Desde hace unos días se ha extendido un intrincado debate político en España respecto a los límites del humor, tras la ridícula condena de la tuitera Cassandra Vera. En realidad, lo complejo de la discusión viene por la permanente inclusión de argumentos que poco o nada tienen que ver con los contenidos humorísticos. Por esta deriva, nos hemos apartado demasiado de la cuestión original y acabamos hablando de libertad de expresión, de enaltecimiento del terrorismo, del impacto de las redes sociales, de la estulticia humana y, como siempre, apagamos las luces cada vez que necesitamos aclarar un asunto al introducir el debate partidista e ideológico en mitad de todo. Da la sensación de que cada vez que los medios abordan el debate, cada uno de los contertulios habla en un idioma diferente. Independientemente de que lleven o no razón en sus argumentaciones, lo cierto es que no hay quien se aclare. Me permito intentar aportar mi personal punto de vista sobre la polémica planteada respecto al humor y a los posibles límites que se le pudiera imponer:
1. El humor es uno de los más apreciables signos de inteligencia. La historia de la literatura y el cine está repleta de personajes capaces de, en los momentos de mayor tensión en los que el ser humano tiene justificado derecho al decaimiento, recurrir a encaramarse al humor como una pequeña atalaya desde las que divisar el problema desde una mejor perspectiva. Lo malo es que es común encontrar a solemnes estúpidos creerse capaces de ser graciosos.
2. El humor es una aspiración, no una constatación. Que alguien diga que hace humor no guarda relación alguna con que en realidad lo haga. Hacer humor es aspiracional, aunque en la mayor parte de los casos acaba en intento frustrado.
3. El límite del humor sólo existe en quien lo encaja mal. Es absurdo pretender censurar o limitar a un cómico. Su faceta creativa tiene que ser un pasapuré en el que se introduce la realidad cotidiana. O se utiliza el pasapuré o no se utiliza, no cabe estado intermedio. No hay marcha atrás. El resultado no se conoce hasta que no acaba el proceso. Dicho en términos gastronómicos actuales, el humor es la deconstrucción de la realidad. Que te guste más o menos cómo queda el plato es cuestión del gusto del comensal.
4. El humor ayuda a la justicia social. Una de las grandes virtudes del humor es que nunca funciona bidireccionalmente. Carece de toda gracia el que los poderosos intentaran hacer comedia de los desfavorecidos, que los machistas pretendieran hacer chistes de las mujeres, que los racistas quisieran burlarse de los inmigrantes, etc. A la inversa, sin embargo, es una gozada. ¡Qué divertido resulta reírse de los abusos de los poderosos, de los que practican la desigualdad o de los delincuentes que se aprovechan del ventajismo!
5. El precio a pagar del poder y la fama. La atracción que provoca en muchos hombres y mujeres el acceso al poder, a la fama y a profesiones con amplia proyección social es comprensible. Se gana más dinero, la vida resulta más cómoda y fácil y se accede a todo aquello que se desea por la vía más directa. La fama, en realidad, solo tiene un pequeño elemento negativo. Convierte a la persona en un personaje público sometido a escrutinio público y al juicio crítico de los humoristas. Me parece un precio muy bajo teniendo en cuenta las injustas ventajas de las que disfrutan.
6. El efecto demoledor de la crítica humorística. En mi experiencia profesional de más de 30 años dedicado a los contenidos de comedia en los medios de comunicación, aún hoy me sigue sorprendiendo el impacto que supone en muchos “ciudadanos VIP” el verse sometidos a la sátira pública. He escuchado a alguno de los políticos más importantes de España, a alguno de los periodistas más conocidos y a alguno de los banqueros más poderosos de la historia suplicar árnica al darse cuenta de que su capacidad de influencia no era suficiente para frenar el cachondeo generalizado provocado por alguna pieza humorística. En todos los casos, se produce siempre una coincidencia. Lo que más les hunde es el impacto que el humor produce en su entorno más cercano, acostumbrado a las tensiones que surgen en la lucha por el poder, pero descolocado ante la irrefrenable fuerza del ridículo social.
7. Los motivados megafoneros de Twittermegafoneros. La irrupción de las redes sociales ha permitido la aparición de nuevas voces que han roto el reduccionista modelo mediático tradicional. La pena es que ese interesante fenómeno ha conllevado algunos efectos colaterales. Lo cierto es que se nos ha facilitado a la ciudadanía un megáfono por el que decir lo que veníamos repitiendo toda la vida, aunque ahora suena más fuerte y, a menudo, con un tono y un timbre no siempre agradables. Antes, los que no tenían capacidad alguna de difundir sus puntos de vista se limitaban a hacerlo en la barra de un bar, en mitad del bocadillo en la oficina o en el comedor de casa. Han aparecido nuevos grupos de animosos provocadores a base de insultos, humillaciones, reprobaciones, amenazas, … amparados en el anonimato. En realidad, su capacidad de comunicación es tan escasa como lo era hace años, pero han encontrado un curioso y fiel colaborador en quienes amplifican los más lamentables comentarios para justificar su teoría del proceso de deterioro social del que se convierten en su más firme colaborador desde ese instante. Desgraciadamente, muchos de estos motivados megafoneros han pensado en convertirse en agudos cómicos imparables. Encomiable esfuerzo. Sólo les falta tener gracia.
