La energía nuclear nunca ha gozado de popularidad en nuestro país: si las primeras encuestas de opinión a principios de los años setenta mostraban una sociedad esencialmente indiferente hacia la nuclear, desde el accidente de Chernóbil todas los sondeos han mostrado una mayoría en contra. Así, los Eurobarómetros de 2011 —anteriores al accidente de Fukushima— mostraban que un 73% de los españoles la consideraban peligrosa, convirtiéndonos así en uno de los países con la mayor oposición pública a la energía nuclear en Europa.
No obstante, cada vez son más las voces entre la izquierda anglosajona que abogan por una vuelta a la energía nuclear: programáticamente, encontramos este fenómeno en la defensa del aumento de la producción de energía nuclear por motivos estratégicos en el programa de los laboristas británicos o en la posibilidad que Alexandria Ocasio-Cortez "deja abierta" dentro de su ambicioso Green New Deal. No solo eso, también encontramos este argumento en medios de corte progresista. Es el caso de las columnas de Bhaskar Sunkara, el influyente creador y editor de la revista Jacobin, que ha escrito en medios como The Guardian argumentando en favor de la energía nuclear por ser la "energía limpia" más fiable .
En nuestro país este debate lo ha reabierto la derecha, instando al Ejecutivo de Pedro Sánchez a apostar por la energía nuclear. Dado que esta disputa estará sobre la mesa los próximos meses tanto a nivel nacional —avivada por la transición ecológica y, a corto plazo, el precio de la luz— como a nivel europeo, a propuesta de sus homólogos internacionales, la izquierda española haría bien en tomársela en serio. Hasta ahora, prácticamente la totalidad del espectro de la izquierda ha estado en contra de la energía nuclear: en el PSOE, desde la moratoria nuclear de 1982 (consolidada en 1994) y en los espacios a su izquierda, por la fuerte influencia que los movimientos ecologistas y pacifistas han tenido en los mismos.
El rechazo a las nucleares es hoy, por tanto, una posición determinada a priori en el espacio progresista. Este debate es, de hecho, prácticamente un tabú dentro de los movimientos ecologistas; en conversación con este medio, algunos políticos, exactivistas y expertos señalan que preferirían no hablar on the record de las ventajas de la energía nuclear por miedo a las reacciones que pudiera suscitar. Esta reticencia de la izquierda y el ecologismo a ponderar racionalmente las ventajas y los inconvenientes de esta forma de energía es perjudicial, puesto que en el caso de que primen sus ventajas tendrían que abrirse a la posibilidad de recuperarla, y en caso de que primen sus inconvenientes podrán rebatir los argumentos de una derecha pronuclear.
El rechazo a las nucleares es hoy, por tanto, una posición determinada a priori en el espacio progresista. Este debate es, de hecho, prácticamente un tabú dentro de los movimientos ecologistas
Para poder contrapesar estos argumentos, decidí contrastar lo que me contaron diferentes expertos con visiones divergentes sobre este asunto. Por una parte, el técnico y divulgador Alfredo García (conocido en Twitter como @OperadorNuclear), que lleva años realizando activismo en favor de la energía nuclear, señala que "España tiene un enorme potencial para instalar energías renovables; sin embargo, las que tienen mayor capacidad de crecimiento son la energía solar y la eólica, ambas variables y por lo tanto no gestionables". ¿Cómo se han contrarrestado, por tanto, esos valles de producción? García señala que "en los últimos años, la variabilidad de las renovables está siendo cubierta por gas natural, aumentando las emisiones de CO2 y el precio de la electricidad. Una mayor potencia nuclear podría sustituir al gas como respaldo de las renovables". Es decir, que la energía nuclear debe plantearse como alternativa a la dependencia del gas tanto por motivos ecológicos como económicos.
En este sentido, el argumento económico no resulta nada desdeñable. Enrique Chueca, investigador analista en el Fondo Monetario Internacional y experto en política energética, explica que "en un país con una industria de carácter electrointensivo como es España, la competitividad de parte de la economía está expuesta al coste de la electricidad y los energéticos". Por tanto, a la hora de realizar la transición energética, debemos considerar "todas las opciones que nos permitan dar acceso a una energía que sea no solo verde, sino asequible dentro de nuestras responsabilidades y compromisos climáticos".
Por otra parte, a nivel de riesgos, tanto García como Chueca señalan que el principal no es sanitario sino legal: el de la inseguridad jurídica. Para que la energía nuclear pueda funcionar, hace falta un pacto de Estado a largo plazo. En cuanto a los riesgos de salud, pueden dejarse de lado por dos motivos: primero, que este tipo de energía es cada vez más segura y, segundo, que esta energía es, según todos los cálculos, infinitamente más segura que los combustibles fósiles, cuyas emisiones de polución atmosférica (como monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre y partículas) podrían ser responsables de hasta una de cada cinco muertes en el mundo. Todo lo que sume en esta batalla es, por tanto, bienvenido.
