La situación de la plaza de Taksim es un reflejo de una sociedad que se está moviendo entre los valores tradicionales y religiosos, el despertar económico y la búsqueda de la identidad en un mundo en continua transformación. Hay que tener en cuenta que a lo largo de una década el partido en el poder ha logrado un crecimiento económico que se plasma en mejoras en la sanidad, en la educación y también en la cultura. Es indudable que Estambul se ha convertido en una capital cultural de la región donde se puede asistir a conciertos de Leonard Cohen, Madona, Enrique Iglesias o Justin Bieber, cenar en el Bósforo y visitar una exposición de Picasso, Monet o Manolo Valdés. Los hoteles de lujo y centros comerciales proliferan habiéndose convertido en un destino estival de los árabes del golfo Pérsico así como de los nuevos ricos de Rusia que cuentan con una importante colonia en la ciudad mediterránea de Antalya. Las universidades privadas, pertenecientes a familias poseedoras de holdings comerciales, también han colaborado en el refuerzo de las clases liberales, que hasta hace bien poco tenían en la Unión Europea un modelo, que viajaban a Europa o América, estudiaban en el programa Erasmus y volvían llenos de referencias e ilusiones en la creación de una Turquía en la que con el tiempo se convertirían en élites.
Es precisamente una parte de esta juventud la que se manifiesta descontenta con un gobierno con el que han dado el paso de la adolescencia a la juventud, pero con el que no se sienten ideológicamente identificados. Lo cierto es que la fórmula de tradición otomana, valores religiosos y economía liberal no ha terminado de cuajar en los sectores fieles a la ideología creada por Mustafa Kemal Atatürk donde el laicismo sigue siendo uno de los pilares.
El 15 de abril el pianista turco Fazil Say fue condenado a 10 meses de cárcel por la difusión de mensajes considerados irrespetuosos con la religión, en aquel momento no se produjo ninguna reacción pública a favor del artista, aunque muchos manifestaron en privado el peligro que se cernía sobre la libertad de expresión. Poco después una pareja en Ankara fue llevada a comisaria por estar atortolada en un medio de transporte. También se han endurecido las leyes de venta de alcohol, llegándose a decir que la bebida nacional debía de ser el ayran, un tipo de yogur diluido en agua, en vez del anisado raki o la cerveza que patrocina y da nombre al equipo nacional de baloncesto. El pasado 29 de mayo, fecha en la que se conmemora la conquista de Constantinopla, empezaron las obras del tercer puente del Bósforo, en contra de la opinión de los ecologistas ya que tiene lugar en una zona de gran arbolado, y de los alevíes que no vieron con buenos ojos el nombre Yavuz Sultán Seilim, es decir, el Selim el Sanguinario que, aunque fuera el primer califa otomano, fue también responsable de la muerte de muchos seguidores de esta rama del Islam.
En estas circunstancias y con un mes de mayo con temperaturas de julio un grupo de personas acamparon en el parque Gezi al lado de la plaza de Taksim con la intención de que la última zona verde del centro de Estambul no se convirtiera en un centro comercial. La reacción de la policía fue el detonante de una serie de manifestaciones en contra del gobierno donde toda esta juventud está apartada de la toma de decisiones. El sábado, la policía se retiró de la plaza y los jóvenes turcos han logrado controlar el acceso a la misma y expresar su voz a través de las redes sociales, de las pintadas, pancartas y banderines multicolores que representan partidos políticos, agrupaciones estudiantiles, retratos de Atatürk, etc.
El ambiente de la plaza tiene más en común con el 15M que con las primaveras árabes, aunque el descontento no es fruto de la crisis económica, sino del rechazo a un determinado líder político, su forma de gobernar, las medidas que ha tomado y, en definitiva, el miedo a que sus libertadas se vean reducidas en el futuro. Cuando paso por la plaza por la noche me recuerda un poco el ambiente la semana grande donostiarra o de la plaza del Castillo en Sanfermines, con grupos bebiendo cerveza, la bebida de la revuelta, a la salud de Tayip Erdogan, sentados en el suelo en círculos, banderas y pancartas por doquier, botellines de agua, vendedores de sandía e incluso de mojitos. Eso sí, en vez del pañuelico llevan colgando la máscara contra el gas.
