Qué ven mis ojos

Los demócratas bailan sobre las tumbas de los dictadores

“Ser equidistante es que te dé igual que ganen los malos”

Esto no es una cuestión de ideologías, ni tiene que ver con la izquierda y la derecha. Esto no es tampoco una discusión entre republicanos y monárquicos. No es la batalla a destiempo de una guerra pasada. No es una venganza ni un ajuste de cuentas. No es un acto electoralista ni demagógico. Es simplemente una forma de hacer justicia y combatir la impunidad de los malvados. Y la justicia puede llegar tarde, pero nunca a destiempo. Convertir en delito la apología del franquismo es un ejercicio de responsabilidad histórica, una manera de hacer que la democracia ponga en su lugar a los golpistas y sus tiranías. El Gobierno ha anunciado que lo hará y quienes no aplaudan la medida estarán dejando claro que para ellos hay dictaduras malas y buenas, asesinos propios y ajenos, sediciosos deseables e intolerables. Eso es lo que estarán evidenciando con sus sí pero no o su invocación a una concordia que debe surgir del perdón pero no puede sustentarse en el olvido.

En Alemania el código penal contempla penas de hasta tres años de cárcel para quienes "aprueben, nieguen o minimicen, en público o en una reunión, los actos perpetrados durante la dictadura nazi”, e incluso hacer el saludo romano que pusieron de moda el Tercer Reich y los Camisas Negras, se sanciona con multas cuantiosas, igual que en Austria, Suiza, Eslovaquia, Suecia y la República Checa, y puede ser castigado con entre dos y seis meses de cárcel. En Italia, la ley castiga con hasta cuatro años de prisión "la apología del fascismo" y cualquier iniciativa encaminada a “la reconstrucción del partido” de Mussolini. En España no ocurre lo mismo y en octubre de 2013 el Partido Popular tumbó una iniciativa de PSOE, IU, CiU, UPyD y UPN que pedía “la tipificación de conductas que impliquen apología del franquismo, el fascismo, el totalitarismo o el nazismo”. Su argumento, el de siempre, que no se puede mirar atrás con rencor, hay que pasar página y mirar sólo hacia el futuro. Díganselo a los familiares de las víctimas de ETA, por ejemplo, a ver qué les responden.

Que algo tarde en llegar no significa que no lo haga en un buen momento, porque éste lo es, justo cuando la ultraderecha ha regresado a nuestras instituciones y envenena nuestras vidas con sus discursos terroríficos. Una buena respuesta a los nostálgicos del criminal de El Pardo y el grupo terrorista Falange Española y de las JONS ha sido sacar al funeralísimo, como lo llamaba Rafael Alberti, de su tumba-spa del Valle de los Caídos, porque no se le pueden dedicar monumentos a semejante canalla. Otra será expulsar del mismo mausoleo y más pronto que tarde a José Antonio Primo de Rivera, el inspirador de “la dialéctica de los puños y las pistolas”. La tercera, como también ha anunciado la portavoz socialista Adriana Lastra, la exhumación de las víctimas del totalitarismo, indignamente sepultadas en cunetas y en la misma fosa común de Cuelgamuros. Y la última, acabar de una vez por todas con los símbolos que aún quedan de aquel régimen siniestro que saqueó España, la arruinó y la condenó a un retraso de cuatro décadas.

Siempre ha habido quienes a todo esto le han querido poner paños calientes, o quien matiza, quienes recurren al “se cometieron barbaridades en ambos bandos” y demás simulaciones destinadas a enmascarar una simpatía mal disimulada por aquella época siniestra y por los verdugos que durante treinta y ocho años avasallaron los derechos de sus compatriotas. Hoy, por suerte, esas personas estarán de luto. Otros, abriremos la botella de cava que guardábamos en la nevera. Brindemos por la vida y contra los matones. Los demócratas bailan sobre las tumbas de los dictadores.

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