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La sociedad sin referentes pierde a un gran ciudadano

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Javier Baeza

Recordar a alguien siempre supone un riesgo o un atrevimiento entre la memoria propia y la realidad de la persona recordada. Sin embargo creo que ese riesgo se diluye bastante al recordar, al tener con nosotros, a Pedro Zerolo.

Más allá del dolor, aunque previsible e inevitable, su quehacer quedará siempre en las formas que un “buen” político ha de mantener. Y como todos los ciudadanos tenemos encomiendas políticas, creo que la memoria de Pedro nos deja horizontes importantes para el futuro.

El primero es su simpatía y sentido del humor. Esa inclinación hacia las necesidades reales de los más vulnerables. Aquellos que anduvieron los caminos de la exclusión por distintas causas: homosexualidad, economía, vivienda… En un mundo tan deshumanizado –y por tanto deshumanizante- encontrar personas simpáticas –con esa enorme sonrisa- a la realidad de los últimos es todo un acicate en el quehacer cotidiano.

Lo segundo, su compromiso inquebrantable con la realidad. Más allá de ideologías o pertenencias partidistas (la familia, como él la llamaba) la vida de los otros se le hacía presente como llamada urgente a hacerse presente. Siendo un joven abogado ya colaboró, en aquellos duros finales de los ochenta, en San Carlos Borromeo como abogado. Después le tuvimos y sentimos muy cerca en aquella amenaza que gravitó sobre esta comunidad –en el 2007– cuando el entonces arzobispo de Madrid, el cardenal Rouco, se empecinó en cerrar la parroquia. Desde que hicimos pública la amenaza episcopal estuvo presente en muchos de los actos de apoyo celebrados: en la puerta de los juzgados convocado por la Asociación Libre de Abogados, en el recibimiento y escucha al teólogo Leonardo Boff, en la eucaristía callejera con gentes venidas de todo el Estado… Y posteriormente en todo lo que ha venido siendo nuestro compromiso en El Gallinero y con las familias gitano-rumanas. Conocer la realidad e indignarse ante ella es el preámbulo de lo que los ciudadanos necesitamos: la cercanía y la escucha atenta de cómo vivimos y del porqué vivimos así.

Lo tercero ha sido su discreción. Cuántas llamadas, cuántas visitas… sin taquígrafos ni periodistas pero con luz y sinceridad. Si le convocaban a una comisión de familia, si había pleno, si tenía reunión del partido sobre asuntos sociales… siempre preguntó ¿cómo estáis? ¿Qué necesidades advertís? ¿Qué podemos hacer? Si en cualquier persona preguntar al otro es un indicador de reconocimiento y humanidad, en los políticos ha de ser un imperativo moral del que casi siempre los ciudadanos nos sentimos excluidos.

Lo cuarto, sus armarios sin puertas… Ahora, a pesar de muchos, las cosas han cambiado. Cuando Pedro hace pública su homosexualidad son tiempos difíciles y con lógico miedo. Por ello él hablaba de su matrimonio con Jesús (pequeño en estatura pero qué grande en estar ahí…) como un acto también de militancia. Porque muchas veces vivir como se es es un acto de militancia. Abrir puertas –que el aire corra– es tarea irrenunciable de cuantos se sienten ciudadanos de este mundo: es la libertad. En nuestra comunidad hemos descubierto hace muchos años que lo contrario a la fe no es el ateísmo. Lo contrario a la fe es el miedo, que no abre nada, inmoviliza. Ya lo advierte Jesús en los Evangelios. Pedro también abrió esos armarios llenos de temor que tenían postrada a tanta gente. Cuando la vida se expone y se hace militancia, la rebeldía cobra un sentido totalmente actual. Abrir esos armarios de la complacencia, incluso con los tuyos, es trabajar denodadamente por la Democracia, y esta, en mayúsculas. Porque la verdadera Democracia no es buenismo ni nada parecido, es igualdad y libertad.

Esta sociedad sin referentes éticos, como gustaba denunciarnos Pedro, ha perdido a un gran ciudadano y, además, a un excelente político. Seguramente algunos pretenderán hacer de él un mito y así acallarle. Otros le ignorarán, como hijos del atrevimiento. Si algo nos deja la vida de Pedro Zerolo es que no es propiedad de nadie. Los únicos copropietarios de su memoria serán aquellos que, desde el lugar social que libremente elijamos, estemos dispuestos a anteponer los rostros de las personas a las siglas. Quienes seamos valientes en dejarnos desbaratar por las personas excluidas más que atrincherarnos en legalidades, expedientes y protocolos.

Sirvan estas líneas como homenaje a Pedro Zerolo, siendo conscientes de que su memoria se prolonga siempre que seamos capaces de vivir desde esas claves humanizantes que él, junto a muchos y muchas otras, logró construir.

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Javier Baeza es párroco de San Carlos Borromeo

Recordar a alguien siempre supone un riesgo o un atrevimiento entre la memoria propia y la realidad de la persona recordada. Sin embargo creo que ese riesgo se diluye bastante al recordar, al tener con nosotros, a Pedro Zerolo.

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