Es exagerado afirmar que España se parece a Yugoslavia. No fuimos campo de batalla y frontera entre dos imperios dominantes, ni una creación impuesta por los ganadores de la Gran Guerra (1914-1919) tras el hundimiento de los imperios austrohúngaro y otomano. La unidad de los eslavos del sur fue un artificio, y lo siguió siendo después de la Segunda Guerra Mundial, durante el régimen de Josip Broz Tito, una dictadura con buena prensa en Occidente porque parecía antiestalinista.
Para entender el choque físico y filosófico entre aquellos imperios, y su influencia en los Balcanes, y en el carácter de sus gentes, lean la obra maestra de Ivo Andric Un puente sobre el Drina.
Tito no consolidó la nación, solo se mantuvo en el poder, que era su objetivo principal. La arquitectura pactada para el post-titismo apenas duró una década. El dictador muere en 1980. No se habían trenzado los lazos de hermandad y unidad necesarios. Más allá de la propaganda, no existía un proyecto nacional para croatas, serbios y bosniacos, pese a ser eslavos y hablar el mismo idioma, el serbocroata. Añádase a esta debilidad estructural unas cuantas toneladas de oportunismo irresponsable y ya tienen servida una guerra. En el caso yugoslavo fueron cuatro.
Sobre manipulación, victimismo y nacionalismo, les recomiendo un libro que al parecer sigue sin estar traducido a cualquiera de nuestros idiomas oficiales. Una pena, sería de lectura obligada: La política de los símbolos en SerbiaLa política de los símbolos en Serbia de Ivan Culovic.
Eslovenia se sentía a finales de los años 80 la república menos yugoslava, con un idioma diferente y más próxima por cultura, historia y geografía a Austria y Alemania que a Belgrado. Su líder, Milan Kucan, era luterano; otra conexión germánica. En el proceso de independencia contó con el apoyo y protección de Berlín y Viena, además del respaldo de cerca del 90% de la población. La independencia fue posible, tras diez días de guerra y 62 muertos, porque apenas había serbios en su territorio. Para Slobodan Milosevic era soltar lastre. Son diferencias esenciales con Cataluña.
Lo ocurrido en la ex Yugoslavia se parece a España en la irresponsabilidad supina de algunos dirigentes catalanes y en el verbo encendido, no menos irresponsable, de las tres derechas nacionales. Toda escalada de odios suele terminar mal. Basta leer un poco de historia. También se aprende en esa lectura que los pirómanos en jefe no suelen pagar en sus carnes las consecuencias de sus actos. La irrupción de Vox es el síntoma de una enfermedad mayor que los 12 escaños en el Parlamento andaluz.
La independencia se puede conseguir a través de la negociación, el colapso de un imperio o una guerra. Puede haber una cuarta: llegar puntual al momento histórico. Hoy, el momento histórico es el contrario al de la creación de nuevos Estados. No estamos a finales del XIX o principios del XX. Hoy se busca estar protegido en grandes estructuras nacionales, como la UE, para competir en un mundo globalizado en el que está en discusión el poder real de los Estados frente al de los mercados.
Son tiempos de enorme transformación tecnológica. No solo por la robótica y su impacto en el empleo, y en la forma de dividir el trabajo y el ocio, y de pensar. Lo es también por el uso de la tecnología en la creación del Gran Hermano orweliano que puede conocer nuestros movimientos, y deducir de ellos los gustos, las costumbres y las ideas. Y son datos que están en venta, como explica The New York Times en este inquietante reportaje: Your Apps Know Where You Were Last Night, and They’re Not Keeping It Secret (Tus aplicaciones saben dónde estuviste anoche y no lo están manteniendo en secreto).
La UE es otro invento, como lo fueron Yugoslavia y Checoslovaquia. La diferencia es que ha funcionado. Nunca Europa vivió un periodo de paz tan prolongado. Muchos de los países que componen la UE tienen a su vez tensiones territoriales, más o menos latentes. El envite de los independentistas catalanes llega en el momento histórico equivocado. Por eso carecen de apoyos, más allá de los manifestados por el partido xenófobo flamenco. No parece una buena compañía.
