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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Los antisistema del sistema

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El Gran Wyoming

El pasado sábado se llevó a cabo en la plaza de Colón de Madrid una concentración de los antisistema buenos. Ya saben, hay dos clases: los que son aporreables, pisoteables por las botas de los antidisturbios, y los incondicionales seguidores de la condesa que reivindica la Alcaldía como una especie de herencia incuestionable.

Deberíamos celebrar el cambio de actitud de la Delegación del Gobierno, que ha decidido no correr a palos a estos ciudadanos a pesar de que agredían a periodistas que cumplían con su trabajo, y de que la concentración no estaba autorizada. Digo deberíamos porque esta vez no se ha tratado al personal como si fuera ganado, los ojos de los que allí se encontraban permanecen todavía en sus órbitas a falta de impactos de las consabidas pelotas de goma que habitualmente se usan en este tipo de eventos, y ninguno de los asistentes ha tenido que ser ingresado en un hospital tras pasar por los métodos correctivos de las fuerzas represivas.

Uso el condicional cuando afirmo que deberíamos celebrar este trato a la ciudadanía porque soy muy mal pensado y me temo que esto no es un cambio de tendencia. En las siguientes acciones de protesta, es posible que vuelvan a llover los palos y que se solicite de nuevo la documentación a los agredidos para que tengan que pasar, como dios manda, por las correspondientes dependencias judiciales a explicar delante del magistrado su insistente resistencia a la autoridad.

Y uno que observa lo surrealista de la situación en la que se ve inmerso un contribuyente que tiene que ir a defenderse a la sala de un tribunal por haber sido apaleado, piensa que eso de la resistencia a la autoridad debe referirse a la oposición que presenta el tejido óseo a ser atravesado por las porras de los policías por tener una densidad mayor. La concentración de los osteocitos es un fenómeno ajeno a la voluntad del que discrepa y de difícil solución. No debe cargar el apaleado con la pena de la resistencia, pues es responsabilidad del Altísimo tomar la decisión de hacer nuestro cuerpo poco flexible y nada receptor a los impactos con objetos contundentes.

Ahora, los que somos utópicos y demagógicos sólo aspiramos a que doña Concepción Dancausa dé el mismo trato a los que no son de los suyos, y todos tan contentos. Fue emotivo leer su mensaje en las redes sociales condenando las agresiones que sufrieron los periodistas durante esa concentración, en presencia de la policía, como si fuera una ciudadana más y no tuviera la menor responsabilidad en el desarrollo de los acontecimientos.

Me habría gustado que, ya que se ponía a condenar, condenara también que los señores uniformados se limitaran a pedir la documentación al periodista al que rompieron la cámara que, atónito, creía estar viviendo el mundo al revés. Menos mal que, al menos, no siguieron las indicaciones de los que allí protestaban a favor de la democracia y contra el totalitarismo que traerá Carmena cuando gritaban a los periodistas: “Os tenían que meter un tiro”.

En fin, el caso es que la señora condesa consorte del receptor de las subvenciones que tanto detesta, acostumbrada ella a ocupar el poder después de maniobras turbias como la que dio en llamarse Tamayazo, en honor a uno de los dos diputados que con su ausencia impidieron la llegada a la Presidencia de la Comunidad de Madrid de Rafael Simancas, vuelve a las andadas convocando a todas fuerzas políticas “democráticas” a una macedonia contranatura para evitar que los soviets tomen el Ayuntamiento.

La patética rueda de prensa en la que la altruista condesa se ofrecía para regenerar la democracia parecía más bien un atril de una casa de subastas en la que la señora ofrecía una oportunidad a los buenos entendedores para que se apuntaran a la carroza de los ganadores, que es donde se reparte el turrón. Recordemos que afirmaba con vehemencia no conocer de nada, ni tener ganas, al señor Tamayo, hasta que este se plantó en la Puerta del Sol montando el pollo y exigiendo que le recibiera la presidenta. Por supuesto la señora condesa dijo que no le iba a recibir por tratarse de un ser corrupto y felón, para acto seguido hacerle entrar porque el sospechoso diputado que la llevó a la Presidencia se despachó allí mismo con declaraciones acerca de exigencias extrañas sobre supuestas deudas impagadas.

