en Alemania, y en otros países europeos, en los años 70 y 80 del siglo XX, un tiempo en el que tenían un fuerte contenido antinuclear y político en la Guerra Fría. Entraron en crisis tras la caída del muro de Berlín, como le sucedió a gran parte de los partidos comunistas que operaban en países democráticos. Llegó la revolución conservadora de los Reagan y Thatcher, el precedente de la revolución ultraconservadora, ahora en marcha, que representa una seria involución política en la que los derechos sociales, laborales y humanos pasan a ser mercancía de negocio. Sucede con la vivienda, la sanidad y las pensiones, sobre todo.
El auge de las extremas derechas y las xenofobias han contaminado el discurso político de las derechas democráticas que han creído que la mejor manera de frenar la sangría de votos a su derecha es mover su discurso a ese mismo terreno, mientras que las socialdemocracias se han mudado al espacio liberal sin cuestionar los desmanes del mercado (léase especuladores). El espacio abandonado en la izquierda ha sido ocupado por los poscomunistas, liberados en muchos casos de su pasado complejo, y por los nuevos partidos verdes, de gran empuje otra vez en Alemania y el centro y norte de Europa. El ecologismo y el feminismo son las únicas banderas transversales disponibles para las izquierdas, junto a la conservadora de defender los derechos conquistados. El cambio climático es la prueba de que un sistema basado en el crecimiento infinito en un espacio finito es imposible, conduce al desastre.
Los líderes se han puesto a hablar de lucha contra el cambio climático, como si fuera el enemigo a batir, y no la consecuencia de la gula económica cuyos beneficios se mueven por paraísos fiscales sin nutrir el sistema del que parten. Se reúnen, pronuncian discursos en la ONU, o donde sea, prometen medidas que no aplicarán, incluso celebran cumbres cuyos compromisos son papel mojado. Las empresas extractoras y contaminantes se declaran verdes por arte de la publicidad, y ya está. ¿Nos olvidamos de cómo las eléctricas españolas lucharon contra el autoconsumo para proteger su negocio en régimen de monopolio compartido?
Nos inundan de productos con la etiqueta "ecológico", sin que existan suficientes controles públicos sobre su veracidad. Todo forma parte de una gran mentira publicitaria, como la de un pan artesano que es industrial. Estamos más desprotegidos que nunca frente a los mercados y las empresas tecnológicas que controlan nuestros movimientos, que pueden saber si nos sentimos melancólicos o enérgicos según el movimiento del ratón, o Uber, que sabe cuánto nos queda de batería para ajustar el precio al alza según nuestra ansiedad.
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En este mundo democrático rendido solo queda una batalla, la del cambio climático. Es una batalla por la supervivencia, por la necesidad de un cambio radical de nuestra forma de vivir y consumir. Antes, el cambio tiene que ser en la forma de pensar.
A Donald Trump no le gusta Greta Thunberg, y eso es bueno para ella. A la izquierda purísima que tuitea su rechazo a la joven a la vez que consume en la intimidad productos contaminantes les une el odio a Thunberg. Unos por su aspecto y gesto serio, y su Asperger; otros porque la consideran un juguete en manos de las mismas empresas que denuncia. Es posible que tanta sobreexposición la pueda convertir en un remedo del cantante Bono de U2. Es posible que este sistema sea tan indecente que aproveche una protesta justa para convertirla en un póster o en una camiseta, algo que se pueda vender y que permita ganar dinero.
Esta niña sueca empezó su protesta sentada sola ante el Parlamento sueco, ahora mueve a cientos de miles de jóvenes en todo el mundo. La pregunta a los críticos es sencilla: ¿tú qué haces por el planeta? Esta canción de Patti Smith, en esta maravillosa versión coral, debería ser el himno de la revuelta global, y de las elecciones en EEUU.