Los padres de la criatura

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Hay una lectura de la situación política en España que puede resumirse de forma muy esquemática como sigue: ahora que el país por fin estaba saliendo de la crisis, una vez que las principales reformas se habían llevado a cabo (la laboral, la financiera, la de las pensiones), cuando la Comisión había aflojado un poco en los rigores del ajuste fiscal, se celebran elecciones y de repente todo queda en suspenso. El ascenso de Podemos complica extraordinariamente la formación de Gobierno. Se trata de un partido anti-sistema, encabezado por una dirigencia sectaria en lo ideológico, sin experiencia alguna de gestión, que podría terminar deshaciendo muchos de los logros del país por su mezcla de incompetencia y dogmatismo. En consecuencia, resulta imperativo excluir a Podemos de cualquier pacto posible de gobierno.

Esta interpretación de los acontecimientos está muy extendida, tanto entre las instituciones supranacionales (la Comisión, el BCE, etc.), como en todo el arco político que va desde los medios y grupos más derechistas hasta el ala más liberal de la socialdemocracia, incluyendo todos los periódicos en papel y los principales núcleos de influencia económica e intelectual del país.

No voy a entrar a discutir los puntos fuertes y débiles de Podemos, ni si sería bueno para España que Podemos se integrara en un Gobierno de izquierdas. Quede todo eso para otra ocasión. Lo que me gustaría señalar en este artículo es solamente que quienes ahora se asombran ante la magnitud del apoyo popular a Podemos y se alarman pensando en lo que podría llegar a ocurrir si tocan poder, son los principales responsables de que este nuevo partido haya obtenido unos resultados tan favorables.

El mayor ejercicio de hipocresía política de estos años ha consistido en crear las condiciones propicias para que surja un movimiento pujante como Podemos y a continuación escandalizarse por el hecho mismo de que, en efecto, haya aparecido tal movimiento.

La responsabilidad principal recae sobre las instituciones europeas y las políticas que han impuesto en los países más endeudados con el exterior. Como se recordará, España estaba saliendo del agujero en 2010 cuando se desencadenó la tormenta del euro y nos sumergimos en una segunda y duradera recesión. La condición que impuso Alemania para aprobar el rescate financiero de Grecia fue que otros países con fuerte endeudamiento como España introdujeran ajustes fiscales (políticas de austeridad). La primera (y más suave) dosis del ajuste la recibimos en mayo de 2010 y era solo un aperitivo de los recortes que luego el PP pondría en práctica.

En aquel momento, en mayo de 2010, cuando se introdujeron los primeros recortes, los editoriales de periódicos como El País y El Mundo desbordaban entusiasmo porque por fin se llevaban a cabo las reformas que España necesitaba; y se hacía además con sentido de Estado, es decir, al margen de la ciudadanía, por encima de la opinión pública. Vale la pena reproducir cómo reaccionaba El País ante el anuncio del paquete de recortes por parte del presidente Zapatero:

"El discurso del presidente estuvo a la altura de las circunstancias. Lo que, en sentido contrario, implica que no lo ha estado durante los dos últimos años. Sustituir las difíciles decisiones que requerían la economía española y la defensa del euro por una retórica maniquea, y no sin ribetes populistas, en defensa de las políticas calificadas de sociales y de izquierda, aunque estuvieran lejos de serlo, ha hecho perder un tiempo que ahora hay que recuperar con urgencia y haber corrido riesgos solo aplacados de momento". (El País, 13/5/2010).

El “populismo” no era entonces prerrogativa de un Podemos que todavía tardaría años en surgir, sino del propio PSOE, que había intentado hasta ese momento una salida “social” a la crisis, sin cargar los sacrificios sobre los estratos más débiles de la sociedad.

Lo que vino después es bien conocido. El paro superó el 25% de la población activa. La desigualdad y el riesgo de pobreza y exclusión se dispararon, poniendo a España en los puestos de cabeza en la UE en estos indicadores. La temida devaluación interna se produjo, especialmente entre aquellos que tenían salarios más bajos, que fueron quienes mayores caídas de ingresos tuvieron que soportar. Se aprobó una “reforma” de las pensiones que en el medio plazo supondrá un recorte medio de su poder adquisitivo superior al 30%. Se debilitó la negociación colectiva para acelerar la devaluación interna. Y, por último, se deterioraron los servicios públicos y sociales. Desde el punto de vista generacional, el país quedó roto en dos mitades. La gente más joven se ha encontrado sin salida, sin horizonte, con un país bloqueado.

¿Puede entonces sorprenderse alguien de que unas políticas profundamente regresivas, realizadas en contra del sentir mayoritario de la opinión pública, hayan terminado generando un movimiento de rechazo como el que encarna Podemos? ¿Pero qué esperaban todos aquellos que defendían que era necesario hacer las “reformas estructurales” que ha sufrido el país en estos años?

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Siempre es un mal planteamiento poner en práctica reformas en contra de la opinión pública, sobre todo en una democracia, donde la gente más perjudicada tiene la posibilidad de hacer oír su voz. Quienes proponían medidas más equilibradas, que permitieran compensar a aquellos que salían perdiendo con las reformas, fueron calificados de demagogos, ilusos y “populistas”. Los propulsores de los ajustes sin anestesia ya tienen delante de sus ojos la criatura que con tanto afán crearon. Pueden echarle la culpa a la inmadurez de la ciudadanía, a la demagogia de los líderes de Podemos, a La Sexta y a la tradición incivil de España, pero en el fondo nadie ha hecho tanto por el nuevo partido como aquellos que han promovido las políticas tecnocráticas de austeridad combinadas con reformas estructurales.

Si hubiera habido un poco más de “populismo” en estos años, es decir, si los gobiernos hubieran estado algo más atentos a las demandas de la opinión pública y hubiesen actuado con determinación en contra de las injusticias que las políticas de ajuste han generado, no habría habido un malestar tan profundo en la ciudadanía y no habría avanzado tanto la izquierda más radical. Sumando los votos de Podemos e IU el 20-D, los partidos a la izquierda del PSOE han conseguido superar al que fue durante décadas el partido hegemónico en España. Todo un logro de neoliberales y tecnócratas.

Quienes en mayor medida maldicen este resultado son quienes más responsabilidad tienen en que se haya llegado a producir.

Hay una lectura de la situación política en España que puede resumirse de forma muy esquemática como sigue: ahora que el país por fin estaba saliendo de la crisis, una vez que las principales reformas se habían llevado a cabo (la laboral, la financiera, la de las pensiones), cuando la Comisión había aflojado un poco en los rigores del ajuste fiscal, se celebran elecciones y de repente todo queda en suspenso. El ascenso de Podemos complica extraordinariamente la formación de Gobierno. Se trata de un partido anti-sistema, encabezado por una dirigencia sectaria en lo ideológico, sin experiencia alguna de gestión, que podría terminar deshaciendo muchos de los logros del país por su mezcla de incompetencia y dogmatismo. En consecuencia, resulta imperativo excluir a Podemos de cualquier pacto posible de gobierno.

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