Cataluña tampoco pertenece a un imperio a punto de implosionar. El imperio español falleció de una larga y costosa enfermedad durante gran parte del XIX hasta su estallido final de 1898. Considerarse la última colonia de aquel imperio es un ejercicio literario, no político. No somos parte de un telón de acero en descomposición ni de la URSS. A la historia se llega tarde, o pronto.
Nos quedan dos opciones. El caso de una independencia pacífica y negociada sería Checoslovaquia. Más que un acuerdo de partición, fue un pacto de expulsión. Los checos querían navegar solos, sin el lastre de los eslovacos. Tuvo que ver también que el líder de Eslovaquia, VIadímir Meciar, prefería ser cabeza de ratón que cola de león. El acuerdo recogió las exigencias del más fuerte: Chequia, que desplumó al más débil. No nos sirve de ejemplo: aquí, mal que bien, llevamos 500 años sin terminar de estar a gusto con el diseño territorial. Como dice el periodista británico Giles Tremlett, autor del libro Isabel La Católica, quizá ese estar en permanente discusión sea nuestra forma de estar juntos.
Queda el conflicto armado. Nuestro almacén histórico es un polvorín, por eso habría que tener cuidado. Una independencia unilateral con menos del 48% de los apoyos no es comparable a Eslovenia. Algunos preguntarán de dónde sale la cifra. Son datos del 1-0, fecha elevada por el independentismo a mito de la democracia participativa, pese a no contar con una autoridad electoral que vigilara la limpieza y tener una baja participación (si contamos como catalanes a los catalanes no independentistas).
Sin una mayoría social cualificada, del 60 o 70%, y el apoyo y protección de una gran potencia extranjera no es posible una independencia unilateral no violenta.
Kosovo fue violento porque venía de una violencia histórica y constante. El 90% de sus habitantes son albanokosovares. Fue ocupada por Belgrado en la primera guerra balcánica (1910). Siempre fue un lugar alejado, sin interés, una especie de pequeña Siberia a la que se enviaba a los funcionarios díscolos y a los disidentes. Serbia solo tenía dos puntos de interés, el mito medieval de la batalla de Kosovo Polje y los monasterios ortodoxos del Este. Nunca se preocupó por sus habitantes, a los que sometió a un régimen de apartheid. En el proceso final de independencia fue necesario que Milosevic expulsara a la mitad de su población y que la OTAN bombardease a Serbia en 1999. Kosovo se independizó diez años después con el apoyo de los pesos pesados de la UE y de EEUU. Hoy es un Estado subvencionado y fallido.
Sobre la batalla de Kosovo Polje en 1389, deberían leer Tres cantos fúnebres por Kosovo de Ismail Kadaré.
Hay tres alternativas balcánicas a la vía eslovena que estarían más cerca de Cataluña. La tercera requiere de una maduración previa: dictadura yugoslava, no transición democrática y cuatro guerras.
– La de Croacia, que necesitó de una guerra directa de cuatro meses y otra de baja intensidad hasta finales de 1995.
– La de Bosnia-Herzegovina, más de 100.000 muertos y dos millones de desplazados. También un genocidio, el de Srebrenica.
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– El referéndum de Montenegro, organizado por la UE cuando Javier Solana era míster PESC, es decir, ministro de Exteriores. Las condiciones para la consulta eran claras: una participación por encima del 50% y un porcentaje de síes superior al 55%.
Uno de los problemas de todo nacionalismo, como el de las religiones, es que habita en el terreno de las emociones, no de la razón. Fuera de los Balcanes tenemos otro ejemplo, menos sangriento: el Brexit. Todo se mueve en un clima tóxico de xenofobia, mentiras y egoísmo.
Otros libros esenciales para entender los Balcanes: Café Titánic, de Andric; Postales desde la tumba, de Emir Suljagic; Cordero negro, halcón gris, de Rebecca West; Kosovo, una breve historia, de Niel Malcom y, sobre todo, como aviso de lo que son capaces los hombres, No matarían ni una mosca, de Slavenka Draskulic.