No obstante, al otro lado del espectro encontramos posiciones como la del experto Javier Pamplona, ingeniero especializado en política energética y activista climático. Pamplona rechaza el argumento económico señalando que "el megavatio de fotovoltaica o de eólica puede estar en un rango de los 600.000 al millón de euros; en contraste, la nuclear es mucho más costosa, entre diez y quince millones de euros". Por otra parte, señala que los expertos climáticos insisten en que tenemos, como mucho, diez años para mitigar el cambio climático para evitar daños irreversibles (limitando el aumento de la temperatura al grado y medio). "Tenemos muy poco tiempo para llevar a cabo esa descarbonización". Por lo tanto, señala Pamplona, además de las dudas respecto al argumento económico, resulta poco razonable apostar por una opción que estaría operativa en quince o veinte años para un problema con el que tenemos que lidiar antes de eso".
Aportando una visión internacional, Héctor Tejero, bioinformático y diputado de Más Madrid en la Asamblea, cuestiona la idea de que España pueda alcanzar una suerte de soberanía energética —como argumentan el Partido Popular y Vox— dado que se dependería de un bien relativamente raro. "¿Soberanía? Eso solo lo consigue Francia enviando a su Ejército a asegurar la estabilidad del Sahel, clave para la extracción del uranio utilizado por las centrales nucleares galas". En este sentido, varias investigaciones señalaban que si se apostara por un modelo nuclear y aumentara la demanda de uranio, las limitadas reservas de este mineral podrían no durar más de cinco años. No resulta claro qué rol tendría que adoptar nuestro país en un escenario así.
En relación con la autonomía estratégica, Cayetano Hernández, experto en energías renovables desde los años ochenta y coautor de los Planes de Energías Renovables de 1986, 2000 y 2005, explica que "España no tiene un problema de soberanía energética puesto que tiene instalados más de cien gigavatios, y el pico máximo de demanda es de unos cuarenta y cuatro gigavatios. Nuestro sistema no tiene, ni mucho menos, un problema de dimensión. A diferencia de algunos países vecinos, aquí no hay apagones". Por tanto, como señala Hernández, el objetivo debe ser mejorar el almacenamiento de las renovables. Como señala el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), estos avances se están dando en tres direcciones: el almacenamiento con energía hidráulica, las nuevas investigaciones en nuevos tipos de baterías y la solar termoeléctrica.
Finalmente, en el que probablemente sea uno de los mejores artículos en prensa recientes que abordan este debate, publicado en el Boston Review, el investigador de la Universidad de Oxford Samuel Miller McDonald ponderaba cuidadosamente si la energía nuclear es nuestra mejor apuesta para luchar contra el cambio climático. Preguntado por su artículo, McDonald explica que "desafortunadamente, algunos de los defensores nucleares más activos y vocales, incluidos los de la izquierda, han envenenado la conversación tan a fondo que básicamente solo consiste en ataques ad hominem, argumentos débiles y ahistóricos, afirmaciones fabricadas y estadísticas manipuladas", para lo que escribió este largo artículo "con un enfoque más razonado, como un análisis de costo-beneficio que sopesara los riesgos y virtudes de la manera más justa posible". Si bien esta ponderación resulta justa, la balanza acaba inclinándose a favor de prescindir de la nuclear por el argumento civilizacional: los estados complejos solo han existido durante unos cinco mil años; algunos desechos nucleares pueden ser peligrosos hasta 250.000 años. Sin saber qué futuro nos espera, resulta una apuesta arriesgada.
El tipo de energías por las que apostemos no determinará nuestro futuro político, pero definitivamente tendrá una importante influencia
Asimismo, McDonald también destaca la importancia a nivel sociológico que tienen las energías por las que opta una sociedad: "La maldición del petróleo es una vívida ilustración de este principio: los petroestados tienden a ser más autoritarios, beligerantes y desiguales debido en gran parte a la naturaleza del petróleo. Por el contrario, las energías renovables pueden (aunque no inevitablemente) tener un impacto más disruptivo en el capitalismo fósil debido a su necesidad de un sistema de red menos centralizado y la posibilidad de una mayor adquisición local y gobernanza de la energía, frente a la opción de la nuclear, claramente centralista, estatal y militarizada". El tipo de energías por las que apostemos no determinará nuestro futuro político, pero definitivamente tendrá una importante influencia.
En conclusión, pese a que en estas líneas no haya abogado a favor o en contra de la energía nuclear, sí que he insistido en la importancia de tener este debate y de considerar cuidadosamente las ventajas e inconvenientes de este tipo de energía. Como Chueca argumenta, lo importante es "evaluar si una transición rápida hacia las renovables con solo el gas como respaldo alternativo es más conveniente a largo plazo que la retención o creación de un componente de respaldo nuclear para cubrir la demanda base. Esto requiere de un pormenorizado y sosegado análisis".
¿Debe nuestro país apostar por la energía nuclear en el futuro? ¿Debe cerrar las centrales que en este momento están activas? Estas son algunas de las preguntas a las que la izquierda se tendrá que enfrentar. Pero para ello tiene que estar preparada. Bien para adoptar y defender la energía nuclear, o bien para rechazar y argumentar en contra de la misma, la izquierda necesita romper este tabú y tener ese debate en su seno.
La energía nuclear nunca ha gozado de popularidad en nuestro país: si las primeras encuestas de opinión a principios de los años setenta mostraban una sociedad esencialmente indiferente hacia la nuclear, desde el accidente de Chernóbil todas los sondeos han mostrado una mayoría en contra. Así, los Eurobarómetros de 2011 —anteriores al accidente de Fukushima— mostraban que un 73% de los españoles la consideraban peligrosa, convirtiéndonos así en uno de los países con la mayor oposición pública a la energía nuclear en Europa.