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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

Nosotros: así, en general

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El Gran Wyoming

Con el resultado de las últimas elecciones autonómicas y municipales muchos nos hemos enterado de que vivíamos en un sistema en el que el bipartidismo era un dogma, no la consecuencia electoral de una España que siempre ha sido dos, por más que se empeñen en hablar de Una, los de derechas, y de reconciliación, los de centro.

Se abre un nuevo horizonte donde las cosas no se solucionan como antes, cuando, a falta de mayoría absoluta, los que se llamaban partidos bisagra, CIU y PNV, cedían sus votos a cambio de prebendas y no se metían en nada, dejaban hacer, renunciaban al control o a introducir puntos de su programa, regalaban o vendían el poder que les otorgaban sus votantes. Justificaban su ausencia, su inhibición, sentenciando que estaban por la “gobernabilidad”, es decir, entendían que su presencia en la acción política del Gobierno de la nación produciría lo contrario, “ingobernabilidad”, con lo que se definían sin pretenderlo como auténticos incapaces o saboteadores. Sin embargo, estos partidos nacionalistas se ofrecían para gobernar, como la única opción posible, en sus feudos y así, siempre mandaban los mismos: los dos partidos mayoritarios se hacían cargo del Estado, y los bisagra, de sus respectivas autonomías.

Ahora, a esos partidos mayoritarios les toca hacer el trabajo de otra manera y les cuesta. Los votos ya no se regalan, no existe la costumbre de gobernar con otro, de sentarse a hablar con el rival para llegar a un acuerdo que sea beneficioso para los gobernados porque eso implica ceder poder. Es más sencillo de lo que parece, es una cuestión de prioridades.

¿Es la primera obligación procurar el bienestar del ciudadano? Contestando a esta pregunta se avanza un gran trecho. Claro que habrá dos definiciones, como hay dos Españas, del significado de la palabra ciudadano, porque tan ciudadano es el enfermo, en el caso de la sanidad, como el presidente de la empresa adjudicataria de la gestión de un hospital al que se le trunca un chollo. Y así es, uno debe optar por el bienestar de la clase dirigente o de la mayoría del pueblo, circunstancia que podría atenuarse, pero que viene determinada por la especial cualidad de “nuestra” patronal, cuya cúpula representada por la CEOE nada en la opulencia, o se ducha en nuestras cárceles por amasar un inmenso patrimonio de manera ilegal, mientras exige al que nada tiene que se apriete el cinturón. No son empáticos.

La cuestión es que el deseo de los votantes apunta en una dirección diferente a la que hemos llegado después de cuarenta años de democracia. Y no me refiero al signo del partido ganador sino a la exclusividad del mando en unas solas manos. A esta nueva etapa de entendimiento de más de un partido para poder gobernar se le suma una dificultad añadida, que es característica de la piel de toro: de nuevo las dos Españas. Aunque muchos se empeñen en negarlo, para mí es evidente, y cuando escucho a los próceres de la otra y me echo las manos a la cabeza, o me río con sus sandeces y su discurso medieval, observo cómo lo que yo creía un exabrupto extemporáneo es repetido por todos y cada uno de los representantes políticos afines como una letanía.

Hay que sentarse a trabajar. Escuchar, dejar de intentar demonizar al otro para escaquearse del curro. A Susana Díaz, en contra de lo que escucho y leo en los medios de comunicación, esta nueva etapa no le ha caído bien. Se ha empeñado en señalar a los demás como intransigentes “bloqueadores”, y lo ha hecho desde el estilo manido del gobernante nacionalista del que tanto abomina, envolviéndose en la bandera y hablando en nombre y a mayor gloria de los andaluces.

No toca eso, nadie a su alrededor se ha atrevido a decirle que no ha sacado mayoría absoluta. Es cierto que llevaba mucho tiempo esperando que llegara su momento y que ha visto la comodidad con la que vivían sus antecesores en el puesto, pero eso se acabó. El sueldo que pagamos a los gobernantes pasa por sentarse con quien corresponda. Recuerdo cómo Aznar cuando sacó mayoría absoluta dijo que no recibiría nunca al lehendakari en la Moncloa y lo cumplió. Esos modos no tienen cabida en la nueva era y, si alguien cree que no está capacitado para hacer ese trabajo, que es el que demandan los españoles, o los andaluces, en este caso, debería recordar que nada es obligatorio en política y que hay un mundo maravilloso ahí afuera, donde viven los votantes.

Es cierto que no se deben aceptar chantajes, ni imposiciones inasumibles, pero debe explicarse qué es lo que impide sentarse a hablar, horas, días, el tiempo que sea necesario. Y, sí, ¿por qué no?, contando de qué se habla y cómo va la cosa. Que nos demuestren que estamos en buenas manos. Recuerdo la que liaron los del PP con la asignatura de Educación para la Ciudadanía, y cuando se les preguntaba cuál era la lección, el capítulo que les sacaba de sus casillas, no respondían, no querían delatarse, volvían a cacarear la consigna de turno. En el colmo del disparate hablaban de que adoctrinaba. Ellos, precisamente, que querían hacer la asignatura de religión obligatoria.

A mí personalmente, que no soy andaluz ni he votado allí, eso de no tener las cuentas de la Comunidad, que reportan beneficios astronómicos, en bancos que sean intransigentes con el tema de los desahucios me parece bien, imaginativo y de coste cero, claro que le obliga a uno a definirse y, a lo mejor, es eso lo que no se acepta, que una niñata le diga a la lideresa que se manifieste en temas concretos, pero en fin, están saliendo casos de corruptelas a diario, ahora con los cursos de formación, que parecen dar la razón a los que opinan que un cierto control por parte de terceros no viene nada mal.

El futuro no parece sencillo. La negociación no debe centrarse en conseguir o ceder cuotas de poder, la era de los “egos” debe pasar a la historia. La alternativa de la España Una siempre va a estar vigente, al acecho, y exigiendo lo que considera suyo: lo nuestro. El enemigo real continúa emboscado con un objetivo claro, despojar de todo al ciudadano para meterlo en su propio bolsillo.

Afirma el Tribunal Constitucional que las privatizaciones son legales. Ahora entiendo lo que quería decir Esperanza Aguirre cuando renegaba de una sentencia de ese tribunal proclamando que sus conclusiones carecían de valor por estar totalmente politizado. Pues sí, en eso tiene razón, pero esta señora no piensa mucho lo que dice y olvida que, precisamente, uno de los argumentos que exponen los detractores para cuestionar la objetividad del órgano supremo de la justicia de este país es que está presidido por un militante del PP, y que la mayoría de los miembros que lo componen pertenece a ese espacio que da en llamarse conservador y que habita a años luz del “centro”.

A lo mejor ese órgano, de paso que legitima las privatizaciones de servicios esenciales, debería recordar a los diferentes gobiernos que existe un artículo en esa sacrosanta Constitución que dice: “Las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. Bueno, pues yo creo que la privatización de la sanidad es de “especial trascendencia” y cuenta en los sondeos con una oposición ciudadana que supera el setenta por ciento en el peor de los casos. Es curioso que desde que se aprobó la Constitución, hace decenas de años, sólo se ha convocado uno, y con trampillas, a cargo de ese gran trilero que es el señor González, e incumpliendo totalmente lo que se votó, que implicaba la no pertenencia a la estructura militar, la prohibición de instalar o introducir armamento nuclear, y la reducción progresiva de la presencia militar de los EEUU, o sea, OTAN o bases, una cosa u otra. Bueno, pues al final nos quedamos con las dos, nos hemos comido todo.

En fin, concluyendo. La cosita está compleja y la derecha no va a dar tregua, va a estar enfrente desde el primer día. Es mucha la pasta en juego, muchos los pelotazos que se van a perder.

Rajoy se queja del tratamiento que le dan los medios de comunicación al tema de la corrupción. Debe entender que la lucha contra la corrupción es un freno para la economía. Para paliar el acoso a los ladrones se dispone a conceder más televisiones a la caverna y así conseguir un aplauso sonoro a su lucha en favor de la transparencia que comienza con esta concesión de canales de manera opaca. Pues ahí están, al pie del cañón.

A lo que iba, que tiendo a la dispersión y, en realidad, de lo que quería hablar no he dicho ni una palabra. Corren tiempos muy malos y mientras intentamos quitarnos de encima a estos monstruos, están negociando tratados de libre comercio internacionales, que así los llaman, pero que son alianzas para abolir la democracia, a nuestras espaldas, con total secretismo, y el PSOE, por cierto, está por la labor. Mal. Así, mientras el personal se está moviendo para desenmascarar las maldades del TTIP, resulta que este parece ser un señuelo ya que cuarenta países entre los que se encuentra España han firmado, también a espaldas de los ciudadanos, otro aún más maquiavélico: el TISA, que sin duda alguna es una “decisión política de especial trascendencia” y que debería ser aprobado por los ciudadanos en referéndum, según reza la Constitución.

Parece que no hay salida desde una posición individual y los ciudadanos debemos empezar a pensar en una solución colectiva o estaremos perdidos. No hay lugar para el “sálvese quien pueda”.

Hay que borrar el pronombre yo del sistema de organización que nos demos y empezar a pensar en nosotros. Los de la otra España hablan del Estado como enemigo de la libertad por su afán intervencionista y se proclaman ácratas que defienden la libertad individual, mientras nos imponen leyes mordaza represivas, carcelarias. “Vienen a por nosotros”. A por ti también, bobo, dicho desde el respeto.

Siéntense, hablen y sáquennos de aquí.

Con el resultado de las últimas elecciones autonómicas y municipales muchos nos hemos enterado de que vivíamos en un sistema en el que el bipartidismo era un dogma, no la consecuencia electoral de una España que siempre ha sido dos, por más que se empeñen en hablar de Una, los de derechas, y de reconciliación, los de centro.

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