La bondad me la pone dura

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Tengo un amigo bueno. Bueno de verdad. Su bondad es la fetén: plena, justa y valiente. Es una bondad a prueba de malos y es esa la más consistente, porque, cuando te han herido, cuando has creído en quien no lo merecía, sería comprensible que tiraras tu bondad al contenedor de desechos orgánicos y empezaras a ser otro, otra.

Pero él no. Mi amigo sigue siendo bueno. Tan bueno como cuando lo conocí, cuando nos encontramos de niños por las aulas de la EGB y a él le salía la bondad por los ojos con la misma fuerza que sus carcajadas, nadie ríe como él.

El otro día hablábamos del amor, del dolor, de la vida, de la muerte –sí, de vez en cuando, hacemos un debate sobre el estado del corazón y nos faltan sesiones–. En nuestra conversación surgió un concepto, “la bondad”. Y él me comentó lo mucho que la valoraba en los demás y lo poco o, mejor dicho, nada, que “le ponían” los malotes. Yo le comenté cuánto aborrezco esa expresión que habla despectivamente de tal cualidad, emparejándola con la estulticia: “De bueno es tonto”. Y sí, a él ese dicho también le parece una falsedad.

Seguramente, es una trampa que hemos asumido sin maldad, una expresión coloquial –yo la he utilizado mil veces– pero qué bien le viene al abusador ¿eh? Sí, esa sentencia les viene de perlas a los aprovechados, a los egoístas, a los interesados, a los caraduras que van pisando cabezas como si fueran uvas de las que pretenden sacar todo el jugo. 

Afirmar que alguien “de bueno es tonto” es una manera de cambiar la responsabilidad de sitio. Es casi tan obsceno como admitir aquello de “abusaron de ella porque llevaba minifalda”. No, el que abusa es el culpable, siempre, caso cerrado.  

Y no, nadie es tonto por exceso de bondad. Uno puede ser ingenuo, inseguro y hasta cobarde, pero no por exceso de bondad. Ser bueno es de inteligentes, de justos, de valientes. Ser bueno no suele ser fácil. En muchas ocasiones, el camino del malote o la malota es mucho más corto y más vistoso. Pero no denota inteligencia la maldad, no son inteligentes los que se aprovechan de la bondad ajena, es solo que se creen más listos.

A esa defensa de la alegría como una trinchera que agitaba Benedetti yo añadiría defender tu bondad como tu casa. No hay que abandonarla, solo cerrar la puerta a los que no merecen entrar en ella. La escoba del revés detrás de la puerta y te abres un botellín.

Afirmar que alguien “de bueno es tonto” es una manera de cambiar la responsabilidad de sitio. Es casi tan obsceno como admitir aquello de “abusaron de ella porque llevaba minifalda”. No, el que abusa es el culpable, siempre, caso cerrado

Mi amigo es una de las personas más buenas que conozco y una de las personas con las que más me río y con las que más siento ganas de llorar. Es único por la crudeza con la que explica la vida, por la limpieza de corazón con la que la afronta, por su generosidad. Y dice algunas cosas como para tallar en piedra. La otra noche, cuando hablábamos de amor, cuando me hablaba de cuánto admira la bondad de la persona a la que ama, me dijo una frase que define su estar en el mundo: “La bondad me la pone dura”. Esa frase pide camiseta. 

Tengo un amigo bueno. Bueno de verdad. Su bondad es la fetén: plena, justa y valiente. Es una bondad a prueba de malos y es esa la más consistente, porque, cuando te han herido, cuando has creído en quien no lo merecía, sería comprensible que tiraras tu bondad al contenedor de desechos orgánicos y empezaras a ser otro, otra.

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