Aldama prometió la luna y ha llevado un donut Benjamín Prado
Hemos pasado de “la calle es mía” a “y el CGPJ también”
La altura de miras no es mirar por encima del hombro a los demás, por eso no pueden tenerla las personas soberbias, quienes se consideran más que nadie, seres superiores, elegidos para la gloria y predestinados por razones de sangre o clase al poder: los que se sienten los dueños del mundo y sólo creen en la democracia cuando los eligen a ellos. Me encantaba la palabra “talante”, tan del gusto del presidente Zapatero, pero me temo que en estos tiempos de hachas desenterradas se utiliza más en relación al verbo “talar” que para definir un determinado temperamento.
Este lunes se cumplió un triste aniversario: el del bloqueo del Consejo General del Poder Judicial por parte de la derecha, y la UPF y Jueces para la Democracia exigieron la dimisión del presidente y los vocales de ese órgano en el que “prolongan su mandato sin legitimidad y sin rubor”. Lo indiscutible es que el CGPJ lleva un mandato completo caducado y que, al mantenerlo en esa situación, el Partido Popular demuestra una doble hipocresía, dado que con su secuestro desobedece la Constitución que tanto dice defender y convierte en papel mojado sus clamores por el lawfare, esa injerencia del poder ejecutivo en el judicial que critican y a la vez ejercen sin disimulo y, a estas alturas eso ya es obvio, de manera programática: lo hizo Aznar, lo hizo Rajoy, lo hizo Casado y lo hace Feijóo. Como dicen en Cuba, si ves dos veces una ballena blanca es que es la misma.
El boqueo del PP, verbalizado en el famoso mensaje de su portavoz en el Senado, “controlaremos el Supremo desde detrás”, cuenta con la connivencia evidente de “sus” magistrados. Es un modo de desobediencia al propio sistema democrático, dado que impide que se refleje en el CGPJ la composición del Parlamento y una manipulación en toda regla de la Justicia, pues esa institución decide, entre otras cosas, los ascensos de los jueces. Claro que ellos se justifican con la historia del Gobierno ilegítimo y la teoría de quita y pon de las mayorías, que son una cosa cuando les benefician y la opuesta cuando no. Y si no, la excusa es Podemos, la ley del solo sí es sí o la amnistía, cualquier cosa que les sirva para seguir con el candado puesto.
El PP convierte en papel mojado sus clamores por el 'lawfare', que critican y a la vez ejercen sin disimulo: lo hizo Aznar, lo hizo Rajoy, lo hizo Casado y lo hace Feijóo. Como dicen en Cuba, si ves dos veces una ballena blanca es que es la misma
El actual CGPJ se conformó en 2013, con M. Rajoy ostentando mayoría absoluta, y así sigue. Da igual que sus poderes estén mermados, su plantilla no esté completa y las atribuciones de su presidente se limitaran, porque con lo que tienen parece que les sirve para ejercer la oposición política y ser el sidecar de la moto del PP en su ataque continuo al Gobierno. Con esos mimbres se hacen estos látigos que valen un día para interferir en la renovación del Tribunal Constitucional, otro para meterse en camisas de once varas con la reforma del delito de sedición y al siguiente para hacer una proclama partidista contra la amnistía, advirtiendo de que perdonar a los líderes del procés supone “la abolición del Estado de Derecho.”
Qué diferente es todo cuando gana el PP. En 2001, con los balcones de la calle de Génova llenos de manos que hacían el signo de la victoria ganada en las urnas, la renovación del CGPJ debía llevarse a cabo el 24 de julio y se hizo el 7 de noviembre; por lo tanto, se retrasó poco más de tres meses y teniendo el verano por medio. No parece mucho, pero cuando habían transcurrido poco más de dos, “la mayoritaria Asociación Profesional de la Magistratura” ya salió a la palestra para calificar de “intolerable” esa demora. Hoy no dicen nada.
La altura de miras es poner al país por delante de los intereses personales. El Partido Popular tiene derecho a no estar de acuerdo con asuntos tan controvertidos como el de la amnistía, pero debe luchar por sus convicciones aceptando las reglas del juego democrático, no tratando de gobernar tanto cuando les toca como cuando no y teledirigiendo el país “desde detrás”. Porque lo que no podemos es volver al lema de Fraga Iribarne, “la calle es mía”, cambiando “calle” por “justicia”. Son otros tiempos, aunque algunos no lo vean.
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