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Una paradoja

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Como he intentado explicar en alguna ocasión, quienes critican con mayor dureza a Podemos son aquellos que tienen una mayor responsabilidad en su surgimiento. Podemos es consecuencia directa de los estragos de la crisis económica y de la injusticia de las políticas económicas y sociales que se han realizado en estos años.

Ambos elementos, los estragos y las injusticias, son bien conocidos. Los estragos han sido especialmente visibles entre los jóvenes, muchos de los cuales se encuentran sin expectativas de encontrar un trabajo digno, no pueden acceder a una vivienda y no se pueden plantear formar una familia. También ha sido especialmente duro para quienes perdieron el trabajo durante la crisis y cuando consiguieron un nuevo contrato descubrieron que el salario podía llegar a ser hasta un 30% inferior al que tuvieron antes de acabar en el paro.

Las injusticias han sido muchas. La más llamativa, que se rescatara al sistema financiero con ayudas directas, avales del Estado y préstamos a tipos de interés bajísimo mientras se dejaba a las familias y pequeñas empresas en la estacada. Una buena parte de los agujeros de las entidades financieras procedía de inversiones excesivas en la construcción de vivienda. Esos agujeros se taparon gracias a la intervención del Estado, sin que ese mismo Estado resolviera el drama de los desahucios. Por si lo anterior fuera poco, las políticas de ajuste se llevaron a cabo en medio de graves escándalos de corrupción.

La dureza de la crisis, unida a una respuesta insatisfactoria del Estado, ha dado lugar a la formación de un nuevo partido de izquierdas, Podemos, que ha superado el 20% del voto. Podemos ha fagocitado a Izquierda Unida y ha estado a punto de superar al PSOE en apoyo popular.

Quienes se lamentan de que haya en la política española una fuerza con planteamientos radicales y amplio apoyo popular no deberían culpar a los líderes de Podemos (que en todo caso tuvieron la astucia de representar la amplia corriente de insatisfacción con el sistema), sino a la combinación letal de crisis económica, injusticias políticas y corrupción generalizada.

Lo paradójico es que las condiciones que han llevado a la aparición de Podemos explican también que Podemos no vaya a conseguir sus objetivos. O, si se prefiere expresar de otro modo: las circunstancias del país facilitan la creación y crecimiento de un partido radical, pero cuanto más radical es el partido, más difícil resulta cambiar el statu quo.

El argumento puede presentarse del siguiente modo. Por un lado, la desigualdad genera mayores demandas de redistribución. La gente más golpeada por las malas condiciones económicas apuesta por opciones políticas que suponen una redistribución más profunda, generándose de este modo un conflicto entre los sectores más desfavorecidos y las clases medias, que creen que tendrían que hacer un sacrificio demasiado grande. Por otro lado, la corrupción debilita los vínculos interpersonales de confianza y también la esperanza de que el Estado pueda cambiar las cosas: muchos no quieren contribuir a las políticas compensatorias si piensan que los gobernantes van a desviar parte de los recursos públicos en beneficio propio o de sus partidos. El efecto corrosivo de la desigualdad y la corrupción provoca el aislamiento político del grupo radicalizado. Así, se torna imposible una alianza entre las clases más desfavorecidas y las clases medias, condición indispensable en las sociedades avanzadas de nuestro tiempo para que se consolide una mayoría efectiva a favor de mayor justicia social. En España, esa alianza de clases tiene un claro tinte generacional: los mayores están dispuestos a ayudar en el seno de la familia a sus miembros más jóvenes, pero se resisten a apoyar una solución política radical a las malas circunstancias en las que se encuentran las nuevas generaciones.

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Podemos ha conseguido un éxito formidable obteniendo un 20% de apoyo electoral. Pero es muy difícil imaginar que pueda crecer mucho más (salvo que llegara una nueva catástrofe económica, en forma de crisis del euro o similar). Por eso, resulta hasta cierto punto lógico que Podemos, como se ha visto en Vistalegre II, opte por configurarse como el partido que da voz a todos aquellos desengañados con el funcionamiento de nuestro sistema político y económico. Se transforma de este modo en una opción expresiva más que en una opción de cambio. Su denuncia de los abusos del sistema será fundamental, pero no se traducirá en ejercicio del poder político. Presionará desde abajo, introducirá temas nuevos en el debate político, pero se quedará sin margen para poner en práctica sus propuestas. Mientras que de Vistalegre I salió un partido con ánimo de victoria, victoria que de momento queda muy lejos, de Vistalegre II sale un partido quizá no más extremo ideológicamente, pero sí orientado a ser ante todo la representación del descontento.

El Partido Popular es probablemente quien mejor entiende la situación y por eso mismo se ha permitido el lujo de organizar un congreso a la búlgara que ha coincidido en el tiempo con la catarsis de Podemos. El PP sabe que el apoyo a Podemos difícilmente aumentará, y sabe también que mientras exista un Podemos resistencialista será improbable que cuaje una alternativa de izquierdas que consiga desplazarle del poder.

 

Como he intentado explicar en alguna ocasión, quienes critican con mayor dureza a Podemos son aquellos que tienen una mayor responsabilidad en su surgimiento. Podemos es consecuencia directa de los estragos de la crisis económica y de la injusticia de las políticas económicas y sociales que se han realizado en estos años.

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