8. El abismo entre el humor y el sarcasmo. El castellano permite encontrar interesantes aclaraciones a problemas aparentemente difíciles de desenmarañar. Una curiosa diferencia que marca el diccionario en relación al humor tiene que ver con la abierta grieta que separa términos que habitualmente utilizamos como sinónimos. Por ejemplo, la ironía marca la utilización del humor en estado puro. Hablamos de burla disimulada, de jugar con el doble sentido, con sacar la realidad fuera de su contexto para buscar su vertiente cómica. Por el contrario, el sarcasmo utiliza el humor no como fin, sino como instrumento. El fin real es la ofensa, el daño. A veces, resulta complicado distinguir la intención de origen de quien busca el humor como fin o quien lo instrumentaliza para provocar dolor. Pero hay multitud de ocasiones en las que la mala fe en la intención es manifiesta, notoria y debe ser reprobada y castigada, pero siempre desde el humor.
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9. El humor bestial. Me encanta el humor desaforado que provoca impacto en quien lo escucha. Es sin duda uno de los subgéneros de la comedia más difíciles de poner en práctica. El problema, de nuevo, lo resuelve la gramática. No nos liemos. El humor es el sustantivo y bestial es el adjetivo calificativo. Es decir, ante todo y primordialmente tiene que haber humor, lo que nos devuelve al principio, tiene que ser gracioso. El hecho de usar el exceso puede garantizar el efecto impactante en quien nos escucha, pero en ningún caso conlleva comedia alguna. El mal gusto, la zafiedad, la barbaridad, la escatología pueden tener vertiente cómica, pero, por desgracia, es muy habitual que carezcan de ella.
10. Una materia prima inagotable. Hay que reconocer que, pese a que en España contamos con un extraordinario plantel de cómicos y humoristas, se mantiene un impresionante y extendido intrusismo profesional. No hay día en el que nuestro colectivo de VIP (políticos, artistas, periodistas, famosos en general, etc.) no nos ofrezcan material de humor de primer nivel que no necesita aditivo alguno. Como los mejores alimentos naturales, no hacen falta salsas ni condimentos. A la plancha y con un poquito de sal. ¿Cómo se supera el grandioso sketch televisivo emitido la pasada semana en la televisión murciana? Me refiero al protagonizado por el asesor de prensa del gobierno de Murcia, José Antonio Martínez-Abarca. Ninguna dramatización hubiera nunca alcanzado tal nivel de comedia. Sus movimientos, su dicción, su lenguaje no verbal y sus exquisitas declaraciones, con sus güevos siempre presentes, suponen un ejemplo inequívoco de la permanente e inagotable materia prima de comedia con la que contamos en este país. Somos muy afortunados.
Nota final: Condeno abiertamente la sentencia de cárcel de un año de la tuitera Cassandra Vera. Carece de todo sentido considerar enaltecimiento del terrorismo los textos juzgados y más aún si se tiene en cuenta la falta de intención criminal de la autora. Firmaría abiertamente una petición ciudadana de anulación de la resolución judicial. También firmaría una carta aconsejándole que renunciara a su ingreso en el gremio del humor. Creo sinceramente que la intención de sus tuits no es delictiva, ni de mala fe. Pero me parece indudable que no son humor. Ni por asomo. Gracia, lo que se dice gracia, no tienen.
Desde hace unos días se ha extendido un intrincado debate político en España respecto a los límites del humor, tras la ridícula condena de la tuitera Cassandra Vera. En realidad, lo complejo de la discusión viene por la permanente inclusión de argumentos que poco o nada tienen que ver con los contenidos humorísticos. Por esta deriva, nos hemos apartado demasiado de la cuestión original y acabamos hablando de libertad de expresión, de enaltecimiento del terrorismo, del impacto de las redes sociales, de la estulticia humana y, como siempre, apagamos las luces cada vez que necesitamos aclarar un asunto al introducir el debate partidista e ideológico en mitad de todo. Da la sensación de que cada vez que los medios abordan el debate, cada uno de los contertulios habla en un idioma diferente. Independientemente de que lleven o no razón en sus argumentaciones, lo cierto es que no hay quien se aclare. Me permito intentar aportar mi personal punto de vista sobre la polémica planteada respecto al humor y a los posibles límites que se le pudiera imponer: