Contra la ciencia, otra vez

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El Gran Wyoming

Los que se escudan en la Constitución y en el tribunal que la administra para impedir que la voluntad de los ciudadanos amplíe las libertades y conduzca la sociedad por nuevos derroteros, se la pasan por el forro cuando de poner rumbo hacia las cuevas de Altamira se trata, llevándonos sin el menor recato a la España del medievo, el oscurantismo y la superstición.

Antes de adoctrinar a los alumnos en la escuela y emprender esta campaña contra la ciencia, la inteligencia y la razón, deberían recordar que vivimos en un Estado aconfesional: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”, Constitución española, art. 16.3.

No es necesario recordar hasta qué punto se ponen intransigentes con el cumplimiento de la llamada Carta Magna cuando les conviene, y para evitar posibles contratiempos, se han ocupado de plagar el Tribunal Constitucional de magistrados de su cuerda, presididos por un compañero de partido que dio buena muestra de su posición jurídico-ideológica antes de ponerse al frente del máximo órgano de los jueces.

También sorprende el amor que le han cogido a la Constitución, cuando de todos es sabido que su líder espiritual y político, al que sacan del sarcófago cada vez que las encuestas les son desfavorables, el políglota José María Aznar, artífice del milagro económico cuyos resultados estamos disfrutando desde hace años, se mostró en su día en contra de la redacción que llevaron a cabo los así llamados padres de la Constitución. Entonces, estos demócratas de nuevo cuño, que se estrenaban en el joven sistema postfranquista que nos aproximaba a las posturas europeas y, de paso, por una cuestión física, nos acercaba a Moscú, donde tenían su sede El Mal, echaban pestes de lo que veían como un despropósito radical y desintegrador.

Aquellos demócratas que se hicieron de centro todos a una y que aun usaban la palabra liberal, que ahora tanto les gusta, como un insulto, veían en ese compendio de artículos la antibiblia, el caos y la destrucción del orden nacional católico que con tanto acierto había guiado los destinos de la patria por el camino de la rectitud y los valores tradicionales de occidente. Sí, se cagaban en la Constitución canallesca en cuanto se tomaban un par de vinos. Pues bien, ahora les parece que es la muralla imprescindible, benefactora, salvadora e incuestionable para evitar que las hordas de progresistas antisistema asalten el orden establecido y lleven nuestra sociedad a las puertas de los dominios de satán.

No sabemos si después de la inclusión de los rezos en la escuela, la jerarquía eclesiástica paseará a Rajoy y a Wert bajo palio como si fueran la mismísima hostia, tal y como hacían con Franco, por darles tamaño privilegio saltándose la ley que rige nuestro país.

Por mí, estos fervientes seguidores del hombre invisible, pueden seguir haciendo lo que les dé la gana, incluso creerse que Monseñor Escrivá de Balaguer hizo milagros, tal y como han pretendido demostrar para poder hacerle santo, pero si Escrivá es santo, yo soy La Martirio. Claro que del que le hizo santo, Juan Pablo II, también dicen que hacía milagros, y yo que soy contemporáneo de ambos y ferviente admirador del showbusiness me he perdido ambos eventos.

No me he enterado de la hora en que echaron por la tele momentos tan señalados e insólitos, pero tal vez todo se deba a que la humildad característica de ambos les llevara a realizarlos en petit comité, para mayor regocijo de unos cuantos iniciados, o bien, que todo se tratara de un camelo orquestado para que Soraya Saénz de Santamaría y Dolores de Cospedal pudieran lucir mantilla y peineta y disfrazarse de la novia de Nosferatu que, aunque lo obligue el protocolo, parece un atuendo más propio de un aquelarre que de una santificación.

Y uno se pregunta: ¿por qué tanta humildad en la puesta en escena a la hora de llevar a cabo el milagro y tanto boato en la celebración del mismo? Eso huele mal de entrada. Juntar a miles de personas para decir que dicen que hizo… ¡Uyuyuy!

Además, otra cosa mosqueante es que siempre se les canoniza, beatifica, santifica o lo que sea, porque también en esto tienen jerarquía –estaría bueno, a ver si van a poner a Monseñor Escrivá a la misma altura de un pastorcillo abducido–, es que siempre, decía, lo hacen cuando ya están muertos. Una posibilidad es que traten de evitar que, después de tanto lío, se les pille in fraganti, como a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que tenía todas las papeletas para ser incluido en el santoral pero las malas lenguas de sus propios hijos, que los tenía el santo varón, así como de los miembros de una asociación de damnificados por sus fechorías pederastas –fueron tantos que dio para una asociación– le retrataron como torturador, violador, drogadicto, sádico y unas cuantas cosillas más.

