¡Cómo engañaron a Aznar!

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El Gran Wyoming

La vida no es otra cosa que un campo de minas. Eso debe pensar Aznar, nuestro gran estadista que, haciendo uso de su característica humildad, se pagó a sí mismo, de nuestro bolsillo, la medalla del Congreso de EEUU, dos millones de dólares desviados de forma peculiar, para que quedara constancia de su poderío, entrega, calidad humana, don de lenguas e internacionalismo liberal.

Cuando este prohombre dijo que nos sacaría del rincón de la Historia, pocos sospechaban que sería poniéndonos en las portadas de los principales diarios internacionales en la sección de sucesos como los principales chorizos de occidente. Hizo bien otorgándose la medalla a sí mismo porque, de otro modo, lo tendría bastante crudo. Pocos han valorado su trabajo al frente de un país de pusilánimes y gandules, que se empeñaban en vivir subsidiados y poner freno al tren de la reforma revolucionaria neoliberal que transmuta los bienes públicos en patrimonio de emprendedores, incautando las joyas de la corona para meterlas en las cajas de seguridad de los que lo dan todo por la patria.

Le ha tocado el turno a Rodrigo. Casualidades de la vida lleva el mismo nombre que su personaje histórico favorito: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Ese guerrero que ganó batallas después de muerto inaugurando un nuevo estilo de hacer en la guerra, precursor de “The Walking Dead”, y cuyo testigo fue tomado siglos más tarde por ese otro gran guerrero que también se diera a sí mismo un título, el de “Generalísimo”, y que sintetizaría el espíritu de permanencia acá, desde el más allá, con su célebre sentencia: “Lo dejo todo atado y bien atado”. Muchos creyeron que se trataba de un farol del senil general que desde el valle de Cuelgamuros debe estar diciendo: “Ahora os jodéis”.

A don José María le pasa como a doña Esperanza, dos almas cándidas que pecan de confiadas y cuyos colaboradores resultan tener una doble personalidad que les permite servir a la patria con rigor, al tiempo que sisan un complemento para equiparar sus exiguos ingresos con los que reciben los mandamases de las grandes empresas privadas, a cuyos consejos de administración dirigen sus pasos con sus acciones de gobierno.

Cómo iba a sospechar don José María que Rodrigo, el que propusiera como primer candidato para sucederle en esa dinastía que inventara de hombres de gran condición política, técnica y moral, junto a Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja, le iba a salir rana. Si hubiera hecho las cosas bien, nadie se habría enterado de los tejemanejes que se traía. “La discreción es la base de una entrega a la gestión pública al servicio del patrimonio personal”, debe pensar ahora el que propusiera a Rodrigo Rato para presidente de la nación. Y tiene razón, no hay más que seguir su ejemplo y desaparecer del mapa tal y como ordenaba Robert de Niro a sus secuaces después de cada golpe. Claro que esta consigna no es sencilla de asumir. La tentación de la buena vida es grande y a uno le reconcome la idea de no poder disfrutar del patrimonio porque, a fin de cuentas, somos hojitas al viento y todos estamos expuestos a pasar de un asador de cochinillos disfrutando con los colegas, a un crematorio donde somos el objeto de la incineración sin solución de continuidad.

Rodrigo lo tenía más crudo porque venía de esa especie que se dedica a la política desde la opulencia. Dicen que llegó de jovencito a la sede de AP con un porsche. Gente de fiar. Ya saben, ahora se lleva eso de: “Yo es que a los nuevos no les veo gobernando porque no tienen experiencia en la gestión”; antes decían: “Yo es que prefiero votar a los ricos porque así no tienen que robar”. Delatando ser partícipes de la ideología de la sumisión al señorito, esa que hace incompatible riqueza y latrocinio.

Así, Rodrigo nunca tuvo que disimular, a diferencia de José María, porque no estaba dispuesto a renunciar a los placeres que la vida ya le venía otorgando por la vía del patrimonio familiar que, por cierto, costó una estancia en el talego al progenitor del que hoy sacrifican en el altar de la transparencia.

La ingenuidad va a ser la tara que les lleve a pasarse en masa a Ciudadanos si, tal y como anuncian los sondeos, el PP está cayendo en picado. Mira que no darse cuenta de lo que estaba pasando. Cada vez que trincan a un corrupto le sacan fechorías cometidas durante años, y uno piensa: “Estos de la cúpula son muy listos o muy tontos”. Ellos se venden como lo segundo, lo cual nos lleva a la pregunta del millón: “Si no te enteras de nada y te pueden robar delante de tus narices: ¿dónde coño está la buena gestión?”.

También podría ser que al surgir nuevas opciones políticas, como la marca joven que le ha salido a la derecha española, se les esté acabando el comodín del votante que todo lo legitima, y los suyos van a empezar a mirarles como lo que son, sin necesidad de fingir, porque ya no les necesitan para que sigan perpetuando la reserva espiritual de occidente.

Pobre José Mari, todos aquellos que estuvieron a su lado fabricando el milagro económico tan cacareado por sus escuderos mediáticos, van saliendo uno a uno en las portadas de los diarios, que antaño les dieran gloria, camino del purgatorio judicial donde pasarán un tiempo hasta entrar de nuevo en el paraíso neoliberal para disfrutar de los merecidos dividendos que han acumulado con su bendita y delincuente gestión. En tiempos de nuestros padres, se dirán, era más sencillo todo esto, sí, pero son gajes de la democracia que necesita purgarse de vez en cuando para demostrar que vivimos en un Estado de Derecho y que todos somos iguales ante la ley. Eso sí, siempre ha habido clases, los ricos son iguales entre sí, y los pobres también.

Aznar, citado en el juzgado por decir que Venezuela financió a Podemos

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A Jose Mari le crecen los enanos. Como esto siga así, vamos de cabeza al caos, al sindiós. Hasta podrían llegar a investigar su patrimonio, como si fuera uno más. ¿Dónde está?, por cierto. ¿Alguien le ha visto?

Consejero de consejeros y mediador imprescindible de los grandes negocios que en España han sido, debe estar tomándose un whisky con su amigo Blair, el barquero de la otra orilla, viendo pasar la riada mientras balbucean al unísono: “Aficionaos”.

Nosotros, mientras, gruñimos caminando por el fango, su fango, aquél con el que dios creó al primer hombre y nuestros próceres liberales, amorales y estafadores, los mimbres de la Nueva España.

La vida no es otra cosa que un campo de minas. Eso debe pensar Aznar, nuestro gran estadista que, haciendo uso de su característica humildad, se pagó a sí mismo, de nuestro bolsillo, la medalla del Congreso de EEUU, dos millones de dólares desviados de forma peculiar, para que quedara constancia de su poderío, entrega, calidad humana, don de lenguas e internacionalismo liberal.

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