Quizá deba admitir de entrada que la cuestión no resulta del todo ajena a mis afectos personales, pero confieso que haciendo el esfuerzo sincero de apartarme de ese ánimo hasta contemplarla desde una cierta distancia prudentemente profesional, no puedo sino tomar partido y utilizar esta modesta columna para ponerme del lado de los redactores de Televisión Española que ayer improvisaron una sentada frente al despacho de su nuevo jefe José Antonio Álvarez Gundín, que ha entrado en el cargo con la recortada.
La imagen de esta semana la tengo aquí al lado, un par de columnas a su izquierda, querido lector. Es la de los periodistas de RTVE defendiendo su dignidad y el derecho a la libre información de los ciudadanos a través de los medios públicos de comunicación.
La indignación ha saltado con el relevo inesperado y sin contemplaciones de los mandos intermedios de los informativos días después del cese de uno de los mejores presentadores de la casa, Oriol Nolis, sin que mediaran explicaciones profesionales que justificaran tal medida.
Llevo meses leyendo y escuchando, la última vez hace unos días en un acto público en que se homenajeaba a la Radio, que eso de los cambios, ceses, y destituciones es la liturgia de lo público: el cambio político trae cambios en las responsabilidades de gestión y contenidos de las teles públicas. Así ha sido y así será siempre.
Pero eso, que en realidad supone aceptar como normal la alternancia en la dependencia política de los medios, es una mentira que están construyendo y reconstruyendo quienes quieren tapar en las miserias del pasado sus mezquindades presentes y futuras.
A principios de este siglo hubo una televisión pública, la autonómica Telemadrid, que cimentó su prestigio y una popularidad que sólo tuvo entonces y jamás volverá a tener, en la independencia de sus profesionales. Gobernaba en Madrid Alberto Ruiz Gallardón y su gobierno tomó la decisión política de dejar que fueran esos profesionales los que hicieran aquella tele. La consecuencia fue que los madrileños la hicieron suya y alcanzó unas cotas de audiencia y servicio verdaderamente insólitas. Aquello acabó con la llegada de Esperanza Aguirre a la presidencia.
Algunos años después, en 2006, y a instancias del gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero, el Partido Socialista y el Partido Popular acordaron una reforma que permitió que por primera vez el máximo responsable de RTVE, desde entonces Presidente de la Corporación RTVE, fuera nombrado por el parlamento y no por el gobierno. Sin ataduras políticas, ese primer presidente, Luis Fernández puso en marcha una televisión y una radio que durante un lustro se convirtieron en referente de calidad y compromiso con la información; una radiotelevisión independiente y plural que aumentó considerablemente su audiencia y presencia, que se convirtió en medio público de servicio. También con el siguiente presidente, Alberto Oliart.
Lo saben los ciudadanos, lo saben muy bien los profesionales de la casa y, naturalmente, el Partido Popular, cuyos dirigentes no tenían ningún problema en reconocer en privado, y algunos en público, la pluralidad con que se abrían cámaras y micrófonos en aquella época.
Era tal el entusiasmo con que se vivía allí el oficio de informar, que los periodistas de Radio Nacional y los que en Televisión Española capitaneaba Fran Llorente, un profesional de singular solvencia, convencido del valor de lo público, creyeron –creímos– que aquello era de verdad irreversible, que se había iniciado un camino hacia delante, siguiendo el modelo de independencia de la BBC británica, en el que no habría marcha atrás. Es más, cuando en el otoño de 2012 se vaticinaba la victoria del PP, no fueron pocos los dirigentes populares que aseguraron que el modelo no se iba a cambiar.
Pero no estábamos en un camino, no. Como hace unos días me decía la directora de un programa de Televisión Española con muchísimos años en la casa: “en realidad estábamos en una rotonda”.
Hubo cambios, hubo ceses, hubo movimientos, pero en esos años no se varió jamás la orientación. Y como he dicho alguna otra vez, la única instrucción que se dio a quienes tenían responsabilidades en los contenidos era: “mantened la pluralidad, haced servicio público”.
Cuando en abril de 2012 el gobierno de Rajoy utilizó de manera interesada un pequeño resquicio de la ley de 2006 para cambiar las reglas del juego y poder elegir al candidato por mayoría absoluta en vez de por dos tercios, empezó a romperse aquel sueño. Volvió la dependencia del Gobierno. Y perdieron los profesionales y los ciudadanos.
Desde entonces, RTVE ha ido cayendo en calidad, prestigio y audiencia. Ahora, con otra vuelta de tuerca. De nuevo la política más ciega –esa que aún cree que la gente es imbécil y no sabe cuándo la manipulan– toma los mandos de lo público y vuelve a los viejos esquemas de control político y confianza de clan por encima de consideraciones profesionales.
Queda la llama de los Consejos de Informativos que vigilan y alzan la voz ante los abusos. Pero me temo que su criterio no pesa ni pesará en las decisiones que o no se toman en Prado del Rey sino en más altos salones, o se adoptan pensando más en los que mandan que en aquellos a quien se deberá servir.
Hay elecciones en el horizonte y un descontento ciudadano que conviene controlar. Por eso se aprieta de nuevo, por eso se cesa a quien haya que cesar con tal de que no se escape nada del control político de los contenidos. La vuelta al pasado más negro.
La rotonda convertida en un sumidero por el que están arrebatando el derecho a los ciudadanos y la dignidad a los profesionales, los mismos que hicieron la mejor Radiotelevisión Española de todos los tiempos.
Ver másQuizá el primer paso: romper el silencio
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* El vídeo que acompaña este artículo está cedido por el trabajador de RTVE.es Agustín Alonso, que este viernes colgó en su cuenta de Twitter
está cedido por el trabajador de RTVE.es Agustín Alonso, que este viernesAgustín Alonsocolgóensu cuenta de Twitter
Quizá deba admitir de entrada que la cuestión no resulta del todo ajena a mis afectos personales, pero confieso que haciendo el esfuerzo sincero de apartarme de ese ánimo hasta contemplarla desde una cierta distancia prudentemente profesional, no puedo sino tomar partido y utilizar esta modesta columna para ponerme del lado de los redactores de Televisión Española que ayer improvisaron una sentada frente al despacho de su nuevo jefe José Antonio Álvarez Gundín, que ha entrado en el cargo con la recortada.