Amenazaba con irse de la mui si no se cumplía lo pactado. El caso es que al final el señor Tamayo entró y no sé qué pasaría en el despacho que no se ha vuelto a saber de él. O sea, que quedó contento el hombre con lo que acordó con la señora condesa a la que no conocía de nada, pero que reclamaba como garante de la deuda pendiente el tradicional “cómo va lo mío”. La cosa se solucionó con plena satisfacción de la parte demandante. Hay que ver lo convincente que es esta señora, debería dejar su puesto de cazatalentos y aprovechar su historial para entregarse de pleno al de amansadora de malhechores, tal vez un día llegaran a hacer una película con su vida: La mujer que susurraba a los corruptos.

“Si al final no pasa nada”, debe pensar doña Esperanza ante la reticencia de los demás a formar parte del frente anti Carmena, sabedora de que el pueblo traga con lo que le echen, y de que los suyos apoyan cualquier superchería porque esto de aceptar las reglas del juego no es lo suyo, son portadores de valores eternos y el fin supremo que dirige sus destinos está por encima de estas tonterías de la democracia y su servidumbre.

“Estos son idiotas”, se dirá cuando echa las cuentas de los millones que hay en juego en los superpelotazos urbanísticos pendientes en Chamartín, Plaza de España, Operación Manzanares, y demás… Para colmo, mientras escribo este artículo, se hace pública la sentencia del Tribunal Constitucional que da vía libre a la privatización del Canal de Isabel II que gestionara ella misma y que como las operaciones anteriores son vitales para el progreso, el desarrollo de la ciudad y también de las iniciativas privadas que ven euros donde los demás quieren ver zonas verdes, centros culturales y espacios para la expansión del populacho.

Al enterarse de la sentencia le debe haber dado un repente como los de la niña de El exorcista. Me la imagino con la cabeza dando vueltas, echando espumarajos por la boca y pegando botes en el colchón al pensar en la canalización de euros que podría derivarse a la talega de los colegas en un Plan Eurológico Nacional y que se pierde en la mar océana de lo púbico.

La imbécil de Carmena no se entera del beneficio que hay detrás de estas operaciones, como dijo Jeff Bush con respecto a la guerra de Irak ante la reticencia del pueblo español a entrar en el conflicto. Carmena no es ni joven ni emprendedora, no es la niña de Rajoy y dificulta el normal desarrollo de la economía productiva, liberal y nacional católica, en favor de los deseos del populacho, que sólo piensa en su bienestar y el de sus hijos porque no tiene visión de la Historia, apenas es capaz de contemplar el pequeño círculo de terreno que abarca el campo visual cuando inclina su testuz para pastar en las fértiles praderas del amo. “Hay todo un universo ahí afuera que sólo los grandes visionarios saben interpretar”.

Estos bolivarianos son un freno para la economía y no saben con quién se la juegan. Todavía apelan a la democracia para llevar adelante sus demagógicos e inviables programas. Si no saben aprovechar una Alcaldía, que no se metan y dejen espacio a los demás.

Aún queda una última oferta que la señora Aguirre puede hacerle a Carmena: “Quédate en casita, te hago socia de las empresas adjudicatarias y te llevas una pasta todos los meses. Es legal, te lo juro”.

Y lo es, por eso debemos aprovechar la satisfacción que produce ver patalear a esta caterva de amorales. Subamos a la superficie, llenemos los pulmones de aire y dejémonos rozar por este sol radiante, que hay que volver a la inmersión.

Así es la triste vida de los cazadores de perlas.

El pasado sábado se llevó a cabo en la plaza de Colón de Madrid una concentración de los antisistema buenos. Ya saben, hay dos clases: los que son aporreables, pisoteables por las botas de los antidisturbios, y los incondicionales seguidores de la condesa que reivindica la Alcaldía como una especie de herencia incuestionable.

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