Qué ven mis ojos
La herencia envenenada
“Quien imita lo bueno lo trata de igualar, quien imita lo malo es para empeorarlo”
Hay banderas que sólo se usan para tapar los crímenes de quienes las ondean. Hay quien grita para que no se oiga lo que tiene que ocultar. Hay personas que mienten más que hablan. Pero en estos tiempos digitales en que el pasado siempre está aquí porque nada se borra y las hemerotecas tienen las paredes de cristal, se ha vuelto casi imposible el silencio y han perdido influencia las versiones oficiales de la realidad: siempre hay alguien que escribe en la red, que fotografía, que difunde una conversación o filtra un documento. Ahora todos somos un poco investigadores y periodistas, la opinión se ha hecho democrática, popular, y a quienes manipulan en su beneficio la realidad ya no les es tan fácil dar gato por liebre sin que se les vea el plumero. Malos tiempos para los cínicos, tan frecuentes en el ámbito de la política y sus alrededores, porque actuarán igual que siempre, pero se les notará más.
Ahora, sin embargo, no hablamos de tantos por ciento ni márgenes de beneficio; ni siquiera hablamos de ideologías, o no debiéramos: hablamos de seres humanos, de mujeres y hombres que han sido víctimas de una pandemia que ha multiplicado su poder criminal en las residencias geriátricas; hablamos de los eslabones más débiles e indefensos de la cadena y de aquellos a quienes, por desgracia, peor tratan estas sociedades instaladas en un optimismo ilusorio que hace como que no ve la enfermedad, el dolor y la muerte, y que en el fondo considera un lastre a los jubilados, a quienes se caricaturiza como elementos improductivos y cargas difíciles de sostener por parte del Estado. Hablamos de nuestros mayores y de la forma en que parece que se los ha dejado a su suerte en las residencias donde pasaban sus últimos días. Ya es terrible en sí mismo que quienes cuidaron a otros y les dieron la vida tengan que pasar sus últimos años en un centro de esa clase, en unas ocasiones será necesario y en otras quién sabe; pero resulta ofensivo que además cuando llega la emergencia sanitaria se les cuelgue el cartel de víctimas prioritarias, se venga a decir que ya han estado aquí el tiempo suficiente y que a la hora de elegir entre ellos y alguien más joven no se puede dudar. No, la cuestión es que debía haber sitio y medios para todos y que el hecho de tener que priorizar, que es el sinónimo que han inventado para definir este horror, ya explica en sí mismo la situación de abandono en que las políticas neoliberales tenían la Sanidad. Sin recortes y con una defensa sin fisuras de los servicios públicos, una gran parte del drama podría haberse evitado. Es de esperar que eso lo hayamos aprendido y que se pongan los medios que lo hagan imposible la próxima vez.
La derecha española lo sabe, es consciente de la responsabilidad que tiene en el desmantelamiento de nuestra Sanidad, a la que sometió a un ataque sin cuartel que sólo pudieron detener o aminorar sus propios profesionales con la famosa marea blanca, y también en la entrega de las residencias a fondos buitre o, en cualquier caso, a empresas para las que no existen los pacientes sino los clientes y cuya función es ganar dinero. En un país que por su clima es un paraíso también para la tercera edad y en un tiempo en que la esperanza de vida crece, estamos hablando de una mina de oro. Pero el gigante tenía pies de barro y las instalaciones no contaban con servicios médicos capaces de enfrentarse a un enemigo como el coronavirus. Y ahí es donde la tragedia se extendió, sobre todo en la Comunidad de Madrid, la autonomía con más víctimas y la que menos invierte en Sanidad de toda España, un 3,6% del PIB. En esas condiciones no pudo, supo ni tal vez quiso llevar a los ancianos a los hospitales ni al contrario, dotar sus enfermerías con material que los protegiera, y que en un intento desesperado de salir de esta como fuera, trató de solventar el asunto mandando una nota a las residencias en la que les indicaba que no pidieran traslados a los sanatorios de quienes, a todas luces, no tenían ninguna posibilidad de salvarse si los dejaban donde estaban. Su pretensión de culpar al Gobierno central de la catástrofe es jaleo estratégico, tiros al aire, ruido hecho para ocultar la verdad. El PP de Madrid, donde la formación manda desde hace veinticinco años, y su presidenta como máxima autoridad también en un sector cuyas competencias estaban en sus manos y nunca le fueron retiradas, van a tener que asumir responsabilidades por lo ocurrido. Otros ejecutivos regionales del mismo partido, en Galicia y Castilla y León, parece que también difundieron instrucciones equivalentes en las que se ordenaba que a la hora de solicitar los ingresos en urgencias quedaran “excluidas personas con dependencia y dependencia severa.” Habrá que investigarlo todo con calma y saber qué ha pasado, quién lo hizo y cómo se pudo evitar o paliar semejante debacle. Por supuesto, se entiende su miedo a que se sepa lo que ha pasado, porque es fácil que acarree castigos penales.
Isabel Díaz Ayuso y su consejero de Sanidad han dado demasiadas explicaciones distintas sobre el documento en el que se exigía no ingresar a derivados de las residencias en hospitales, como para no resultar sospechosos: primero dijeron que no existía; después, que era nada más que un borrador; luego, que en cualquier caso no tenía validez legal; y finalmente, que fue enviado por error. La amparan el presidente de su partido, la ultraderecha y Aznar al mando de su FAES. Ciudadanos sigue mirando para otra parte, pero ahora ya en los dos sentidos de la expresión, e incluso la prensa conservadora la vapulea sin disimulos. Es difícil ser la heredera de Esperanza Aguirre pero sin ser Esperanza Aguirre. Quien imita lo bueno lo trata de igualar, quien imita lo malo siempre es para empeorarlo.