Pues sí, puede ser que les hagan santos para evitar que su cuerpo pueda ser poseído por el demonio y terminen liándola parda, pero yo creo que lo hacen para que durante el acto, en la Plaza de San Pedro, no se le ocurra a la peña ponerse a pedir un bis y que el milagrero celebrado de turno se vea en la obligación de disculparse y decir eso de: “Es que no me sale”, como hacen los niños chicos cuando estrenan el juego de magia que le han traído los reyes.

Pues bien, estos señores de la jerarquía eclesiástica, de la mano del Gobierno, se han colado en las escuelas para decirles a los niños que la felicidad no es posible sin dios. Los de la Coca-Cola es de suponer que pedirán lo mismo y así sucesivamente hasta dejar a los niños más tontos de lo que han entrado, con lo que se conseguirá el efecto contrario al que persigue la educación.

También pretenden hacer creer a los niños que el hombre invisible –las mujeres están allí para servir, no tendría sentido que fuese mujer–, ha creado todo lo que vemos, empezando por el universo, el cosmos, el espacio sideral donde viven los de Star Trek. Todo lo malo dicen que es cosa del libre albedrío, de la libertad que dio al hombre para hacer el bien o el mal, pero no explican qué gracia le encuentra su creador a las enfermedades congénitas, ni a los miles de niños que mueren de hambre, irremisiblemente, al poco de nacer.

Ya puestos a meter en la escuela un ser sobrenatural podrían meter a uno que se enrolle mejor, que no sea tan dañino, tan perverso. No se puede dejar la capacidad de ejercer el mal en manos del hombre, que es el bicho más hijo de puta de toda su creación. Eso sólo se le puede ocurrir a un sádico: mal ejemplo para los niños.

Estas cosas que pertenecen al campo de la superstición nada tienen que ver con la educación y el conocimiento del que estos señores siempre se han mostrado enemigos haciendo correr la sangre de los científicos de antaño. Cierto es que pidieron perdón por estas atrocidades, pero manifiestan poco propósito de la enmienda al volver a introducir en la escuela tesis que destruyen la obra de aquellos que condenaron a la hoguera.

Mientras, nuestros científicos salvan como pueden sus proyectos o los suspenden por falta de medios.

Si esto no es una mierda que venga dios y lo vea, y, de paso, que dé la cara.

Para el que no lo sepa, existe una ley para condenar las “ofensas al sentimiento religioso”. ¿Y a nosotros? A los ofendidos con toda esta basura, ¿qué ley nos ampara?

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En lo personal me siento muy ofendido cada vez que los creacionistas se empeñan, contra toda evidencia, en señalar que el mundo tiene diez mil años de antigüedad y sitúan a los dinosaurios en el mismo parque temático que Adán y Eva. Se resisten a abandonar la mítica imagen de Raquel Welch en la película Hace un millón de años. Al menos, el productor de la película le da un millón de los 4.450 millones de años que dicen los científicos que tiene nuestro planeta, más menos un 1% de error. Bueno, vale, les concedemos ese margen.

Una ofensa a la inteligencia que han metido en los colegios, con el agravante de que el más ignorante incrementará sus puntos de cara la selectividad, y todo ello, como dice el ministro, para primar la excelencia.

Contra la libertad, contra la mujer, contra los pobres, contra los trabajadores, contra la sanidad, contra la educación y, ahora, también contra la ciencia. ¿De dónde salen? Uno que no cree en el creacionismo se pregunta: ¿de qué mutación proto fascio troglodita proceden? Todo un misterio que la ciencia, si tuviera presupuesto, debería estudiar. Vaya tropa. Y encima, roban.

Los que se escudan en la Constitución y en el tribunal que la administra para impedir que la voluntad de los ciudadanos amplíe las libertades y conduzca la sociedad por nuevos derroteros, se la pasan por el forro cuando de poner rumbo hacia las cuevas de Altamira se trata, llevándonos sin el menor recato a la España del medievo, el oscurantismo y la superstición.

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