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Tengo un envío para el señor Bezos

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Unos tipos están gastándose un pastón en la búsqueda del secreto de la vida eterna. Dicho así, parece que estoy comentando la noticia de una pandilla que se ha encerrado en un rancho de Dakota, siguiendo la estela de un líder espiritual, para practicar sexo a tutiplén y hacer tortillas de alucinógenos, pero no. Voy a contarlo bien:

Jeff Bezos, Yuri Milner y otros millonarios del mundo están invirtiendo en la investigación de la reprogramación celular con el objetivo final de rejuvenecernos. Dicho así, parece que hablo de un sérum de hialurónico, pero no. Voy a contarlo bien:

Varias empresas de biotecnología trabajan en la consecución de lo que es un sueño quimérico para las personas normales y un proyecto alcanzable para los que han hecho del éxito su esencia vital: prolongar la vida y acabar con la única certeza que tenemos en esta, la muerte.

Una de estas empresas, Altos Labs, que podría haberse llamado “Altos vuelos” –no por el ratico de Bezos en el espacio, sino por lo lejos que pretende llegar con la investigación–ha fichado a científicos de gran prestigio. Entre ellos, dos investigadores españoles, Manuel Serrano y Juan Carlos Izpisua Belmonte, y un premio Nobel de Medicina, Shinya Yamanaka.

El proceso se iniciaría con el rejuvenecimiento de células en el laboratorio, después lo intentaría con cuerpos animales y finalmente seríamos los humanos los beneficiarios de esta longevidad.

Claro, a priori, una piensa ¿¡Qué maravilla, no!?. ¿Te imaginas que la vida fuera eterna, que nunca se acabara el baile, que pudiéramos ver amaneceres sin parar y ninguno de los atardeceres fuera definitivo? ¿Te imaginas que un hallazgo científico como el que pretenden Bezos y sus colegas del grupo de whatsapp de millonarios del mundo hubiera llegado a tiempo para que todavía vivieran mi hermana, mi padre, mis amigos del alma y todos los que se me fueron?

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Pero un poco después, cuando llevas un rato centrifugando la idea dentro de la escafandra de tu cerebro, abandonas la nave de los sueños y te preguntas: “un momento, una vida más longeva… ¿con qué pensión, con qué atención, con qué calidad de vida? ¿Una vida eterna con una eterna hipoteca, eternamente compartiendo piso, durmiendo para siempre en un cajero automático con cartones, pagando el megavatio a precio de percebe navideño… toda la vida?. No lo sé, Rick, parece jodido…

Envejecer es una mierda. No porque la experiencia y la sabiduría –que solo se consiguen a fuerza de consumir años– no tengan enorme valor; no porque unas manos con pliegues en la piel no sean bellísimas; no porque las arrugas en un rostro no dibujen el mapa inequívoco de quien ha vivido. Envejecer es una mierda, sin entrar en muchos detalles, porque todo es más difícil. Y muchísimo más difícil si tienes menos.

Quizás en el cómputo global de una vida no importe tanto el cuánto como el cómo. Cómo de cómoda ha sido la tuya gracias a aquello que se paga con dinero, cómo de feliz, plena e interesante, gracias a aquello que no tiene precio. Al asunto de cómo hacer que cada minuto no se haga eterno por las dificultades, Bezos, si tenéis un rato, podríais darle también una vuelta tus colegas y tú en el laboratorio…

Unos tipos están gastándose un pastón en la búsqueda del secreto de la vida eterna. Dicho así, parece que estoy comentando la noticia de una pandilla que se ha encerrado en un rancho de Dakota, siguiendo la estela de un líder espiritual, para practicar sexo a tutiplén y hacer tortillas de alucinógenos, pero no. Voy a contarlo bien:

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