Acampan en el parque, han ocupado el café Starbuck, que no permitió el acceso a los manifestantes en un momento de ataques con bombas de gas, y que ha sido represaliado a través de las redes sociales. Otras marcas han apoyado la revuelta diciendo que, en el caso de hacer el centro comercial no estarán allí, y expresado que ellos no han cerrado sus puertas al pueblo. El café Starbuck funciona como lugar de primeros auxilios, reparto de bocadillos, agua, limón o vinagre contra el gas o simplemente lugar de descanso en las colchonetas que cubren el suelo.
En estos días de tensión, manifestaciones o gases nos vamos acostumbrando a la nueva plaza y la normalidad vuelve a irrumpir en Taksim. A pesar de que desde mi ventana en la calle Inönü, una de las arterias que dan a la plaza, se puedan ver cinco barricadas que cortan el tráfico, los taxis llegan, no siempre a la misma calle, o a las aledañas que continúan abiertas. Hoy se puede acceder a Taksim en metro, en autobús, en dolmus, el taxi colectivo característico de Turquía, o andando.
Ver másDos muertos en menos de 24 horas durante las revueltas en Turquía
Así, en una avenida cortada por unas barricadas que parecen obra de los estudiantes de ingeniería donde se combinan los adoquines, los contenedores de basuras, con las vallas que utiliza la policía para evitar las manifestaciones del Primero de Mayo, uno encuentra abiertas las tiendas de ultramarinos que exponen pepinos, tomates o cerezas relucientes. Al llegar a la plaza un coche de la policía quemado y lleno de grafitis corta el paso al tráfico rodado, pero no impide que en la terraza de la pastelería Gezi Istanbul la gente desayune y disfrute del frescor de la mañana. Un poco más adelante, las obras del Centro Cultural Atatürk se han llenado de pancartas con imágenes de Che Guevara, hoces y martillos, mártires de la revolución, alguna de ellas incluso en kurdo. En este contexto, los huéspedes del hotel Marmara disfrutan de la terraza, al lado del antiguo café Startuck que no ha corrido la misma suerte que el hotel, la boca del metro regurgita a los viajeros, los taxis esperan a los turistas, funcionan los cajeros, las tiendas están abiertas, seguirán defendiendo a los árboles en el marco de una plaza que protagoniza el devenir, los sueños y las ilusiones de los bisnietos de Atatürk.
----------------------------------
Pablo Martín Asuero es el delegado del Instituto Cervantes en Estambul
La situación de la plaza de Taksim es un reflejo de una sociedad que se está moviendo entre los valores tradicionales y religiosos, el despertar económico y la búsqueda de la identidad en un mundo en continua transformación. Hay que tener en cuenta que a lo largo de una década el partido en el poder ha logrado un crecimiento económico que se plasma en mejoras en la sanidad, en la educación y también en la cultura. Es indudable que Estambul se ha convertido en una capital cultural de la región donde se puede asistir a conciertos de Leonard Cohen, Madona, Enrique Iglesias o Justin Bieber, cenar en el Bósforo y visitar una exposición de Picasso, Monet o Manolo Valdés. Los hoteles de lujo y centros comerciales proliferan habiéndose convertido en un destino estival de los árabes del golfo Pérsico así como de los nuevos ricos de Rusia que cuentan con una importante colonia en la ciudad mediterránea de Antalya. Las universidades privadas, pertenecientes a familias poseedoras de holdings comerciales, también han colaborado en el refuerzo de las clases liberales, que hasta hace bien poco tenían en la Unión Europea un modelo, que viajaban a Europa o América, estudiaban en el programa Erasmus y volvían llenos de referencias e ilusiones en la creación de una Turquía en la que con el tiempo se convertirían en élites.