En tiempos de Mariano Rajoy en La Moncloa, el ministerio del Interior se usó para fabricar informes falsos sobre los adversarios de su Gobierno, sobre todo contra los partidos independentistas. La policía preparaba esos dosieres para cumplir las instrucciones del titular de esa cartera, Jorge Fernández Díaz, el que iba a rezar al Valle de los Caídos, junto a la tumba del dictador Francisco Franco, para encontrar la paz espiritual y en su horario de oficina, al parecer, trabajaba de gondolero mayor en las cloacas del Estado y sacaba o autorizaba sacar dinero público del llamado fondo de reptiles, que después se utilizaba para intentar desacreditar a los líderes catalanes del procés y abrirles diversas causas judiciales que proyectaran sobre ellos la sombra de la duda, además de para otras actividades tan poco democráticas como el encubrimiento y la obstrucción de las investigaciones encaminadas a juzgar los interminables casos de corrupción del PP. Escuchar ahora a algunos de ellos clamar al cielo en defensa de la separación de poderes hace daño al oído.
Un trabajo periodístico conjunto de elDiario.es y La Vanguardia concluye ahora, a la luz de las pruebas reunidas, que el entonces presidente Rajoy estaba al tanto de esas actividades ilícitas, detalladas en los resúmenes que se dejaban periódicamente en su despacho. Bueno, puede que no fuera en el suyo, sino en el de M. Rajoy, aquel otro señor del que los tribunales competentes no fueron capaces de probar que no fuera eso, otro, sino el mismo. Ya lo dejó claro él, una vez más, en uno de sus últimos discursos, en julio del pasado verano: «Hoy estoy aquí y el día quince a quien quiera acordarse de que se acuerde de que yo aunque no sea físicamente estoy aquí y mucha más intensidad que en el día de hoy.»
Sí que sabemos a dónde nos llevaron los métodos de Rajoy y sus colaboradores: con ellos en el poder se celebró un referéndum ilegal, se declaró la independencia y, como escena final de la tragicomedia, Puigdemont se fue a Bélgica en el maletero de un coche
En el punto en que estamos, con la controversia entendible que ha generado la concesión de la amnistía a Puigdemont, y con el guirigay que ha provocado esa decisión, cabe una pregunta: ¿Es mejor esto o aquello? ¿Resulta más dañino para la convivencia y la unidad del país negociar con el independentismo, subrayándole las líneas rojas para que no se le olviden, o utilizar para enrarecer el ambiente e intoxicar por tierra, mar y aire a los agentes de la UDEF, que persigue la delincuencia Fiscal y Financiera, la Comisaría General de Información, el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado o la Unidad Central de Apoyo Operativo de la Policía? Igual se refería a eso Rajoy cuando dijo: «Haré todo lo que pueda y un poco más de lo que pueda si es que eso es posible, y haré todo lo posible e incluso lo imposible si también lo imposible es posible.» Al margen del galimatías y los trabalenguas, la cuestión es que en un Estado de Derecho no se trata de hacer lo que se pueda, sino lo que se debe.
No sabemos todavía qué resultados van a ofrecer las últimas y controvertidas decisiones que se han tomado con respecto al asunto catalán. Sí que sabemos a dónde nos llevaron los métodos de M. Rajoy y sus colaboradores: con ellos en el poder se celebró un referéndum ilegal, se declaró la independencia y, como escena final de la tragicomedia, Puigdemont se fue a Bélgica en el maletero de un coche. También sabemos que desde la vuelta de los socialistas y sus socios al Gobierno, las elecciones allí las gana el PSC, los partidarios de la sedición han decrecido notablemente, cuando antes se habían multiplicado, y las formaciones partidarias de la ruptura con España sacan menos votos y están más divididas. Parece que sí había una opción, como mínimo, menos mala, que a veces es la mejor posible.
Una cosa ya hemos ganado: esto ya no es una película de Mortadelo y Filemón, cosa digna de celebrarse, porque los maravillosos personajes de Ibáñez pierden mucho cuando se los saca de sus tebeos. En el cine están regular. Y en el ministerio del Interior, no tienen un pase.
En tiempos de Mariano Rajoy en La Moncloa, el ministerio del Interior se usó para fabricar informes falsos sobre los adversarios de su Gobierno, sobre todo contra los partidos independentistas. La policía preparaba esos dosieres para cumplir las instrucciones del titular de esa cartera, Jorge Fernández Díaz, el que iba a rezar al Valle de los Caídos, junto a la tumba del dictador Francisco Franco, para encontrar la paz espiritual y en su horario de oficina, al parecer, trabajaba de gondolero mayor en las cloacas del Estado y sacaba o autorizaba sacar dinero público del llamado fondo de reptiles, que después se utilizaba para intentar desacreditar a los líderes catalanes del procés y abrirles diversas causas judiciales que proyectaran sobre ellos la sombra de la duda, además de para otras actividades tan poco democráticas como el encubrimiento y la obstrucción de las investigaciones encaminadas a juzgar los interminables casos de corrupción del PP. Escuchar ahora a algunos de ellos clamar al cielo en defensa de la separación de poderes hace daño al oído.