Reforma fiscal y el virtuosismo parlamentario

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Hablar de virtuosismo parlamentario es un concepto de riesgo teniendo en cuenta que la reforma fiscal, el futuro fiscal del Estado en palabras de Aitor Esteban, se juega en la mejor definición de la legislatura. “Todos los votos, de todos los partidos, todo el tiempo”. Pedro Sánchez está obligado a consensuar políticas sociales y territoriales para un arco de sensibilidades e intereses muy distintos. La tensión permanente del PSOE está en cómo conseguirlo en una mesa de negociación que es como la última cena. Numerosos comensales bajo la amenaza permanente de un Judas. 

La gobernabilidad de Sánchez tiene que articular varias líneas de negociación conciliando tres bloques de partidos que se presionan y compiten entre sí. Junts-ERC, PNV-Bildu y Sumar-Podemos. No hay mayoría progresista pero, en ocasiones, la hay de consenso. La Comisión de Hacienda de este lunes, convertida en afterhour parlamentario (terminó a la una de la madrugada), fue un delirio y la mejor fotografía para definir el momento político. El caos parlamentario genera sensación de debilidad pero de momento hay acuerdos importantes que terminan saliendo. 

La reforma fiscal es el oxígeno financiero que el Gobierno necesita para dar impulso a la legislatura, un paquete de medidas recaudatorias que garantizan ingresos propios además de los 7.200 millones de euros de fondos europeos. Si salen las medidas, el ejecutivo habrá conseguido una cuadratura complejísima. El impuesto a la banca, bandera progresista, tiene el sí de Junts y PNV, algo impensable hace un año. El gravamen energético irá por otra vía y de momento, cae. Pero se bajan impuestos a pequeñas empresas –donde coinciden Junts y Podemos–, se suben las rentas al capital, la batalla impositiva contra los vapeadores de la industria farmacéutica también va en esa línea, reducciones en el IRPF con fondos europeos… Algunas políticas de izquierdas que afectan a las socimis o los seguros privados se quedan por el camino pero incluso en el último minuto Podemos puede comprometer su voto con medidas de Vivienda. 

Por más que el PP hable de chantajes, Feijóo hizo lo mismo el 23 de julio. Intentó negociar con PNV y Junts y no lo consiguió por el veto a VOX

El sufrimiento de ministros y Gobierno en cada negociación es el sello de los tiempos. A los románticos del bipartidismo, recordarles que murió hace diez años. Las dificultades para gobernar no son nuevas. Se olvida a menudo que España estuvo un año en funciones porque Mariano Rajoy no tenía los apoyos suficientes. ¿Puede llamarse chantaje y golpe antidemocrático a lo que hizo el PP forzando al PSOE a cargarse a su secretario general para conseguir la abstención? Eso también fue política. Margarita Robles o Meritxel Batet, en su uso del voto y bajo multa, votaron “no” a Rajoy. Pedro Sánchez lleva un año sin presupuestos porque no necesita apoyos parlamentarios, casi el mismo tiempo que Rajoy necesito para ser investido por segunda vez. 

Es la gobernabilidad de Schrödinger, viva y muerta al mismo tiempo. Demasiado débil para ser previsible y demasiado fuerte para caer. Por más que el PP hable de chantajes, Feijóo hizo lo mismo el 23 de julio. Intentó negociar con PNV y Junts y no lo consiguió por el veto a VOX. Antes, el PP pactó con el único socio que tenía, la ultraderecha, para amarrar todos los gobiernos autonómicos y el poder institucional que pudo. Al precio de lo que pidieron. Un vicepresidente torero, acabar con la ley de memoria histórica o intentar obligar a las mujeres a escuchar el latido del feto antes de abortar.  

Es cierto que a Pedro Sánchez le marcan el ritmo los socios. Como a Ursula Von der Leyen los 27 de la UE. Como a Macron en Francia. Como a Scholz en Alemania. Como al PP cuando gobierna con votos de otros

Y no hay que irse tan atrás. El fracaso de Feijóo intentando desbancar a Teresa Ribera de la vicepresidencia de la Comisión Europea ha sido posible porque si caía Ribera caían todos los demás. El gobierno de comisarios se armó en múltiples acuerdos, negociaciones a múltiples bandas y concesiones que Ursula Von der Leyen lideró para aislar en lo posible a la ultraderecha. Por eso, mientras Ribera comparecía en el Congreso y el PP español mantenía el ‘no’,  el PP europeo anunciaba su apoyo.

Es cierto que a Pedro Sánchez le marcan el ritmo los socios. Como a Ursula Von der Leyen los 27 de la UE. Como a Macron en Francia. Como a Scholz en Alemania. Como al PP cuando gobierna con votos de otros. En la gobernabilidad a muchas bandas –la más habitual–, lo más importante es qué socios preferentes se eligen y la habilidad para ponerles de acuerdo. Sánchez se la ha jugado con el paquete fiscal a todas las bandas y tiene posibilidades de éxito. Qué ha conseguido cada partido está claro porque hacen bandera de ello. Ahora Feijóo, tras el fracaso de apoyar a Mazón y no tumbar a Ribera, debería explicar por qué ha sido tan fácil para el PP español apoyar la fórmula de Manfred Weber, la que une a la derecha con las tres ultraderechas europeas.

Hablar de virtuosismo parlamentario es un concepto de riesgo teniendo en cuenta que la reforma fiscal, el futuro fiscal del Estado en palabras de Aitor Esteban, se juega en la mejor definición de la legislatura. “Todos los votos, de todos los partidos, todo el tiempo”. Pedro Sánchez está obligado a consensuar políticas sociales y territoriales para un arco de sensibilidades e intereses muy distintos. La tensión permanente del PSOE está en cómo conseguirlo en una mesa de negociación que es como la última cena. Numerosos comensales bajo la amenaza permanente de un Judas. 

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